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La historia de Unai Simón empezó a escribirse a pelotazos en el frontón de Murgia, su pueblo natal. Fue allí, entre las dos paredes, donde el ahora internacional absoluto comenzó su luna de miel con el fútbol. Casi todos sus colegas querían marcar goles y él prefería evitarlos. «Acababa mis deberes y me iba a jugar. Estaba con mis amigos o solo, pero el balón no faltaba. No sé cuándo me compraron el primero, pero el que lo hizo, acertó», comentó el guardameta del Athletic en una entrevista con este periódico. Serio y con una fuerte personalidad, que le permite convivir con el error y crecerse en la adversidad, el alavés pondrá sus manos al servicio de España en un Mundial al que llega como el número uno de Luis Enrique. Como lo que ya fue en la Eurocopa.
Unai Simón es un bloque de hielo bajo palos. Jamás se pone nervioso, actúa con calma en momentos de estrés y da seguridad a la defensa. Tal vez su principal defecto sea el juego con los pies, pero Luis Enrique le exige que sea el que inicie la jugada y evite en la medida de lo posible los pelotazos. «Necesitamos que el portero genere la primera superioridad. Él lo hace espectacular», le alabó el seleccionador. En la Eurocopa, contra Croacia, cometió un fallo grueso que los ajedrezados canjearon por gol. «Ha demostrado que, después de un error, es capaz de hacer paradas increíbles», salió en su defensa el preparador asturiano. Tenía razón: el de Murgia no acusa los golpes, los absorbe y se crece hasta compensar con creces los daños ocasionados.
Hay un Simón en el campo y otro fuera, donde se transforma en una persona cercana, divertida y encajadora de bromas. Para ello necesita estar en su círculo de confianza, rodeado de amigos de toda la vida, porque de lo contrario la coraza que lleva cada vez que se pone bajo los focos impide ver cómo es de verdad. «La gente me dice que soy serio. Pues los partidos tampoco son como para divertirse. Hablamos de 90 minutos de concentración. Tengo mis momentos de alegría, pero me los guardo dentro. Es mi manera de transmitir sobriedad al equipo», suele comentar el portero.
De pequeño admiraba a Buffon, «porque era un referente», pero ahora ha ampliado el abanico de los puntos de interés gracias a la oferta televisiva que le permite construir al portero perfecto. No quiere copiar nada, sino quedarse con aspectos de cada uno de ellos. Elige el juego de pies de Ter Stegen, el instinto y las paradas inverosímiles de Oblak, los reflejos felinos de Keylor Navas. Ahora bien, él es él, con sus virtudes y defectos, que a sus 25 años intenta reducir a la mínima expresión las lagunas de su fútbol. Tiene una gran confianza en sí mismo y acero en la cabeza, donde empieza todo.
El propio guardameta da mucha importancia a la preparación psicológica del portero. «Mentalmente tenemos que estar preparados para muchas situaciones que nos tocará vivir a lo largo de nuestra carrera». A Simón le gusta escuchar las opiniones de todo el mundo, las selecciona y procesa, pero al final él tiene la suya y es la que vale. En su mundo de soledad, que mide 7,32 metros de largo y 2,44 de alto, estar fuerte de cabeza es imprescindible para resistir el peso de los errores y de la responsabilidad.
Simón entiende el fútbol como un trabajo porque le pagan por competir, pero intenta no perder la esencia del niño que soñaba a lo grande en el frontón de Murgia. «Nos metemos en este mundo y se nos olvida que es un juego con el que disfrutábamos de pequeños». Ahora procurará hacerlo en Qatar, en el escaparate de la Copa del Mundo, donde la suerte de España estará en sus manos.
«Gran portero. Es un chico que tiene mucha confianza en sí mismo, pero en ciertas facetas está nervioso, como le sucede con el balón en los pies, que es donde más falla. Es un guardameta joven, que tiene muy buenas condiciones. Es además muy tranquilo, aunque a veces demasiado, y transmite mucha seguridad en su juego».
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