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Sergio Moreno Laya
Lunes, 13 de junio 2016, 01:14
Sevilla es un lugar inhóspito. El turista se queda con las cañas, la Giralda, el flamenquito y las calles de la ciudad hispalense perfectamente decoradas y limpias para brillar incluso a 40 grados. Pero Sevilla continúa siendo, aún así, un lugar inhóspito para el aficionado ... blanquirrojo, que pasa durante unos instantes por turista cuando se observa a la legua que su deseo es ganar un partido de fútbol.
Y ahí, Sevilla no da la bienvenida. Así que ni el Guadalquivir ni tan siquiera Triana o la Maestranza pueden paliar la sequedad de boca que se instala entre los seguidores blanquirrojos en el mismo instante que descienden por la Ruta de la Plata desde Sierra Morena hasta el valle con Sevilla en todo el medio. La derrota, el fiasco, entonces, parece un hecho seguro. Y da igual la estación. Se pierde en invierno casi tanto como en verano. El fiasco se produce a 15 grados, como en Copa del Rey, pero también a 35 grados como ayer mismo en ese maldito secarral sevillano que ha puesto fin al sueño de un ascenso a Segunda división.
Sevilla luce a todas las horas como queriendo ocultar al turista un espacio en medio de ninguna parte, entre Dos Hermanas y Utrera, alejado de las bellas fotos de la Sevilla de postal. Un lugar inhóspito, poco agradable para ganar un partido de fútbol. Porque en Sevilla solo el fútbol es más importante que su ciudad. Y si hay que afear una instalación para superar a sus rivales, pues se hace y punto.
En este secarral, en junio, huele a encerrona, pues ni una sombra existe para aliviar un poco las altas temperaturas. Vestuarios en barracones, gradas sobre andamios, y ni una gota de agua fresca a menos de diez kilómetros. Y por si fuera poco, el aficionado gira la cabeza y observa a un gitano andando por en medio de la autovía que atraviesa esta instalación deportiva al grito de "Sevilla, Sevilla, Sevilla", y piensa, claro, que a esta gente es imposible ganarle un partido de fútbol, porque literalmente se juegan la vida por animar a su equipo, como ese gitano que anda cantando por medio de una autovía.
Pero lo peor estaba sobre el césped del Viejo Nervión, eufemismo para dotar de cierto romanticismo a una instalación que de romántica tiene poco, porque allí se va a perder un partido de fútbol contra el equipo local, el Sevilla Atlético. Allí no se enamora nadie, tan solo se sufre. Lleno hasta la bandera y a mil grados de temperatura, el césped se seca en cuestión de segundos, el sol imposibilita la respiración, seca la boca y amarga la vida a unos jugadores visitantes que llegaban a Sevilla a hacer un gol que les diera vida y se fueron enrojecidos por el sol y la falta de ideas de cintura para arriba. En una matinal tremendamente calurosa se retrataron en noventa minutos todas las debilidades y miserias futbolísticas que de vez en cuando había mostrado este equipo en diversos grados y en distintas etapas de esta temporada, eso sí, más exitosa que la anterior. Con la obligación de hacer al menos un gol para empatar esta semifinal, la UD Logroñés demostró que sin fútbol de cintura para arriba poco importa todo lo demás, porque un gol encajado en Las Gaunas en el único disparo visitante entre los tres palos significa, sin juego ofensivo, la eliminación, la rotura de corazón, un empate a cero que no sirve, finalmente, de nada. Ni un tiro entre los tres palos en el partido más decisivo de la temporada y a buen seguro el más importante de la historia de la UD Logroñés. Este dato refleja que algo no funcionó del todo bien en el secarral sevillano. En un encuentro límite, sin vuelta atrás, sin puntos en juego, a vida o muerte, con un mal resultado previo debería haber significado un impulso lo suficientemente devastador como para hacer sufrir a los jóvenes canteranos sevillistas como en su vida.
Pero no fue así. El Sevilla Atlético no sufrió. Ni al final. Nada. Sólo el tiro lejano de Chevi en el minuto 94 puso el gesto de prórroga en el filial hispalense. En el minuto 94. Hasta entonces, 93 minutos de visión timorata de cintura para arriba. La genética defensiva del equipo de Pouso, lastrado claramente por un indolente Carlos Fernández, un Pere Milla sin protagonismo en todo el playoff, y un Titi cerrado en todo momento, la UD Logroñés hizo lo que mejor sabe hacer, defender con orden a la espera de hallar al menos una, como ya pasara en Villarreal. Pero no llegó; es más, lejos estuvo de ser así en el secarral andaluz. No hubo ocasión clara porque enfrente se situó un equipo que desde su juventud supo competir contra la veteranía de otros equipos. Desconectó las bandas riojanas y se sintió ganador desde Las Gaunas, mejorando incluso se versión defensiva ayer en el páramo sevillano. No sufrió para ganarse una final, y en el debe de los blanquirrojos debe quedar, por tanto, este hecho.
Un fiasco en este secarral sevillano que demuestra que sin 9 no hay paraíso. Sin un futbolista de referencia en punta el salto de calidad hacia la Segunda parece imposible. El resto, esta plantilla lo tenía. Juventud, experiencia, fantásticas cualidades defensivas, velocidad, ganas. pero sin gol no hay premio final y el fiasco espera a la vuelta la esquina. El Sevilla Atlético será quien juegue la final que aguardaba a los riojanos que la verán desde casa con dos preguntas en la mente: «¿Cuánto cuesta un tipo que lleve el 9 a la espalda y se hinche a meter goles? ¿Y hasta dónde habrá llegado el gitano sevillista caminando por la autovía al grito de 'Sevilla, Sevilla, Sevilla'?
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