Mucho aceite, menú insípido, carne cruda: la receta fallida de la comida de la Villa Olímpica

Los atletas esperaban «mucho más» de la gastronomía francesa en los Juegos y se les atraganta el menú del restaurante

Marta San Miguel

Enviada especial. París

Lunes, 5 de agosto 2024, 00:05

En el Carrefour de la Villa Olímpica hace fresco, la fruta brilla barnizada en las cestas y los melocotones parecen de peluche. La nadadora de 400m Waka Kobori se dobla hacia delante sobre ellas como si acercara la cara a un ramo de flores. «Es ... lo que más me gusta de aquí», se lee en el traductor de Google de su teléfono. Waka apenas habla inglés, pero a su lado, Shiho Matsumoto sí, y completa su sentencia añadiendo «la pizza», con el gesto de un niño que mete la mano en el bote de galletas. ¿Cómo se alimentan estos cuerpos de puro cartílago sobre los que la fuerza actúa de forma diferente? Esa pregunta dan ganas de hacérsela a todos los atletas olímpicos que entran en el supermercado, y no solo porque al caminar parece que hundieran el suelo por el que deambulamos el resto, sino porque la comida de la Villa Olímpica ha sido noticia ante las quejas desde que se iniciaron los Juegos. La propia Simone Biles le echó pimienta al caldo al decir en rueda de prensa que era insulsa. ¿Tan malo es lo que comen?

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«Nosotras no hemos pasado hambre», dicen Waka y Shiho. Se llevan dulces franceses en paquetes que tiene más valor el envoltorio que lo que hay dentro. ¿Cómo han llevado el sabor de la comida europea? Y el traductor, a su ritmo, devuelve la respuesta por escrito: «Hemos traído nuestra propia comida», y muestran las fotos de unos sobres de sopa misho y de un arroz japonés que hacen con agua hirviendo. Al ver los dulces, es posible pensar que se les van a deshacer, porque entre las críticas de estos Juegos está la falta de aire acondicionado en las habitaciones. Pero en su caso, los chocolates no corren peligro, porque la delegación nipona ha instalado máquinas para refrigerar «así de grandes», dice Shiho señalándose por encima de la rodilla para indicar el tamaño de la máquina gracias a la cual no han pasado calor.

Porque si las quejas por la comida han sido mediáticas, las del calor le hacen el coro. El nadador italiano Thomas Ceccon lo dijo al terminar su prueba de 200m: «No hay aire acondicionado, hace mucho calor, la comida es mala. Esto no pretende ser una excusa, todos estamos en las mismas condiciones, pero es algo que probablemente mucha gente no sepa y es justo contarlo». Y precisamente a Ceccon cita su colega nadador Raekwon Jibril Noel, de Guyana, mientras se abre un Cornetto de chocolate. Es mediodía y rondan los 28 grados a la sombra en la Villa Olímpica. «Lo peor no es el calor sino que tienes que estar siempre con las ventanas abiertas», y solo hay que mirar el río que pasa a escasos metros, con su agua verdosa, para adivinar el tamaño de los mosquitos que deben deambular por las habitaciones. «Para mí lo peor es la carne y el pescado porque lo ponen excesivamente crudo y a veces no hay quien lo coma», dice Noel, que recurre a una hamburguesa «que está buenísima del food truck para quitar muchas veces el hambre: «Al principio había cola en el restaurante, ahora solo hay cola en el puesto del jardín».

La fama de la gastronomía francesa se ha atragantado en la Villa. Simone Biles y su compañera de equipo Hezly Rivera criticaron que lo que toman «no es comida francesa», y que si bien hace su función, le falta sabor y es insulsa. Los chef Alexandre Mazzia (tres estrellas Michelin), Akrame Benallal (una estrella) y Amandine Chaignot fueron los elegidos por el grupo de catering Sodexo para alimentar a los atletas, y según Le Parisien, cada uno desarrolló 14 recetas, siguiendo ciertas reglas como evitar especies de pescado en peligro de extinción y la remolacha cruda, por ejemplo, favorecer la cocina sostenible y ofrecer platos que puedan atraer a atletas de todas las culturas.

Esta vez es una atleta libanesa la que responde: «Lo peor de todo es el arroz, tiene una textura que no hay quien lo tome», dice mientras amontona en la mano más de una decena de tabletas de distintos chocolate para llevar de regalo a Libia, adonde regresa este lunes: «Creo que tiene que ver con que usan demasiado aceite de oliva, le quitaría eso. La comida no es tan mala como parece, pero me esperaba mucho más».

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Sándwich olímpico y plastificado

En la caja registradora, varios deportistas alemanes llevan en las manos comida que tumbaría a un adolescente. Y como ellos, el resto de clientes vestidos con chándales internacionales: bocadillos, comida precocinada para cocinar en microondas, ensaladas, baguetes, zumos. Pero ni un refresco en la fila para pagar, que en ese momento, a las dos de la tarde, es de nueve 'comensales'. El dependiente del Carrefour pasa los pedidos; pasa también el pedido de la periodista, que cuando va a pagar no puede porque en la Villa solo se acepta VISA, ninguna otra. Y ahí se queda, apartado en la caja registradora el sándwich olímpico y plastificado.

Afuera, el río verde augura mosquitos por la noche. En la zona de la pantalla siguen sentados bajo sombrillas los deportistas y sus equipos, pero antes de poder descubrir qué están proyectando, suena un grito: «¡Madame, madame!». Ver correr a una atleta de maratón hacia uno es una impresión inexacta, es un error del algoritmo. En la mano, Hana Burzalova, de 20 años, lleva el sándwich plastificado y el zumo. «Es un regalo, toma», dice. Y no, ella no pasa calor porque en Eslovaquia ahora mismo hace mucho más calor que en Francia, y la cama está bien porque está prometida y comparte apartamento con su futuro marido, también atleta, «y no», concluye sonriendo, «no iba a consentir que te fueras de aquí con hambre». Así que a eso sabe ser olímpico

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