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Logroño quería vestirse de blanco y rojo. Y lo ha hecho. Pero nadie deseaba acabar la jornada de negro luto. Y eso ha ocurrido. La alegría, las horas previas, la esperanza multiplicada, la convicción coral retroalimentada, se ha desvanecido en el Municipal de ... Las Gaunas, el que tenía que ser el escenario de los sueños.
Del blanquirrojo al cárdeno, sin matices. Decepción, pena y caras largas al salir del estadio. Y otra nueva ilusión, la de la undécima temporada, pero habrá que esperar. Porque ayer el día pasó del verano al invierno en pocas horas.
A mediodía, las cuadrillas comenzaron a quedar. Algunos, como retando al futuro, en la fuente de Murrieta. La meta de los anhelos. Un inicio que quería ser un final, aunque la realidad se mostrase tan cruda. Lo importante era juntarse. Y vestirse de blanco y rojo, como habían solicitado las peñas. La afición no defraudaba. Camisetas de la UD Logroñés, del Club Deportivo (hasta la del inigualable Marcos Marcelo Tejera estuvo presente), bufandas y prendas de ambos colores para teñir la calle Laurel, San Juan, San Agustín, Bretón de los Herreros, Portales, plaza del Mercado... El centro de la capital se iluminaba ayer con la alegría de lo que podía suceder y no fue.
Un vermú largo, de los que gustan, y una cita ineludible. En República Argentina. Donde siempre, donde los recuerdos. Donde se agolparon un par de millares de seguidores de la UDL para esperar el paso del autobús del equipo, que tardó en llegar, pero lo hizo. Más cerca de las 17.00 horas que de las 16.30, la plantilla cabalgó hacia el estadio de la gesta entre gritos, golpes, bengalas e ilusión. A esa hora se podía creer en todo. Quedaba el partido. Calor fuera y ardor dentro del cuerpo. Adrenalina, alcohol, ilusión... La vida en noventa minutos, a la vuelta de la esquina, de esa interminable recta de los anhelos.
Demasiados años perdidos para una ciudad. «¡Que sí, joder, que vamos a ascender!». Un mantra mil y una vez repetido pero que necesitaba alimentarse de dos goles. Que fue lo que faltó.
La incertidumbre se multiplicaba con el paso de los minutos. 90. Muy pocos para la parroquia blanquirroja, que luchaba contra el crono y contra las certidumbres. No llegaron los tantos tan deseados y el partido murió como había acabado. 0-0. La nada otra vez. Tocaba salir de estadio con la cabeza agachada, llorar, lavar camisetas, guardarlas hasta la campaña 2019/2020 y esperar al futuro.
El presente era un cementerio otoñal. Lágrimas y hojas caídas en el calendario. Ya van diez temporadas. Pero hay músculo. La ilusión existe. Logroño volvió a vibrar, a llenarse de colores, a soñar con fútbol. Toca esperar, pero la semilla está puesta. Otra vez más. Falta regar y que brote, que el fútbol de élite vuelva a Logroño y a La Rioja. No habrá Segunda División la próxima temporada, pero la esperanza reaparece otra vez más. Sólo falta que la realidad lo confirme. Y que Logroño se olvide del luto de una vez.
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