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LA RIOJA
Sábado, 12 de diciembre 2015, 17:55
En Cáceres no gana nadie. El Cacereño aún no ha perdido en casa, y ya vamos por media liga. Claro que, viendo el terreno de juego donde disputa sus partidos el equipo extremeño, es más fácil explicar cómo un equipo de mitad de tabla para ... abajo tiene esa solvencia. En Cáceres no gana nadie... porque no juega nadie.
Jugar, lo que se dice jugar, es imposible en un terreno de juego en estas condiciones. Los problemas económicos del Cacereño, por un lado, y sus relaciones difíciles con las administraciones, por otro, hacen que en el Príncipe Felipe no haya luz, no haya baños... y casi no haya césped. En un terreno impropio del fútbol profesional, el balón se convierte en una bola loca, y el juego se convierte en un permanente ensayo de fútbol directo, donde el que más suerte tenga, gana.
La UD Logroñes ha salido este domingo con un punto; lo mismo podía haber salido con tres, tras una buena primera mitad, o sin ninguno, por la reacción local en algunos momentos de la segunda. En el cómputo global, sin embargo, la UDL ha merecido algo más que el conjunto local.
En un partido tan a cara o cruz, las cosas podían haber cambiado mucho si la buena salida del Logroñés al campo hubiera sido premiada con un gol. Joel Valencia (buena primera parte la suya) mandaba un balón al larguero en el minuto 8. Y un par de llegadas más, con protagonismo del ecuatoriano, prologaron un más que posible penalti no pitado sobre Pere Milla en el 26.
La primera fue un monólogo, pero no hubo premio. Y en la segunda despertó el equipo local, que salió con la consigna de probar a Miguel desde lejos. No era mala idea, viendo cómo botaba el balón en el secarral.
La UDL estuvo más frenada, y los cambios de Pouso no consiguieron reactivarla. El Cacereño acechaba, sin crear excesivo peligro, pero se olía el peligro: en un campo así, la cosa estaría en si la oportunidad local, que tenía que llegar, iba a acabar dentro o no.
No lo hizo, y de milagro: un remate de Martins acabó en una parada de reflejos felinos de Miguel Martínez de Corta, y con el balón en el larguero. Susto en el cuerpo a falta de diez minutos. Pero prólogo de nada más. El partido se fue difuminando, hasta que el árbitro señaló el vestuario 55 segundos más tarde del 90. Seria que ni él quería estar en esa campa ni un minuto más.
Un punto que puede ser bueno, pues, en un campo complicado. Los rivales sin embargo, ganan: la Segunda B sigue apretándose.
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