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Pío García
Enviado especial a París
Lunes, 5 de agosto 2024, 13:47
Cindy Winner Djankeu Ngamba Ninon Mateu no le tiene miedo a la exuberancia onomástica. Esa colección asombrosa de nombres no cabe en ningún pasaporte, aunque ella nació en Camerún y sus padres se la llevaron a los 11 años a Bolton (Reino Unido). De pronto ... se vio trasladada a un país frío, lluvioso, de costumbres distintas y con un idioma diferente. «Estaba bloqueada. Creí que no iba a ser capaz de aprenderlo jamás», dice. En la escuela sufrió acoso y solo en el boxeo encontró un hogar calentito al que arrimarse. El domingo ganó su combate de cuartos en los Juegos Olímpicos, contra la francesa Davina Michel, y se ha garantizado al menos el bronce. Se convertirá en la primera medallista en la historia del equipo de refugiados.
El Equipo Olímpico de Atletas Refugiados (EOR) nació el 2 de marzo de 2016 y debutó ese mismo año en los Juegos de Río. Su ambición era representar a los más de 100 millones de personas que han tenido que huir de su patria por motivos bélicos o por sufrir persecución religiosa, social o política. «En un mundo ideal este equipo no debería existir», proclamó en vísperas de los Juegos de Tokio el presidente del COI, Thomas Bach. Pero el mundo no es ideal, sino dolorosamente real y el número de atletas integrantes del equipo ha ido creciendo en cada ciclo olímpico. En Río fueron diez, en Tokio 29 y en París 36. De su selección se encarga el comité ejecutivo del Comité Olímpico Internacional, con el apoyo de sus organismos nacionales, que identifican aquellos atletas con nivel deportivo suficiente -deben acreditar las marcas mínimas- que tengan el estatus de refugiado reconocido por ACNUR, la agencia de la ONU que se encarga de las personas desplazadas.
Los deportistas del EOR no están en París para dar pena, sino para competir en igualdad de condiciones con sus rivales. Cindy Ngamba fue la abanderada en la ceremonia inaugural y acaba de conseguir una medalla. Su vida pudo haber cambiado drásticamente en el año 2017, cuando la policía británica la detuvo, recién cumplida la mayoría de edad, y la recluyó en un centro para emigrantes, pendiente de su deportación. Adquirió el estatus oficial de refugiada porque en Camerún, su patria original, la homosexualidad se considera un delito y ella es lesbiana. Si hubiera regresado a Yaoundé le hubiera esperado, como poco, la cárcel.
La de Ngamba no será, sin embargo, la primera medalla para un refugiado. En los anteriores Juegos de París, celebrados hace cien años, un apátrida se convirtió en una estrella deportiva universal. János Weissmüller nació en 1904 en Freidorf, un pequeño pueblecito del Imperio Austrohúngaro, cerca de Timisoara (hoy Rumanía). Después de la Primera Guerra Mundial, su país había dejado de existir. La familia Weissmüller se había trasladado a Estados Unidos, pero ninguno de ellos tenía papeles salvo su hermano pequeño, Pete, nacido ya en Pennsylvania. János, extraordinario nadador, no hubiera podido participar en París 1924 porque ningún atleta podía hacerlo sin su documentación en regla. Según reveló muchos años después su hijo, entre János y su madre manipularon el pasaporte americano de su hermano pequeño para añadirle un 'John' al nombre original. También falsificaron la partida de nacimiento. De este modo cambió su identidad con la de Pete, que de pronto se quedó sin papeles mientras que Johnny Weissmüller se convertía en americano. Luego asombró al mundo en los Juegos de París, Hollywood lo fichó, prendado de sus músculos y de su elegancia al nadar, y lo convirtió en Tarzán. La familia guardó el secreto durante décadas.
Cindy Ngamba no tendrá la repercusión que tuvo Weissmüller, pero no ha necesitado falsificar sus documentos para acudir a París. Gracias al equipo de refugiados ha podido demostrar sus habilidades sobre el cuadrilátero y no descarta conseguir la medalla de oro y convertirse en campeona olímpica. No podrá regresar a su país de origen, pero tal vez en Los Ángeles lleve el chándal de la selección británica.
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