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Laura Marta
Enviada especial a París
Lunes, 29 de julio 2024, 15:45
Asiste la Philippe Chatrier a un acontecimiento extraordinario aunque se haya repetido sesenta veces. Porque este lleva una carga dolorosa, pues se intuye desde el principio como una última representación de una obra de teatro siempre distinta que se ha tomado como costumbre. El dolor ... es emocional, colectivo, y surge desde dentro de cada uno en una ovación intensa y emotiva tras una hora y 45 minutos de función para acompañar a Rafael Nadal en su salida de esta pista tan suya. Una salida con la que empieza a desvanecerse ese tridente de esplendor que ha ofrecido los mejores momentos del tenis en las últimas dos décadas. Jubilado Roger Federer en 2022, se desdibuja ahora el balear, apeado del torneo olímpico en el cuadro individual por un Novak Djokovic superior.
El serbio advertía este duelo como posiblemente «el último baile» entre los dos, y así lo advierte el público una vez concluye el encuentro, con ese saque directo del serbio que pasará a la historia porque es la rendición del balear en sus últimos Juegos y casi en esta pista de Roland Garros. Aunque pide tiempo después para repensarse: «No puedo estar pensando todo el día en si este ha sido mi último partido aquí. Es muy difícil recuperar un nivel óptimo si estoy cada día pensando en si me retiro o no me retiro. Intento vivir mi día a día. Vengo de dos años muy difíciles. Me he dado un tiempo extra para ver si era capaz de recuperar muchas cosas. Pero no lo puedo vivir pensando si es el último o no. No te deja desarrollar para darte la opción real. Intento mirar hacia delante. Me di hasta las olimpiadas, cuando termine tomaré las decisiones que tenga que tomar en función de las ganas que yo tenga y mis sensaciones. Aunque para muchos tenga poco sentido, yo llevo dos años sufriendo, me he operado de una cadera y he jugado poquito. Si siento que no puedo ser competitivo, tomaré la decisión de irme, pero dejarme elegir lo que tenga que hacer cuando lo tenga que hacer».
Pero antes de cualquier decisión, regala todo lo que tiene en esta Chatrier que tanto le ha dado y a la que ha dado tanto. Sentimientos puestos en pie porque son Nadal y Djokovic, 38 años, 37 años, 22 Grand Slams, 24 Grand Slams, vendaje en el muslo derecho, vendaje en la rodilla derecha, aunque todo eso sea lo de menos. Son Nadal y Djokovic de nuevo y no se van a dejar ir hasta que el otro no se rinda primero.
Han vivido 59 choques antes, pero ninguno como este, aunque todos son únicos, como ellos. Notan la trascendencia del momento, porque durante tanto tiempo también ellos se creían eternos. Hay nervios para empezar, que Djokovic comienza con un 40-0, pero Nadal recupera hasta el deuce. Que Nadal pierde su primer turno de saque pero hay un remate hacia atrás tan nadaliano que da igual todo lo demás. Que el público quiere esto, ver al rey de la tierra, como tantas veces fue bautizado.
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Un rey que pierde hoy con toda su grandeza. Los títulos y los números lo han hecho enorme, pero es esta capacidad de lucha, de afrontar las adversidades (rivales y lesiones) con la mejor actitud posible, lo que lo han hecho eterno. Por eso es un 0-4 que escuece un poco menos porque entre medias hay puntos de esos con los que ha construido el legado que hoy, con su derrota, cobra vida: compromiso, defensa, enfados con los errores, derecha imposible de leer, exigencia, puños en alto. Aunque es Djokovic quien firma la función y dirige el baile. A su son, a su revés inmaculado, a su derecha galáctica, a su mejor forma física. Da igual. Nadal es quien recibe un terremoto de cariño cuando logra su primer juego, un 5-1 que duele.
«Un jugador ha sido mucho mejor que el otro. Sabía que había una posibilidad de que fuera así. No he sido capaz de jugar al nivel que necesitaba para crearle problemas. Él tampoco me ha regalado nada. Sin calidad de bola y sin las piernas de hace veinte años, pues no va a crear problemas al mejor jugador de la historia. Fácil análisis. No he estado a mi nivel, el otro sí», analizaba después.
Son enemigos desde siempre, desde aquellos cuartos de final de 2006 en esta misma pista. Y han construido un respeto que se subraya aquí. El de entregarse al máximo de lo que tiene Nadal, de lo que puede Djokovic, y el de brindar deportividad en esos partidos fuera del partido: Nadal aplaude una derecha buenísima del serbio; este corre hacia su banco cuando cierra el set porque sabe que el balear prefiere pasar segundo por la red.
Concentración en la mirada no obstante, empeñado en ser él hasta las últimas consecuencias. Que no se entiende de otra manera, ni el público, puño en alto de rabia y alivio cuando logra el primer juego del segundo set, con cuatro del serbio, que empuja y empuja.
Tiembla la Chatrier con un minuto largo de «Rafa, Rafa, Rafa» cuando acontece lo que siempre pasa en esta pista: que Nadal saca de donde no tiene para obrar un pequeño milagro. Ese ser Nadal de negarse a la rendición con más orgullo que potencia: recupera la rotura perdida y logra el punto del partido, el punto Nadal: defendiéndose de todo, reaccionando a un remate de Djokovic, superando al rival en la red, rompiendo el saque y los esquemas ajenos, devolviendo el partido a la igualdad, ilusionando a lo grande a la Chatrier. Esto es Nadal: esta ilusión de que todo es posible, de vivir unos minutos en el 'y si', de que se dibuje por un instante la victoria al final de la mente.
Aunque surge entonces el Djokovic implacable, que quiere irse pronto de un momento que no es el suyo. No le queda más a Nadal, que lo ha dado todo. En este partido, y en veinte años de mordiscos a la historia. Asume Nadal esta derrota, rendido ante el serbio y ante su propio cuerpo, cansado y magullado por mil sitios. Otra huella en esta Philippe Chatrier tan suya que solo sabe devolverle en aplausos tantas victorias y emociones por ser Nadal, que lo explica todo.
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