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Marta San Miguel
Domingo, 28 de julio 2024, 14:33
El holandés Steven van de Velde tiene 29 años, pero lleva una década con «el mayor error de su vida» clavado en su conciencia: violar a una niña 12 años en Reino Unido. Por ello fue condenado a cuatro años de cárcel en 2016 y ... estuvo un año en prisión, hasta que lo extraditó su país, donde la justicia neerlandesa lo consideró abuso de menores y rebajó la pena. Tras cumplir la pena, volvió a jugar, y los últimos seis años ha estado en la élite del voley playa sin que su historia le impidiera seguir saltando sobre la arena con sus 1,99 metros de altura. Pero este domingo ha sido distinto. Con el sol al fin atravesando el cielo del París olímpico, Van de Velde ha aparecido en la pista vestido de naranja, pero también vestido con el estigma, vestido con las gafas que cubren la mirada del abucheo público bajo la Torre Eiffel.
¿Tiene derecho un deportista a seguir compitiendo después de haber sido condenado por un delito de esta índole? ¿Tiene derecho una persona a seguir con su vida después de cumplir la pena? ¿Qué sentirá la joven que está viendo cómo el adulto que la violó aparece bajo los anillos olímpicos, con los valores que estos representan? Hay líneas rojas que jamás deben pasarse, pero esta mañana, esas líneas no estaban tan claras, porque tras ese inicial abucheo, el partido ha comenzado, y lo que parecía el inicio de un linchamiento ha dado paso al espectáculo del voley playa, con las gradas volcadas en el show haciendo la ola al son de la música y los vítores de los comentaristas del partido que por los altavoces transformaban el conflicto en una fiesta, y como si las gradas fueran de repente unos gigantescos paréntesis morales, el público ha visto el partido aplaudiendo y levantándose del asiento con cada punto, con cada trallazo que lanzaba el propio Van de Velde y su compañero Matthew Immers, con cada revolcón de los italianos Ranghieri y Carambula salvando balones imposibles del fondo de la pista.
La holandesa Marjin de Uries observa el partido desde la grada. Es periodista deportiva del periódico NRC, uno de los de mayor tirada del país. Pero Marjin no mira las jugadas, no mira los brazos retráctiles de los jugadores ni las estrategias. Marjin mira la historia y nuestro comportamiento en la misma porque no sabe lo que siente ante lo que está pasando en ese instante: «No quiero justificar lo que hizo y no sé si es bueno que esté aquí jugando, pero si lo piensas al revés, ¿qué supondría que no estuviera aquí? Tampoco creo que sea bueno que no viniera», dice con un interrogante entre las cejas.
Van de Velde tienen prohibido dar clases o entrenar a menores, en los Juegos no se aloja en la villa olímpica y tampoco atiende a los medios de comunicación, algo que se ve desde la prensa como si tuviera «algo que esconder». Es su compañero Immers quien se encarga de responder a todas las preguntas. «La presión a la que está sometida la pareja es impresionante», dice la periodista señalando pista, «saben que todos los estamos mirando y juzgando».
Era previsible que ganaran los trasalpinos: cada punto que conseguían eran aupados con los gritos de los aficionados a un volumen que superaban en decibelios por mucho los que conseguían los holandeses, a los que, sin embargo, tampoco se ha dejado de aplaudir o dedicar gritos de asombro cuando el punto de Van de Velde era una pirueta imposible de salvar. No ha habido ningún abucheo más, solo el de la presentación, como una llamada de atención, como una pose inicial: ¿tiene nuestra conciencia la mecha corta o en realidad el público no tiene claro lo que siente ante la presencia de un condenado por violación? «Yo misma no sé qué sentir», reconoce Marjin. ¿Y en su propio país? «Allí hay una mezcla de emociones, porque mucha gente no sabe qué pasó en realidad, y lo que lo saben, tampoco saben qué pensar».
Y mientras en la pista se enfrentan al tercer y definitivo set que derrotará a su país, Marjin relata la historia de lo que pasó, cuando Van de Velde conoció a una chica por Facebook y se hicieron amigos. «Se apoyaban mutuamente, él estaba pasando un proceso duro, alejado de su familia por el deporte». Ella le dijo que tenía 16 años, pero más tarde le confesó que tenía 12 años. El vínculo, sin embargo, fue a más, y el joven, entonces de 19 años, viajó a Inglaterra para conocerla. Y ahí llegó lo que él denomina el mayor error de su vida, cuando ese encuentro termina en una relación sexual con una niña de 12 años. Al día siguiente, la niña fue a la farmacia y es ahí cuando avisan a la familia, cuando es detenido en Inglaterra, y todo lo que vino después».
Cuando Italia gana, cientos de aficionados bailan moviendo los brazos de idéntica manera, mientras los operarios salen a la arena para preparar el terreno para el siguiente partido, para borrar las huellas, como si allí no hubiera pasado nada. Solo un partido.
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