Las jugadoras de España, abatidas durante el partido ante Brasil. Sylvain Thomas (Afp)
Opinión

Ni supieron ganar ni saben perder

Manuel Merinero

Madrid

Miércoles, 7 de agosto 2024, 19:33

Como todo es relativamente nuevo para la selección española femenina en este mundo de la sobreexposición, sus integrantes no sabían lo que conviene hacer en las buenas y tampoco lo que corresponde en las malas. Y si en su día ya se vio que las ... futbolistas no supieron digerir la victoria, respondida con demasiados gestos de vanidad y suficiencia, desatendiendo los pequeños errores que se le diagnosticaban, el martes se comprobó que menos aún dominan cómo acompañar la derrota. Su reacción a la inevitable y bochornosa caída ante Brasil fue peor que la propia debacle. Ni supimos ganar ni sabemos perder.

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Frases hinchadas de prepotencia y altanería (Jenni, cómo no, catalogada la mujer más influyente del año pasado, tirándose encima a ese Brasil que en su opinión «no sabe jugar al fútbol»), respuestas impertinentes disfrazadas de victimismo y enojo exterior (Mariona), excusas varias (Paredes, a la que «frustró jugar contra unas reglas poco deportivas») y ninguna autocrítica. La evidencia de que no vieron venir la catástrofe, ni a estas horas se la explican; no aciertan a comprenderla, a descifrar los defectos propios ni las virtudes ajenas.

Es verdad que no cuentan detrás con una guía que las socorra. Se quejaban en el origen de la revolución de que no tenían un jefe capacitado y, una vez conseguida la cabeza del entrenador anterior, se conformaron con una sustituta de dudoso nivel, a la que sostuvieron en el cargo sorpresivamente un minuto después de destrozarla, tal vez convencidas de que iba a resultar más fácil de manejar. Y que en el fondo eran tan buenas que ya daba igual quién escribiera la pizarra. El baño táctico que le dio Arthur Elías (cuatro títulos de Libertadores con el Corinthians) a Montse Tomé fue de los que señalan directamente el camino del paro. Una lección que no le gustó a la endiosada mayor, pero que igual termina estudiándose en las escuelas (cómo pasar por encima de unas campeonas del mundo sin que se enteren). Trampas que enfrente nadie detectó, nadie interpretó, nedie contrarrestó.

Muchos de los despropósitos del martes fueron alertados desde esta columna. No eran invisibles. Desde la incomprensible titularidad de Cata Coll por el simple hecho de jugar disminuida por una máscara (que la tirara a medio partido fue la prueba inequívoca del algodón) a la guerra de egos entre compañeras, de las alineaciones débiles y cambiantes de la entrenadora a los arrebatos de egoísmo y capricho de algunas futbolistas. Y aunque es cierto que hace un año habríamos firmado estar luchando hoy por una medalla de bronce, también lo es que tanto mirar hacia otro lado invita a pensar en el final de un ciclo ganador e inolvidable.

Lo que venga después tendrá que ser con otra gente en algunos puestos. Un director deportivo que no abandone a la media hora, un seleccionador que ejerza, capaz de corregir lo que está mal y perfeccionar lo que se hace bien, y unas jugadoras que se limiten a entrenar, jugar y competir, deben ser las bases de una nueva etapa que lleve de nuevo a España a partir como favorita en todas las apuestas del próximo Mundial. Más cabeza y menos quejas. Son las mejores, pero no siempre basta con eso. El éxito también hay que cuidarlo y cultivarlo.

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