Javier Asprón
Enviado especial a París
Domingo, 11 de agosto 2024, 17:16
La línea que divide la alegría de la decepción es estrecha. En unos Juegos Olímpicos tiene forma de medalla y la mayoría de las veces se decide por centímetros o milésimas. En París, España se lamenta más que nunca por las oportunidades perdidas, por los ... casi que no fueron. La delegación termina con 17 cuartos puestos (o quintos, en el caso de los deportes que reparten dos bronces). Es la cifra más alta de la historia (hubo 12 en Sídney 2000), un golpe mortal a las aspiraciones de mejorar el récord de preseas de Barcelona, pero sobre todo, un buen palo para sus protagonistas. Solo Italia y Gran Bretaña terminan los Juegos con más deportistas clasificados en ese puesto tan ingrato.
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La desgracia quiso cebarse con algunos deportes concretos, como el judo, donde Laura Martínez, Ai Tsunoda, Tristani Mosakhlishvili y Niko Shera tuvieron el bronce a una victoria. También el piragüismo, el boxeo y el taekwondo rozaron el palo en dos ocasiones. En el caso de este último, el fiasco les supuso fallar a su cita con el podio por primera vez en doce años.
Ningún cuarto fue tan angustioso como el de Carolina Marín, a quien su rodilla le quitó la ocasión de luchar por un premio mayor, puede incluso que de continuar con su carrera. Y no hubo otro más cruel que el del 470 mixto de vela, donde Jordi Xammar y Nora Brugman se dejaron en una mala regata, la más importante, el esfuerzo de toda una semana. «Es un momento muy duro. Cuando trabajas tanto y das tanto por un objetivo y no lo cumples... Jordi y yo hemos sacrificado mucho y no es fácil aceptar que no ha salido bien», reconocía la regatista barcelonesa sobre su resultado, aún tratando de asimilar cómo en unos pocos minutos puede convertirse la euforia en depresión.
El chocolate duele también a los más jóvenes, por más que el futuro les ofrezca otras oportunidades. Que se lo digan a Adrián del Río, que se esforzaba en mantener la serenidad mientras analizaba su cuarto puesto con Marcus Cooper en el K2 500. Contento y satisfecho por el trabajo, decía. Pero en cuanto le dejaron de apuntar los focos, camino del hangar y del encuentro con los suyos, metió la cabeza debajo de una toalla para soportar el sufrimiento que le reconcomía por dentro.
Es cierto que algunos cuartos, por inesperados, se reciben mejor que otros. Es el caso de Quique Llopis en el 110 vallas. O el de Mar Molné en tiro. También se llevan de otra manera cuando ya has conseguido parte de tu objetivo, como Marcus Cooper, que sí se subió al podio en el K4 500 y acumula, además, otras dos medallas de sus dos citas olímpicas anteriores. O cuando puedes compartirlo con otros, como las selecciones femenina de fútbol o masculina de hockey. Las penas en compañía parecen menos.
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A la mayoría les supone regresar a los entrenamientos sin el extra de motivación necesario. Comenzar un nuevo ciclo olímpico con la incertidumbre de si tanto esfuerzo merecerá la pena. De nuevo pendientes de las becas y los patrocinadores sin un metal brillante que poder enseñar… Otros, como Niko Shera o la propia Marín, es probable que ya no tengan fuerzas de intentarlo.
Se suele decir que la salud deportiva de un país conviene medirla con el número de diplomas, menos engañosos que las medallas. De ser así, España puede estar satisfecha. Sus 51 puestos de finalistas, posiciones hasta el octavo lugar, son también su tope histórico, mejorando en uno los 50 de los Juegos de Atenas 2004. Superan de largo los 37 de Pekín, los 29 de Londres, los 38 de Río y los 42 de Tokio.
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