Álvaro Martín Uriol (30 años, Llerena) ya tiene la medalla que faltaba en su palmarés. Era doble campeón del mundo y doble campeón europeo, pero faltaba el podio de los Juegos, esos con los que siempre había soñado y donde el podio le hizo un ... quiebro cruel hace tres años en Tokio. Pero para alguien con las ideas tan claras como el marchador extremeño de Llerena, aquel cuarto puesto fue el aliciente para emprender con más fuerza un nuevo ciclo olímpico que era más corto y donde iba a ir a por todas. Desde entonces, Martín fue campeón de Europa en 2022, dos veces campeón del mundo (20 y 35 kms) en Budapest 2023 y por fin, medallista en los Juegos de París, un bronce que a sus 30 años y tras cuatro intentos olímpicos, le sabe a oro. «Era a lo máximo que podía aspirar en esta prueba», reconoció en la meta.
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El de Llerena, un pueblo de 6.000 habitantes de la provincia de Badajoz del que siempre habla con pasión y donde pronto tendrá una calle, se encontró con dos rivales, el ecuatoriano Pintado y el brasileño Bonfim, «que en esta ocasión estaban un escalón o dos por encima de los demás», explicó. Y aunque intentó repetir la táctica de hace un año en el Mundial, la de permanecer siempre atento en el grupo y buscar un cambio hacia el kilómetro 16, Martín se encontró con que le tocaba sufrir a él el intenso ritmo que pusieron los marchadores americanos en ese tramo donde el calor la humedad comenzaban a hacer estragos, como en el caso de un Paul McGragh que quedaba descolgado en su debut olímpico.
En la última vuelta, en la mente de Martín siempre estuvo presente esa medalla olímpica que faltaba y que no podía escaparse de nuevo. El extremeño no podía vivir de nuevo un segundo Tokio, porque según insistió tras la carrera, estos eran «mis cuartos y últimos Juegos Olímpicos». El mejor marchador español no se ve con capacidad para aguantar la intensidad y el esfuerzo de otro ciclo de cuatro años de enorme trabajo. «Era mi último tren», resumió. Y ese tren conducía a la meta el Trocadero siguiendo hasta el límite de sus fuerzas la estela del brasileño Bonfim, una táctica que pese a no permitirle la opción de pelearle la plata, le sirvió para mantener a raya el gran esfuerzo final del italiano Stano para tratar de superar a Álvaro Martín. No lo logró y el extremeño, con la bandera española cogida casi en meta, pudo celebrar 12 años después de su debut en Londres'12 una medalla olímpica muy sufrida y muy trabajada.
Como recordaba en meta, su dedicación al atletismo de alto nivel ha sido plena desde que con 15 años recibió una carta para acudir al Centro de Alto Rendimiento de Madrid. Allí trabajó casi una década, para después decidir cambiar y marcharse a Cieza, al grupo del maestro Carrillo, que es con quien ha logrado su mejor versión, sus mejores resultados. Para preparar la cita de París se saltó la posibilidad de acudir al Europeo en junio, pero apostó por la preparación en altura, en Font Romeu, donde Carrillo siempre ha trabajado con sus marchadores para preparar las grandes citas. «Esta vida monacal te obliga a renunciar a muchas cosas, llevo sin pasar por el pueblo desde navidades, pero yo estoy satisfecho, es mi elección, porque nadie me ha obligado a realizar estos sacrificios», admite el llenerense.
Persona muy inquieta a la hora de acumular vivencias y conocimientos, Álvaro Martín estudió Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y posteriormente se graduó en Derecho en la Universidad Nacional de Educación a distancia. «Estos días me he entretenido con mis cosas y mis lecturas» para estar centrado de cara a la competición. Y además de ser el atleta nacional con mejor palmarés en activo, es una de las voces autorizadas dentro de la selección y uno de los más críticos cuando se trata de defender los derechos del atletismo español.
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Tras el bronce de este jueves, confía en que su trabajo en París no haya terminado. «Me encantaría irme a tomar cervezas esta noche, pero quiero hacer el relevo mixto, me encantaría que contaran conmigo, y por lo tanto tendré que seguir entrenando». La historia de Alvaro Martín en los Juegos, ese tren hacia las medallas, todavía tiene una estación más que alcanzar.
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