La delegación de Israel en la ceremonia de inaguración por el río Sena EFE
París 2024

Guerra fría en la villa olímpica

Palestina, Israel e Irán conviven difícilmente en París, con los atletas hebreos sometidos a medidas extremas de seguridad

Pío García

Enviado especial a París

Lunes, 29 de julio 2024, 00:31

En su discurso de apertura de los Juegos Olímpicos, el presidente del COI, Thomas Bach, pronunció las habituales palabras amables sobre la paz, la convivencia y la amistad entre los pueblos. Unas horas antes, Israel había debutado en el torneo olímpico de fútbol frente a ... la selección de Mali, en el Parque de los Príncipes. Las medidas de seguridad parecían las de una final de la Champions. Metidos en un autobús, rodeados de gendarmes en motocicleta con las sirenas a todo trapo y antecedidos y seguidos por una larga reata de furgonetas con agentes antidisturbios, los futbolistas hebreos entraron en el estadio.

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La delegación israelí en París está compuesta por 88 atletas que participan en 16 deportes. Tanto Irán como Palestina habían solicitado su exclusión de los Juegos por la intervención militar en Gaza, aunque el COI descartó atender sus peticiones. En el desfile inaugural sobre el Sena, el barco en el que viajaban sus representantes fue silbado desde las orillas. Tuvieron mala suerte islandeses e italianos, obligados a compartir con ellos singladura y abucheos. La organización tuvo que aplicarse para poner agua de por medio entre Irán e Israel, tan cercanos ortográficamente como alejados políticamente. Según France Info, en el mismo barco que los deportistas israelíes viajaban de paisano agentes armados de las fuerzas de seguridad de su país.

El ministro del Interior francés, Gerald Darmanin, garantizó al gobierno de Netanyahu que los atletas israelíes iban a estar protegidos y vigilados las 24 horas. Hay videocámaras en su residencia y un destacamento de los GIGN (las fuerzas especiales de intervención de la Gendarmería francesa) se ocupa de su protección. Los miembros del equipo hebreo están geolocalizados siempre. La prensa israelí recuerda con frecuencia el atentado de Munich 72, cuando un grupo de terroristas palestinos, Septiembre Negro, asaltó la residencia de Israel en la villa olímpica y provocó una masacre que acabó con diecisiete muertos, once de ellos deportistas. No parece posible que algo así se repita hoy, con la delegación israelí protegida por una empalizada de cámaras, agentes y satélites, aunque el ministro de Exteriores del gobierno de Tel Aviv, Israel Katz, apuntó hace tres días a su homólogo francés su convicción de que los iraníes estaban preparando un atentado contra sus atletas en París.

El Comité Olímpico Internacional reconoce a Palestina desde 1996 y a la cita francesa ha acudido con ocho representantes. Solo uno de ellos, el taekwondista Omar Yaser Ismail, afincado en los Emiratos Árabes Unidos, ganó la plaza por méritos deportivos. Los demás se benefician de las invitaciones que el COI concede a las naciones con menores recursos. Dos de ellos residen actualmente en la Cisjordania ocupada: el boxeador Wassem Abu Sal y el ochocentista Mohamed Dwedar. Al despedir al equipo olímpico en Ramala, tomó la palabra su abanderada, la nadadora Valerie Tarazi, nacida y residente en Illinois (Estados Unidos), pero de familia cristiana gazatí, un grupo minoritario y frecuentemente olvidado por los simplificadores de conflictos. Tarazi, con el pelo suelto y el vestido tradicional de la tierra de sus abuelos, reconoció que su misión en París iba más allá de parar el cronómetro una décima arriba o abajo: «Somos de los pocos palestinos a los que la gente va a escuchar en todo el mundo -dijo-. Tenemos el deber de hablar por los que no tienen voz, por nuestros entrenadores, compañeros, deportistas, familiares y amigos que han muerto en esta horrible guerra de Gaza».

Más que en la piscina, hábitat natural de Tarazi, el peligro está en el tatami. En la misma categoría compiten el judoca palestino Fares Badawi y el israelí Sagi Muki. Sus biografías contrapuestas parecen haber sido creadas por algún guionista especialmente perverso. Muki, medalla de bronce en Tokio, sirvió como sargento en el ejército israelí. Badawi nació en un campo de refugiados en Siria, acabó huyendo de la guerra civil y solicitó asilo político en Alemania. No es la primera vez que compite en unos Juegos, aunque antes lo hizo con el equipo de refugiados. Muki y Badawi podrían llegar a enfrentarse si el martes ambos superan sus combates de primera ronda. El Comité Olímpico Palestino ha decidido que, si eso sucede, sus atletas no den la mano a sus oponentes, aunque ese es, hoy por hoy, el menor de los riesgos. Un combate Israel-Palestina, incluso bajo las educadas reglas del judo, alcanzaría unas cotas de electricidad emocional y política difíciles de gestionar y obligaría a un despliegue policial digna de una cumbre del G-20. Más aún después de que el presidente del Comité Olímpico Palestino, Nader Jayousi, denunciara que otro judoca israelí, el medallista y abanderado Peter Paltchik, hubiera publicado en el antiguo Twitter un post, que luego borró, en el que aparecían varios misiles con el mensaje «De mí, para vosotros, con placer» y el hashtag #HamasISIS.

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Mientras tanto, los organizadores de los Juegos cruzan los dedos para que la convivencia entre los deportistas no se resquebraje del todo y para que la suerte no quiera que Israel se cruce con Palestina o Irán. En ningún deporte y menos en judo.

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