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De jugar con una pelota en la calle a llenar estadios y convertirse en una leyenda del fútbol. Fama. Gloria. Dinero a espuertas. Las historias de Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar y M'bappé, entre otros, han inspirado a toda una generación de chavales que sueña con llegar a lo más alto de este deporte, un camino lleno de exigencia y sacrificio que solo conduce al estrellato a una ínfima minoría. A un reducido grupo de elegidos. El resto se queda en el camino.
La estadística juega en su contra. Solo uno de cada 1.800 niños federados en las categorías inferiores consigue ser futbolista profesional, según datos de la Federación Española. De cada quinta -el pasado año nacieron alrededor de 170.000 niños varones-, apenas 48 llegan a debutar en Primera División. Esa realidad no ha evitado que el número de federados aumente por el deseo, alimentado desde la más tierna infancia, de emular a grandes 'cracks' convertidos en iconos de éxito social. En 2017, el año más reciente del que existen datos, había 524.100 niños inscritos en las categorías inferiores (cadete, infantil, alevín, benjamín y prebenjamín).
Todos ellos aspiran a ser descubiertos por un ojeador de un gran equipo. Es lo que le ocurrió a Bryan Bugarín, de doce años, a finales de julio. El jugador del Celta fue la gran estrella del torneo LaLiga Promises, con un manejo del balón que impresionó al público y a los técnicos de los principales clubes de España. Su familia recibió llamadas de numerosos equipos que querían contar con él en su cantera. Finalmente, se incorporará a 'la fábrica' del Real Madrid, en Valdebebas.
El fichaje levantó ampollas en el Celta. Su presidente y principal accionista, Carlos Mouriño, explotó contra la agencia de representación Intermedia Sport Player, que representa a Iago Aspas, Denis Suárez y a canteranos del conjunto vigués. «La subasta de niños que hemos tenido me parece una vergüenza. Debemos acabar con el mercantilismo a esas edades», proclamó.
La FIFA establece normas muy estrictas para los fichajes de menores. «Está muy bien legislado para proteger a los jugadores y evitar el tráfico de menores», señala un agente oficial de la FIFA consultado por este periódico. «Antes, la cobertura era que los padres simulaban que se venían a vivir a España, en el caso de los extranjeros, o que cambiaban de ciudad por razones laborales; el club les daba un puesto de trabajo y así entraban en el equipo. Con todo, los fichajes de chavales de 11 o 12 años, como Bugarín, no son habituales. La edad de captación suele ser a partir de la categoría cadete, con 14 o 15 años. El resto es algo excepcional».
Los clubes cuentan con ojeadores cuyo trabajo consiste en acudir a los torneos más importantes de cada región en busca de jóvenes promesas. «Esos fichajes suponen una gran inversión porque implican pagar la residencia, los estudios, los viajes de los padres..., además de una remuneración económica para el jugador. Suelen ser contratos a cinco años y cuyo valor solo conocen las partes interesadas», explica la misma fuente.
Los grandes del fútbol suelen ofrecen becas a esos menores captados como jóvenes promesas: pagan los estudios y los viajes de ellos y sus familias y les ofrecen además una dotación económica. Los infantiles del Barça, por ejemplo, reciben 4.000, 6.000 y 8.000 euros durante tres temporadas en La Masía, según un documento publicado por 'Marca'.
El Sporting de Gijón es un referente en el trabajo formativo con la cantera. De allí salió David Villa, el máximo goleador en la historia de la selección española con 59 tantos y, a día de hoy, en ella se forman unos 200 chavales de entre ocho y 21 años. «Empiezan entrenando dos días a la semana; en alevín e infantil suben a tres días, y en cadetes y juveniles entrenan cuatro, además de jugar un partido de competición», explica el director de fútbol base del club, el exfutbolista Manolo Sánchez Murias. El fútbol ha cambiado mucho desde que él era canterano, «pero todos los clubes están trabajando muy bien, de una forma ordenada y exigente, sin olvidar que son niños y que deben mantener su pasión por este deporte». La figura del entrenador es también parte del éxito de los jugadores. «Tienen un rol muy importante en el desarrollo formativo de los niños», destaca.
