Sergio Moreno Laya
Sábado, 19 de marzo 2016, 13:19
Llega con las llaves Pere Milla y abre el estadio de fútbol. Imagino que irá al recinto deportivo dos horas antes con un manojo sonoro de llaves metálicas colgando de su cinturón. Y las sacas y sin mirarlas las clava cada una en su lugar. ... La puerta principal, la de los vestuarios, donde ordena y coloca cada equipación, hincha los balones con la presión que mejor se adapta a sus necesidades, abre el acceso al verde con la llave adecuada y siente bajo sus pies si está en condiciones para gozar. Comprueba que está bien cortado y mejor pintado.
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Mira las redes, que nada de lo que él meta ahí dentro se escape por un resquicio. Y se da un giro de 360º con las gradas vacías para sentir el aroma de la que es su casa. Giro sobre sí mismo para encender las luces de un estadio que dos horas después cantará al unísono su nombre porque se marca un partido casi perfecto.
Dos presencias definitivas en los dos primeros goles, y acierto personal en el tercero ante un rival directo en la lucha por el playoff de ascenso, que queda cerrado a falta de la firma que llegará a buen seguro en cuatro fines de semana. Lo de ser cuarto, tras superar cómodamente al Pontevedra, queda visto para sentencia. Parece cuestión de tiempo. Y con una goleada el equipo despeja de su cabeza colectiva los nubarrones que se cerraron tras esa maldita mañana en Mareo. Aquello ya es historia. Tres en la portería contraria y ninguno en la propia. Sensaciones a ese equipo que goleó sin miramientos al Compostela o Coruxo a principios de temporada.
Pero Pere Milla parece haber encontrado la llave de los partidos. La evolución del ilerdense de un jugador principal en lo individual por rematador hacia un futbolista determinante vital en lo colectivo: da y marca al mismo ritmo, y defiende en la medida de sus posibilidades para ayudar al equipo. Ante el Pontevedra ofreció un poco de todo: dos asistencias, un gol y esfuerzo en defensa para ahuyentar los fantasmas de Gijón cuando al Pontevedra le dio por asomar la patita entre la rendija defensiva de la puerta de Miguel Martínez de Corta.
Sin sufrir
Nada. Ni una gota de sufrimiento. Partido de solvencia ante un buen rival que llegó hasta donde pudo y cuando se quedó con un hombre menos no quiso exponer nada más porque se sabía que ganar a un equipo rival superior y con un hombre menos como que parecía misión imposible, casi tanto como aspirar a meterse entre los cuatro mejores.
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El Pontevedra tiene la temporada solucionada y de aquí al final se permitirá el lujo de disfrutar jugando hasta donde buenamente le dejen llegar. Y en Las Gaunas fue hasta el minuto 16, cuando la UD Logroñés hizo el primero, por mediación de la mejor noticia del curso, un Jaime Paredes que pide la renovación casi tal alto como se la ofrece el club.
Gol del lateral zurdo en otra incorporación definitiva por el costado izquierdo resuelta con un zapatazo raso y cruzado ante el que nada pudo hacer Sousa. Y todo arrancó con un Pere Milla que dejó la zurda para el defensa goleador y actuó como 10 para mezclar y conectar a Muneta y Luis Morán en la jugada que acabaría en el primero de la tarde. Pere Milla con la llave del partido. Había abierto la puerta a la inspiración. Y se guardó lo mejor para después del descanso.
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Volvió de los vestuarios con la intención de ocupar el espacio que mejor le sienta a su juego, ése que surge por arte de magia. No está, no hay nadie, y aparece por sorpresa, sin que nadie le espere por ahí para activar una situación de peligro. Pase fugaz al corazón del área, y Luis Morán espera a ser empujado para ser objeto de penalti (el segundo en todo el año) y ver como al infractor (Campillo) es expulsado por roja directa.
La Parrochina fue el encargado de hacer el penalti, celebrado por todos, pues era de justicia que el asturiano se estrenara con la zamarra blanquirroja para poner en cifras su buen rendimiento desde su llegada. Partido visto para sentencia para todos salvo para Pere Milla y Carlos Barreda, que pide a gritos, el lateral, una oportunidad en el once en su banda natural, la derecha, desde donde le puso a Pere Milla el balón del tercero. Le dio mal, pero a buen seguro porque así lo quiso el ilerdense. Era demasiado fácil marcar tras ese gran centro desde la derecha con un buen remate.
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Le dio regular porque así lo quiso: para hacer comprender al resto que cuando se está de dulce se marca hasta con la chepa. Hizo Pere Milla el tercero, su decimotercero del campeonato. Se colgó las llaves en el cinturón y se retiró con sus compañeros al vestuario para cerrar Las Gaunas cuando el recinto se quedó en silencio. Dio dos vueltas a la puerta principal, rezó las cuatro esquinitas y Pere Milla prometió volver en quince días para ganar de nuevo un partido.
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