Javier Asprón
Enviado especial a París
Martes, 6 de agosto 2024, 00:37
La espera se ha hecho larga para el taekwondo español, ansioso ya por iniciar su andadura en los Juegos pues es casi siempre, portador de buenas noticias y aporta siete medallas desde su inclusión en Sídney 2000. Adriana Cerezo, oro en Tokio en -49 kg, ... es la punta de lanza de una representación de cuatro atletas, todos con posibilidades, que también incluye a Cecilia Castro (-67 kg), Javier Pérez Polo (-68 kg) y Adrián Vicente (-58 kg). Este último, madrileño de 25 años, acude como una de las grandes bazas del equipo después de completar un ciclo olímpico muy productivo, con un bronce mundial en 2023 y otro continental este mismo año.
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«Los resultados hablan por sí solos. Creo que estoy en mi momento álgido, en esa cumbre», cuenta Vicente a este periódico con la confianza de verse en condiciones de cualquier cosa. «Tengo esa madurez y esa experiencia de haber competido en muchos campeonatos importantes. Llego en el mejor momento». En Tokio alcanzó los cuartos de final, pero allí se topó con el coreano Jun Jang, primero del ranking mundial. Una montaña demasiado difícil de escalar. La mala suerte quiso, además, que el asiático no entrara después en la final, lo que dejó a Vicente sin opciones de repesca. «Fue una sensación agridulce. Era mi primera experiencia olímpica, el coreano se me atragantó y no hubo opción de continuar. Me quedé un poco triste, nostálgico… Pero después de unas vacaciones rápidas ya tenía ganas de ponerme a entrenar y a competir». ¿Y si en París pasa algo similar? «Es algo que puede pasar y hay que estar mentalizados para ello. Es un deporte de oposición y los otros también juegan, pero…».
Vicente era uno más entre los muchísimos chicos que disfrutan viendo las películas de peleas y artes marciales de Jackie Chan o Van Damme. Él lo hacía en el salón de su casa de Mejorada del Campo junto a su padre. En el colegio practicó judo, kárate y baloncesto, pero el taekwondo no entró en su vida hasta los doce años, bastante tarde para un deportista de élite. «Vi una exhibición y me encantó, y dio la casualidad de que lo podía practicar en el lugar en el que vivía. Ahí me apunté y comencé».
La sorpresa para sus entrenadores fue la facilidad del chico para aprender la técnica, los movimientos… También la estrategia para afrontar un combate. Adrián era una esponja absorbiendo información. Y aún así estuvo un año sin competir, puliéndose. A él, en realidad, no le importaba demasiado, porque disfrutaba mucho el proceso. Tiene la ventaja de que le apasiona su deporte. «No tengo días malos», afirma con rotundidad. «Me encanta su dinamismo, y también la aleatoriedad que hay. Yo mañana puedo ganar a fulanito, o al coreano con el que perdí en Tokio, y ese mismo día, por la tarde, perder con él. Siempre tiene esa sorpresa, también en los Juegos. De repente sale gente que no conocías o no tenías fichada. Es un reto».
Para él, la hora de salir al tapiz es adrenalina pura. «Se me ponen los pelos de punta», asegura. No hay mejor instante en la vida. «Estar con mi entrenador, con mi fisio al lado esperando una semifinal o una final… Que haya alboroto, cámaras. En esos momentos de presión me crezco. Creo que se me dan bien».
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No todo es maravilloso, claro. El palmarés de Adrián, la posibilidad de disputar unos Juegos Olímpicos, exigen un enorme sacrificio diario. Una carga invisible para el resto del planeta que hacen que el madrileño valore más estar en París: «Nadie ve el trabajo del día a día, esa rutina en la que solo estás tú, con tus entrenamientos, tus dolores… Y hay que renunciar a bastantes cosas. Estos últimos meses, por ejemplo, me perdí el entierro de mi abuelo. Y estoy acostumbrado a perderme viajes con mis amigos, cumpleaños… Tenía que decir: oye, no, de verdad que no puedo ir. Lo siento mucho, pero mañana tengo entrenamiento, tengo que descansar... Son situaciones que pasan y para las que tienes que estar mentalizado. Si no las sabes afrontar es imposible seguir».
Y luego están los golpes, que a Adrián le duelen más en el orgullo que en el cuerpo. «Esto es dar y recibir. Ahora en el CAR tenemos a los niños, como decimos nosotros, que vienen pegando fuerte y nos meten chicha. Pero nosotros también metemos. Es un pique muy sano. Cada día son palos y guerra».
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El aspirante a medalla estudia Educación Infantil porque tiene alma de profesor, «en taekwondo o en cualquier otro ámbito», y por el cariño que guarda a los maestros que le ayudaron cuando tenía que compaginar su disciplina con los deberes. Por entender a ese deportista que andaba siempre buscando justificantes para acudir a torneos o concentraciones. «Nunca olvidaré ese trato cercano, la capacidad de adaptarse a mí».
Su preparación para París ha sido exhaustiva. En mayo acudió al Europeo como gran favorito, y salió de allí con un bronce. Nada de lo que preocuparse. «Fue un buen testeo. Unas semifinales se quedan un poco cortas, por así decirlo. Pero donde hay que estar bien es en los Juegos».
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El madrileño y Adriana Cerezo son los encargados de abrir el fuego del taekwondo este miércoles (eliminatorias desde por la mañana y finales a partir de las 20.00 horas). No es descabellado pensar en un doblete.
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