Lo mismo opina Pedro Marcet, director pedagógico de la Fundación Marcet, una escuela de fútbol internacional por la que cada año pasan más de 3.000 alumnos de una treintena de países. «Muchos chicos abandonan por la presión de entrenadores a los que solo les interesa ganar y colgarse medallas. Hay una carencia grande de preparación y reconocimiento en su labor», señala.
De este centro han salido futbolistas como Oliver Torres, Diego Kochen -portero peruano de 15 años que juega en el Barça-, Berta Pujadas y el entrenador Luis Llopis. Además de los cursos intensivos de verano y Semana Santa, unos 200 jóvenes de entre 14 y 20 años permanecen allí la temporada completa. «Viven una vida muy parecida a la de un deportista de élite. Se levantan pronto, entrenan una hora y después van al colegio. Por la tarde tienen un segundo entrenamiento y un rato de estudio obligatorio», explica Marcet.
La escuela cuenta con preparadores físicos, un equipo de psicólogos, tutores y analistas que acompañan y marcan metas a los jugadores. «Nos preocupamos de su carrera deportiva y académica por igual. En las canteras de los equipos españoles están haciendo muy buen trabajo, pero con más hincapié en la parte del fútbol. Es un asunto delicado porque nos podemos cargar la infancia de los jugadores», añade.
No resulta sencillo gestionar los altos niveles de exigencia exterior y de autoexigencia que implican a tan corta edad las aspiraciones deportivas de las pequeñas promesas del fútbol y su formación en paralelo como personas. El elevado grado de perfeccionismo y la frustración de las expectativas creadas son frecuentes. «Cuanto más pequeño es el deportista, más influencia recibe de padres y entrenadores, sus figuras de referencia», explica Carlos Rey, del centro UPAD Psicología y Coaching. En esas edades, los niños y niñas se encuentran en pleno desarrollo de su autoestima, «que juega un papel básico en la construcción de sus personalidades cuando sean adultos», apunta.
Javier, el padre de Pedro Marcet, fue jugador profesional del Barça, Real Madrid, Espanyol y de la selección; y, mientras tanto, se sacó dos carreras. «El deporte profesional es compatible con los estudios. El problema viene cuando los padres insisten demasiado a sus hijos con el fútbol y se encuentran en un ambiente excesivamente competitivo», asegura el director educativo.
Impulsar una carrera deportiva es un sacrificio para los progenitores, que supone un desembolso económico. En el caso de la Fundación Marcet, 27.000 euros por permanecer allí toda la temporada en régimen interno, aunque la escuela concede becas. En otras escuelas de alto rendimiento el curso llega a costar hasta 48.000 euros.
Después de tanto esfuerzo y sacrificio, ¿cómo afrontar la frustración de no llegar a lo más alto? «Quieren ser como Messi y llegar a jugar en un equipo profesional, pero cada uno debe recorrer su camino», apunta Marcet.
Para Manolo Sánchez, lo más importante es ser lo más honesto y empático posible con el jugador. «El deporte a veces es una escuela para la vida. Es duro cuando hay que decirles 'esto se termina aquí'. La frustración y el sentimiento de rechazo son habituales», reconoce el director de fútbol base del Sporting. Esa negativa no quiere decir que el club vaya a cortar relaciones con el jugador: «Pueden salir y tener una evolución muy grande fuera. Tanto que después les pedimos que vuelvan».
El psicólogo Carlos Rey incide en que hay que ser sinceros con los aspirantes a futbolista. «Creo que se merecen que se les hable claro; que tengan toda la ilusión que quieran en el deporte, pero que sean conscientes de que es un ámbito muy complejo. Y que no dejen de lado sus estudios ya que, aunque lo consigan, su carrera no se extenderá más allá de diez o quince años». Cuando crecen, muchos de esos niños siguen relacionados con el fútbol -como entrenadores, psicólogos deportivos...- porque, aunque Messi solo haya uno, figuras como la suya seguirán alimentando los sueños y la pasión por el fútbol de los más pequeños.
Se formó en las canteras del Real Ávila y del Real Madrid y debutó con el primer equipo en 1995, con 18 años. El año siguiente sufrió una grave lesión que truncó su desempeño y provocó su retirada con 27 años. En 2002 comenzó su carrera musical como vocalista del grupo Pignoise y ha sido entrenador de las categorías inferiores del Real Madrid.
