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El fútbol es todo eso que usted ve por la tele o comparte por las redes sociales o le persigue hasta en sueños, porque la última estrella galáctica ha cambiado de peluquero o su novia ha sido vista saliendo de una librería. El fútbol son ... goles del siglo (del siglo de cada semana), zancadillas (alevosas), penaltis (casi siempre injustos) o piruetas (imposibles, que luego resultan no serlo). Pero el fútbol es sobre todo el material con que se edifican las fantasías de cada cual: porque, en realidad, eso es el fútbol. Un asunto personal, una cuestión de honor. El territorio de las emociones, que nacen no tanto en las portadas del periódico como en la letra pequeña que construyen sus auténticos protagonistas: a quienes odien el fútbol moderno, siempre les quedará el mundillo inolvidable donde militan el utillero de guardia, el masajista mago del linimento, el portero suplente (ese icono) o el delegado del equipo. Confidente, terapeuta, mano derecha y con frecuencia izquierda del entrenador. En esta estirpe rindió servicios al viejo Club Deportivo Logroñés Pepe Arroita, recién fallecido a los 70 años. Una leyenda del fútbol riojano y un excepcional ser humano.
Un ser humano además divertido. A Pepe le acompañaba en sus pasos sigilosos, casi siempre cabizbajo (era su manera de andar) una sonrisa apenas dibujada, emblema de su vocación para la retranca. Quien lo recuerde en sus momentos de gloria, en aquel filial blanquirrojo que pilotaba Lotina y llegó a segunda B, Arroita era el pegamento que aseguraba un vestuario unido (con varias estrellas en ciernes: Iván Campo, Quique Romero) y risotadas unánimes, concesiones al buen humor que nacían de su chispeante ironía. Recuerdo una tarde en que hubo que concluir de repente un entrenamiento porque Pepe le recriminó según su estilo algo a un defensa central: el propio aludido fue el primero en retorcerse de risa.
- Pero qué le has dicho, Pepe.
- Que qué le he dicho. Que me recordaba a un pato: cada paso, una cagada.
Carcajada general. Así recuerdo a Pepe: un tipo sencillo, callado, afectuoso con los plumillas que se acercaban por el Mundial' 82 y antes de pedirla ya les pasaba la alineación en un papelito. Un logroñés que ejercía de tal: era habitual tropezarse con su menuda estampa por el Logroño castizo e inevitable concederle unos minutos si coincidías en sus dominios: en el café Moderno, donde lo vi por última vez. La enfermedad empezaba a causarle estragos pero Pepe aceptaba los contratiempos de la vida con elegancia y serenidad. Con su media sonrisa, la que quiere asomarse en la foto que acompaña estas líneas. El fútbol regional guardó en su memoria un minuto de silencio en los campos de bronce que fueron su reino durante largas temporadas: en la memoria de quienes lo conocieron, Pepe Arroita encarnará siempre a esa clase de personas que hacen grande de verdad el fútbol.
Y también la vida.
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