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Pío García
Enviado especial a París
Martes, 30 de julio 2024, 00:11
Entre la lluvia, los palacios parisinos y la abigarrada escenografía, una imagen singular pasó desapercibida en la ceremonia de apertura de los Juegos. En el barquito que ocupaba la delegación de Afganistán, con la bandera negra, roja y verde tradicional del país, viajaban tres hombres ... y tres mujeres. Las deportistas no llevaban burka, sino un traje típico muy colorista, con el cabello apenas cubierto por una capucha. Si el desfile hubiera sido por las calles de Kabul, las habrían metido en la cárcel y quizá a estas horas ya estarían muertas.
El próximo 15 de agosto se cumplirán tres años del regreso de los talibanes al poder en el país asiático. Aunque al principio quisieron dulcificar su imagen de barbudos salvajes, poco a poco han ido imponiendo otra vez una visión misógina y extremadamente rigorista del Islam. Las mujeres han sido, de nuevo, sus víctimas predilectas. Las niñas afganas ya no pueden ir a la escuela más allá de la Primaria, deben cubrir su cuerpo por completo y cualquier expresión artística, musical o deportiva les está vedada. El 14 de julio, cuando la antorcha olímpica llegó a París, la activista afgana Hamida Aman paseó la llama por las aulas de la Sorbona en nombre de todas las mujeres de su patria, que ya no pueden acceder a la universidad.
¿Qué hacían entonces esas tres mujeres en la delegación afgana? ¿Quiénes son? La segunda pregunta resulta más fácil de responder. En aquel barquito viajaban las hermanas Fariba y Yulduz Hashimi, ciclistas, y la atleta Kamia Yusufi, que fue la abanderada de su país en los Juegos de Río. Ninguna de ellas vive en Afganistán. Las hermanas Hashimi huyeron de su país cuando regresaron al poder los talibanes, en 2021, porque querían seguir corriendo en bici y aspiraban a participar alguna vez en los Juegos Olímpicos. Gracias a la ayuda de la exciclista italiana Alessandra Capellotto, campeona del mundo en 1997, lograron escapar en un vuelo de evacuación. Tardaron dos días en acceder al aeropuerto y lo consiguieron cinco minutos antes de que una bomba del ISIS estallara en la puerta y matara a más de 200 personas. Una vez sanas y salvas, en Italia, se metieron en un equipo ciclista y comenzaron a entrenar en serio.
Los talibanes no quieren saber nada de las hermanas Hashimi. Están en París con la bandera tradicional afgana -no la negra de los talibanes- porque el Comité Olímpico Internacional decidió en junio que el país asiático debía presentar una delegación paritaria sí o sí. En teoría, la selección de atletas corresponde al Comité Olímpico Afgano, en el exilio, y no al gobierno de Kabul. El portavoz del COI, Mark Adams, defendió esta medida para «lanzar un mensaje al mundo y también a Afganistán». Será difícil, en cualquier caso, que ese mensaje llegue a los más interesados. La televisión local no emite deporte femenino por considerarlo pecaminoso e inmoral y el gobierno talibán insiste en que ellos solo tienen tres representantes en París, un judoca, un nadador y un atleta, los tres hombres.
Las hermanas Hashimi y la velocista Yusufi, afincada en Australia, asumen que su misión va mucho más allá de lograr un buen puesto. «Representamos a todas las mujeres oprimidas de Afganistán a las que ni siquiera se les permite ir a la escuela», exclamó Fariba Hashimi ante los micrófonos de la CBS. Algunas voces, como la ONG de Hamida Aman, Begum, piensan sin embargo que su presencia puede acabar siendo un velo amable que oculte la realidad pavorosa del país. Muchos activistas hubieran preferido su exclusión de la familia olímpica y el aislamiento del régimen talibán en el lazareto de los apestados, con Rusia y Bielorrusia. En un artículo publicado en el diario USA Today, Samira Ashgari, exjugadora de baloncesto afgana y miembro del COI, defiende sin embargo esta decisión: «Es importante que haya mujeres olímpicas que en París representen con orgullo a Afganistán delante de millones de personas».
En realidad, no solo hay seis afganos compitiendo en París 2024. Otros cinco se incluyen en el equipo de refugiados, entre ellos Manizha Talash, residente en España, que participará en el breaking, la nueva disciplina incluida este año en el programa olímpico. Una joven que baila, escucha música y se divierte, gravísimos pecados en el catecismo talibán.
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