Debutó en el D. C. United con 14 años y durante mucho tiempo se le consideró la promesa más importante del fútbol en EEUU. Sin embargo, al dar el salto a Europa tuvo problemas para adaptarse y su carrera se quedó estancada.
La joven promesa del Barça es el jugador que más goles ha marcado en la Liga siendo menor de edad. En 2020 se desgarró el menisco y, tras ocho meses de baja y cuatro operaciones, su regreso a la alta competición no tiene fecha.
Se estrenó con un club de Ibiza y fichó por el Mallorca. El año pasado, con 15 años, se convirtió en el futbolista más joven en jugar un partido de Primera División. Actualmente juega en la Lazio, en la serie A de la Liga italiana.
Con cuatro años dio sus primeros pasos en el fútbol en el club Abanderado Grandoli de Rosario. Ingresó en el Barcelona y en 2004 debutó. Este año comenzó a jugar en el equipo francés PSG, al tener una ficha con un coste que el club no podía asumir.
Debutó con el Sevilla con 16 años y cinco años después pasó al Arsenal. Jugó poco tiempo con clubes como el Real Madrid, Atlético o Benfica, hasta que se marchó a la liga china y volvió para jugar en la Segunda División española.
La vida de Miguel Ángel Gómez, alias 'Mitxelo', siempre ha estado ligada al balón. Fue futbolista de Santutxu, de Bilbao, –al que entrenó y ahora preside– y acumula, además, una dilatada experiencia como formador de chavales en Lezama con las categorías inferiores del Athletic. Es también el padre de Ibai Gómez, hasta ahora extremo del club rojiblanco y previamente del Alavés. Tanto en su faceta de entrenador como de padre su máxima ha sido la misma: «lo esencial es que los chavales se diviertan».
La mayoría de niños y niñas empiezan a jugar por diversión. «Con los entrenamientos van mejorando y el partido del fin de semana es el examen para ver lo que haqn progresado. Lo importante no es ganar o perder», apunta. Los encuentros sirven –explica– para que cada futbolista pueda medirse y vea, poco a poco, hasta dónde puede llegar, sobre todo en las categorías de juvenil y cadete.
La influencia de los padres y de los entrenadores es esencial en su desarrollo. 'Mitxelo' siempre ha primado el aspecto lúdico sobre el competitivo. «Si se lo están pasando bien, si están a gusto, van a jugar mucho mejor y van a mejorar más que si están presionados». Lo mismo ocurre con los padres. «Mi hijo apenas jugó en categorías inferiores porque tenía poco físico. En vez de meterle presión, le dije '¿estás a gusto?, ¿quieres seguir?'», recuerda. Claro que eso fue antes de que Ibai pegara el estirón y fuera fichado por el Bilbao Athletic.
Sobre los fichajes a jóvenes promesas del fútbol, dice que «ojalá cada temporada ficharan a diez chavales de mi club. Eso quiere decir que se están haciendo las cosas bien», señala. Defiende también que los jugadores con más nivel deben estar juntos. «Así mejorarán más».
«Son los toreros de ahora»
Cada curso escolar miles de padres y madres apuntan a sus hijos e hijas a fútbol, en la televisión hay partidos a diario... «Los futbolistas han ocupado el lugar que antes tenían los toreros. En los años cincuenta la tauromaquia ganó visibilidad y reconocimiento. Movía mucho dinero y se veía como una forma de mejorar la posición social», analiza el sociólogo Lázaro Echegaray.
Los futbolistas son ahora los héroes de la sociedad, «aquellos que han vencido su destino y han promocionado socialmente de los estratos más bajos a lo más alto. Es una referencia muy fuerte que arrastra masas», señala Echegaray. Ese discurso apela sobre todo a los hombres, pero cada vez más mujeres se apuntan a este deporte. «La visibilidad es un componente muy fuerte», indica.
El sociólogo alerta sobre el peligro de que los padres se impliquen demasiado en la carrera deportiva de sus hijos. «Ven en ellos su propia promoción social –dinero, fama, notoriedad– y entonces deja de ser un juego para los niños y hay mucha más competitividad».
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