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IVÁN MARTÍN
Sábado, 10 de diciembre 2022, 00:06
Mientras el jolgorio, la algarabía y la locura feliz invadía a los jugadores de Marruecos tras clasificarse por primera vez en su historia a unos cuartos de final de un Mundial, un hombre tranquilo digería el hito con una humana serenidad. Era Yassine Bounou, conocido ... popularmente como Bono, un guardameta íntimamente ligado al país que acababa de echar de Qatar; un tipo que caminaba lento mientras una leve sonrisa se le dibujaba en un rostro dominado por la emoción. No era para menos: con dos penaltis parados en el desempate había eliminado a España, el país donde se convirtió en un portero de élite.
Como el hombre educado que es, pasó los minutos posteriores al final de la tanda animando a los abatidos jugadores de Luis Enrique; incluso dedico una analogía al club que le trajo a LaLiga, el Atlético de Madrid, en una entrevista posterior al choque: «Hicimos un partido a lo Cholo Simeone y se ganó». Asimismo, los octavos ante España también sirvieron para que el meta marroquí entrara en la leyenda de los Mundiales al no recibir un solo gol en la tanda de penaltis (igualando el registro del ucraniano Oleksandr Shovkovskyi en Alemania 2006).
Al margen de hitos y récords, el portero del Sevilla es la piedra angular de la defensa más eficiente del torneo. Cuantitativamente, Marruecos es la selección que más duelos ha ganado en Qatar (92) y la que más balones ha recuperado (56). Pero los datos más escalofriantes se encuentran, como no, cerca de la portería: con tan solo un gol en contra, Bono tiene un 80% de paradas en solamente cinco disparos a puerta en cuatro partidos, una cifra de asombro en un estilo de juego de bloque bajo y repliegue. Seguro y dominante en el juego aéreo, autor de varias paradas en mano a mano ante Bélgica y tras su exhibición ante España, en la víspera al encuentro ante Portugal, Bono se erige como uno de los nombres propios de esta Copa del Mundo.
Reponerse a la suplencia
Criado lejos del norte de África como el grueso de sus compañeros en el equipo nacional, Bono nació en la canadiense Montreal en 1991. Su familia había emigrado a Norteamérica unos años atrás debido a que su padre era profesor de física en la universidad. Sin embargo, cuando cumplió tres años, sus progenitores volvieron a su origen, a Casablanca, donde Yassine desarrolló su amor por el fútbol como cualquier niño, en las calles. El juego del balón se tornó en algo serio cuando despuntó en el Wydad Casablanca en su adolescencia y el Niza decidió firmarlo. Aunque debido a un problema burocrático su traspaso naufragó y tuvo que volver a Marruecos.
Sin embargo, poco tiempo después, en 2012 fue el Atlético de Madrid quien golpeó su puerta. En la capital disfrutó de dos buenas campañas en el filial rojiblanco en la extinta Segunda B y, ante la imposibilidad de disputarle el puesto a Courtois, en 2014 se marchó prestado al Zaragoza, donde debutaría en el fútbol profesional español. En Segunda encontró la regularidad y las oportunidades y tras dos temporadas en La Romareda, finalizó su vinculación al Atlético y firmó por un claro candidato al ascenso, el Girona.
Precisamente con los catalanes alcanzó la Primera División en el curso 2017-18, aunque al premio de vivir la máxima categoría le acompañó la suplencia a un portero con solera en Primera. Pero, tras nueve partidos de Gorka Iraizoz en la titularidad gerundense, el meta marroquí consiguió darle la vuelta a la situación y soldarse a los palos de Montilivi durante la estancia de los catalanes en la Liga.
En 2019, después del inevitable descenso del Girona, Bono firmó por el Sevilla para ser previsiblemente el recambio natural de Tomas Vaclik, un checo que había caído muy bien en Nervión. Pasó más de media temporada en el banquillo, pero se repuso de nuevo a la adversidad. El norteafricano aprovechó una lesión de Vaclik, convenció a Emery en el último tramo del curso y fue vital en la enésima Europa League sevillista. En consecuencia, desde tal éxito se convirtió en un habitual en los onces del de Hondarribia, luego de Lopetegui y ahora de Sampaoli. Con la Premier League acechándolo, un club gigante se intuye como su próximo destino.
Ya sumergido en la temprana treintena, en un momento pletórico, Bono afronta el partido más importante de su carrera ante, con el respeto de Brasil y Francia, el ataque más prolífico del Mundial, una Portugal que aglomera un sinfín de jugadores talentosos en zona ofensiva que, incluso, se puede permitir dejar en el banquillo al mejor goleador de la historia de este deporte. Nadie pensó en Marruecos como una alternativa real al título pero, a tres partidos de la gloria, los de Regragui tienen la moral por las nubes, hacen un fútbol lógico y ya saben lo que es eliminar a una selección con cierto cartel. Cuando la autoestima domina a un grupo de hombres, los límites evidentes pueden transformarse en barreras de cartón.
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