Adiós súbito a la era Luis Enrique. La reunión prevista para la próxima semana con el presidente de la Federación, Luis Rubiales, se ha adelantado después del sonoro fracaso de la selección en el Mundial y ambas partes han roto su relación después de cuatro ... años. Se termina por tanto un ciclo en el que La Roja más personalista de los últimos tiempos había devuelto la ilusión tras alcanzar las semifinales de la Eurocopa. Una expectación que sin embargo se ha visto truncada en la cita de Qatar con una eliminación en octavos ante Marruecos que ha precipitado los acontecimientos. En los despachos de Las Rozas se ha buscado el relevo dentro de casa y Luis de la Fuente, ahora al frente de la sub'21, asumirá el cargo. El exfutbolista del Athletic conoce como nadie la camada de nuevos talentos del fútbol nacional porque todos ellos han estado a sus órdenes antes de dar el salto.
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El preparador de Gijón llegó a la selección con una idea y la ha llevado hasta las últimas consecuencias. Hasta morir con ella. Su estilo, innegociable, funcionó bien al principio y alcanzó su máxima expresión en la cita continental, pero derivó con el paso del tiempo en una suerte de posesión estéril que disparó las alarmas en el tercer partido de la fase de grupos ante Japón y que provocó un incendio contra los norteafricanos. No ha habido alternativas de juego y tampoco ha habido futbolistas que las plantearan porque los mandamientos eran incuestionables. Catecismo intocable. «Para lo bueno y para lo malo», ha llegado a declarar Luis Enrique, que en este torneo ha vivido ambas sensaciones concentradas en muy pocos días. La fidelidad a sus principios ha sido alabada por sus defensores y vilipendiada por sus detractores, convencidos de que tras su terquedad había un aire de soberbia.
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El asturiano cogió las riendas de La Roja en un contexto muy complicado. El esperpento en Rusia en 2018, con la espantada de Julen Lopetegui tras desvelarse su acuerdo secreto con el Real Madrid, supuso la peor culminación posible a un largo periodo para olvidar. Debacle en la cita de Brasil, donde no se superó la fase de grupos, eliminación sin paliativos en octavos en la Eurocopa de Francia y la misma suerte en Moscú con Fernando Hierro como sustituto de urgencia de Lopetegui. El esplendor de España iniciado en 2008 con triunfos consecutivos en Austria y Suiza, Sudáfrica y Polonia y Ucrania se había apagado y la Federación necesitaba dar un golpe de efecto que mitigara la mala imagen en el campo y en la Ciudad del Fútbol. Y el elegido fue el gijonés, un técnico con un proyecto diferente que gustó a Luis Rubiales a pesar de que el carácter de ambos presagiaba un choque de trenes.
Luis Enrique se va con el edificio que quería levantar a medio construir. Había anclado los pilares sustentándose en la juventud insultante de sus listas, mezclándola con la experiencia, personificada en la figura de Busquets. El presidente del ente federativo había soltado cuerda para que maniobrase a su antojo, persuadido de que era el preparador idóneo para devolver a España al lugar que le corresponde en el orden futbolístico internacional. Ello a pesar de saber que buena parte de la Prensa de la capital le observaba desde la trinchera, dispuesta a abalanzarse sobre él en cuanto tuviera la menor oportunidad. Siempre con la mirada puesta en el medio y en el largo plazo, empezó a elaborar convocatorias sorprendentes que no dejaban indiferente a nadie. Y mientras unos se echaban las manos a la cabeza por la desaparición de Sergio Ramos, otros asentían al percibir aires de renovación.
Mientras sus relaciones con un sector de los medios se deterioraba en comparecencias cargas de tensión, el gijonés afrontó su primer gran examen en la Eurocopa de la pandemia. Lo superó con nota. El talento surgió como antaño en la cita continental y la selección de los Pedri y Gavi cayó en la semifinal en los penaltis ante Italia, a la postre campeona. El gran comportamiento de La Roja elevó el nivel de exigencia y, tras medirse también con éxito a las mejores selecciones europeas en la Liga de las Naciones, aterrizó en Doha con la vitola de candidata a levantar el trofeo. Pero la fluidez heredada de aquella cita sólo ha surgido con cuentagotas en el Golfo Pérsico y la eliminación ante Marruecos, sobre todo por cómo se produjo aceleró la sensación de un fin de ciclo. Los últimos momentos como seleccionado los vivió en el banquillo del Education City Stadium mientras veía cómo los suyos fallaban un penalti tras otro y su proyecto se derrumbaba con estrépito.
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