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iván orio
ENVIADO ESPECIAL. DOHA
Viernes, 2 de diciembre 2022, 12:04
Éxtasis después de la goleada en el debut ante Costa Rica, fiabilidad tras el duro examen con Alemania y un futuro incierto por el derrumbe en la segunda parte frente a Japón. El punto de inicio en el Mundial de Qatar estaba tan alto ... que la transición de España del cielo al purgatorio ha sido traumática, como un agitado despertar tras una noche de pesadilla. El impacto de la derrota ha sido violento por inesperada pero, sobre todo, por la inquietante falta de recursos por evitarla un vez que los asiáticos se pusieron por delante en el marcador en cinco minutos de desconexión total. Luis Enrique tiene por delante un trabajo ímprobo para levantar futbolística y mentalmente a un vestuario al que se veía muy tocado al término del encuentro. Sin embargo, no hay casi tiempo para la readaptación. El martes octavos de final ante Marruecos en el Education City Stadium. Y ya no se puede fallar.
Los viajes en montaña rusa suelen ser habituales en torneos tan exigentes como una Copa del Mundo, con partidos cada tres o cuatro días de una tensión máxima, pero la bajada de La Roja desde el dulce estreno hasta el lamentable choque contra los nipones ha sido tan vertiginosa que el cosquilleo en el estómago es inevitable. La selección se ha clasificado y lo que debería ser motivo de satisfacción se ha convertido sin embargo en un 'impasse' de incertidumbre, de no saber con cuál de sus versiones afrontará el cruce ante los magrebíes tras un baño muy frío de realidad. Lo que en realidad genera desconfianza es el ejercicio de impotencia de los españoles en su intento de devolverle el golpe a Japón. Nunca dio la sensación de poder hacerlo porque el balón, su mejor arma, se desinfló hasta convertirse en un juguete inservible. Posesión sin mordiente, la antítesis de su ideario.
Aseguró el entrenador que se siente más cómodo en la gestión de las crisis que en los contextos de euforia. Lo dijo la víspera del duelo contra Alemania desde el colchón que le proporcionaba la goleada histórica ante Costa Rica y sin ni siquiera intuir lo que se avecinaba. Sus comparecencias ante los medios eran distendidas, incluso con mínimas dosis de complicidad. La noche del jueves se le vio ya un tanto a la defensiva y echaba el cuerpo atrás cada vez que un periodista cogía el micrófono para hacerle una pregunta. «Han sido cinco minutos de pánico», reconoció. El problema fue que la siguiente media hora resultó frustrante porque los suyos nunca demostraron su teórica superioridad. España vivía en un oasis en el desierto catarí y queda por comprobar si el agua y las palmeras que han cobijado a los internacionales desde su llegada a Doha siempre han estado ahí o sólo eran un espejismo.
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La alineación modificó el 'modus operandi' del técnico gijonés. A diferencia de lo que ocurrió en el duelo frente a los teutones, en el que sólo introdujo un cambio respecto a los ticos –Carvajal por Azpilicueta en el lateral derecho–, ante los nipones introdujo cinco variaciones en el once: Pau Torres, Balde, Azpilicueta, Nico Williams y Morata. Los motivos: dosificar a Laporte, dar mayor velocidad a las bandas para contrarrestar la explosividad de los rivales en esa zona y premiar al delantero del Atlético por sus impecables minutos ante los germanos. En la primera mitad la jugada le salió redonda. De hecho, el jugador del Athletic y el experimentado futbolista del Chelsea fabricaron la acción que culminó con el tanto de Morata –ya ha marcado tres en la competición–. En la segunda la felicidad se tornó en depresión y después en miedo a la eliminación. Escalofríos en una noche de terror en el Khalifa.
El golpe de las dos dianas casi consecutivas de Japón fue tan enorme que La Roja no llegó a recomponerse, con un Busquets muy irregular, un Pedri desaparecido en combate y un Gavi desorientado y precipitado. Y aunque se insistió en que el equipo desconocía lo que ocurría de forma paralela en el Costa Rica-Alemania, su comportamiento en el césped demostró lo contrario. La ansiedad cuando llegaron las noticias de que los americanos se habían puesto por delante agarrotó a la selección hasta hacerla previsible y, lo que resultó más alarmante, irreconocible. España dejó de parecer España, una evidencia alarmante en una selección con un proyecto tan definido. La posesión, el pilar que debe sostenerle en los momentos de zozobra, era inútil, irrelevante. Sólo cuando los teutones consumaron la remontada se atisbó mínimamente el estilo innegociable con el que La Roja ha llegado a Qatar.
«Hoy no hay nada que celebrar, ha sido un bofetón para darse cuenta de que esto es un Mundial», lanzó Luis Enrique. El martes espera Marruecos, que no conoce la derrota en la competición. Empate ante Croacia y victorias frente a Bélgica y Canadá. Los africanos llegan a la cita de octavos con la moral por la nubes y convencidos de lo que tienen que hacer para hacer valer sus fortalezas. Y esa es la labor que debe afrontar el asturiano en las jornadas previas al compromiso a vida o muerte de octavos de final. Persuadir a los suyos de que lo ocurrido ante los asiáticos fue un accidente que no se puede repetir, una lección de humildad, un toque de atención en toda regla que debe alumbrar otra vez a la mejor España, la que es casi imposible de ganar si convierte el balón en un arma letal. Entre el oasis y el espejismo hay un término medio, un estadio de ambición para hacer realidad los sueños.
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