Lucha de clases

Ahí, en esta bajera industrial, estamos la clase de tropa. De eso me di cuenta al poco de llegar, cuando subimos al primer piso y encontramos el espacio acotado y dividido por mamparas opacas. Reinaba un silencio de verano a las tres y media de la tarde. A la entrada de cada habitación, un cartelito indicaba quién era el dueño del corrito: L'Equipe, New York Times, Los Angeles Times, USA Today, algunos japoneses y coreanos... Cuando necesito tomarme un respiro, me gusta subir y espiar a los colegas de la clase alta. Qué quieren que les diga, siento un placer de criada victoriana del que no me pienso privar. Es como si me echaran un Gran Hermano para mí solo.

Este martes por la noche, por ejemplo, me asomé a la puerta de los del New York Times, haciéndome el despistado, y vi que tenían la mesa hecha una cochiquera. Guarra de verdad. Bolsas de patatas fritas o de alguna porquería de esas que comen los americanos, botellines vacíos, envases... He visto pisos de Erasmus más arregladitos, no sé si esto lo sabrá el editor y no sé si yo debería decírselo. Tendrían que aprender de sus hermanos del USA Today. ¡Esos sí que tienen el chamizo bien puesto! Hay butacones, dos televisiones gigantescas, varias mesas. Solo les falta una piscina de plástico con flotadores de patito. A veces pillo a uno de ellos, un tipo medio calvo y gorderas, echándose una siestecita en el sofá. Me dan ganas de pegarle un bocinazo o de gritarle que viene el jefe, pero luego se me pasa el resentimiento de clase y le dejo que sueñe con lo que quiera que sueñen los periodistas del USA Today. Con perritos y hamburguesas, seguramente.