Ignacio Tylko
Martes, 18 de noviembre 2014, 22:48
Se quejó el veterano Lukas Podolski, en realidad más polaco que alemán, de que un duelo entre dos campeonas del mundo se celebrara en Balaídos, no en un estadio representativo de una gran capital. Su elegante técnico, Joachim Löw, le afeó esa conducta y aceptó ... gustoso la sede de Vigo porque en un día laborable sería difícil llenar un escenario como el Santiago Bernabéu para un amistoso. El seleccionador de la Mannschaft le hizo un favor a la Federación Española pero la realidad dibujó un duelo descafeinado, en un escenario demasiado vetusto y lejos del no hay entradas. Galicia se merece recibir a La Roja tanto como cualquier otra comunidad pero quizá otoño no es la mejor fecha. Igual Podolski quiso decir, directamente, que sus paisanos deseaban ver el sol y no tanta o más lluvia de la que arrecia en el mejor ejemplo del federalismo en Europa.
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España disfruta de una selección extraordinaria, ahora en proceso de renovación, y quizá de la mejor Liga del mundo en cuanto al potencial de los equipos, pero con frecuencia muestra imágenes de país de segunda fila en lo futbolístico. Había comenzado ya el duelo cuando centenares de aficionados aún se agolpaban ante las taquillas del estadio para recoger su entrada. Es difícil decir de quién es la culpa pero es una escena de tiempos pretéritos, casi del NODO. Y en el torneo de la regularidad, la imagen semidesértica que muestra en cada partido un feudo como el Coliseum getafense resulta dañina. Salvo honrosas excepciones, los estadios españoles no están a la altura. Incómodos, con difíciles accesos y con precios por las nubes. Nada que ver, desde luego, con los confortables y baratos recintos en los que se desarrolla la Bundesliga.
Tampoco contribuyen episodios recurrentes que ponen en cuestión el compromiso de algunos jugadores. Lo ocurrido con Cesc y Diego Costa, los reproches velados de Sergio Ramos y la advertencia de Del Bosque acerca de que les costará recuperar la titularidad, sólo genera controversia, dudas y pérdida de confianza en el proyecto. Más allá del resultado, en una noche de pocas conclusiones futboleras y con ambas escuadras repletas de suplentes, llamó la atención un aspecto deportivo muy positivo para España. Alemania, última campeona universal, y con todo merecimiento porque fue la mejor en Brasil, salió con tres centrales y cedió por completo la iniciativa a los locales en el primer acto. Löw jugó al contragolpe de forma descarada.
Fue un choque de guante blanco, con poquitas faltas, resuelto por un disparo de Kroos que dejará un recuerdo agridulce a Kiko Casilla en su debut. Se le criticará a Del Bosque por alinearle sólo un cuarto de hora. De inicio, el técnico sólo mantuvo a Casillas, Piqué, Ramos, Busquets e Isco con respecto al choque de Huelva frente a Bielorrusia. El malagueño fue de más al menos pero mostró personalidad y desparpajo. Se movió por todas las zonas del centro del campo y entre las líneas enemigas, siempre con esa tendencia hacia el juego preciosista. Pudo manejarse casi a su antojo en el primer tiempo porque Khedira y Kroos, los dos medios teutones, eran amiguetes y compañeros de equipo. Ni una mala entrada. Y cuando Sami le hizo falta para frenar una contra, se disculpó al segundo.
Morata demostró que sabe moverse sin balón, aunque con el esférico no estuvo preciso. Nolito debutó ante su gente con más ánimo que brillo, Camacho se estrenó en la segunda mitad sin dejar grandes titulares y Kiko Casilla sufrió una noche extraña. Otra decisión del técnico que recibirá reproches. Albiol y Bartra no desmerecieron cuando entraron en el eje de la zaga. Ya son 54 los que han recibido la alternativa del técnico salmantino. Y sigue la búsqueda en esta transición. Tras las batallas de Viena y de Durban y los goles decisivos de los heroicos Fernando Torres y Carles Puyol, pocos recordarán con el discurrir de los años la tregua de Balaídos rota por Kroos al sacar el arma y disparar.
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