Rondo infinito en el Education City Stadium y sonoro fracaso en el Mundial de Qatar, el tercero consecutivo tras la debacle de Brasil y la astracanada de Rusia. La sustancial diferencia con los anteriores es que España había despertado de nuevo la ilusión ... de las aficionados después de su magnífico comportamiento en la Eurocopa de la pandemia, donde alcanzó las semifinales y cayó ante Italia, a la postre campeona, y por su forma de competir en la Nation League, un torneo menor a escala internacional pero que sirve para medir el potencial real de las selecciones del viejo continente.
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El pletórico debut en el torneo planetario ante Costa Rica, con un 7-0 histórico, alimentó aún más las expectativas en las posibilidades de un grupo que transmitía seguridad en el terreno de juego y que había logrado una paz duradera en su cuartel general, un factor determinante para sustentar la teoría y la práctica de un eventual éxito. Los mandamientos de Luis Enrique, esculpidos en una tabla indestructible desde que llegó hace cuatro años, funcionaban con garantías y el empate ante Alemania, agridulce por cómo se produjo, reforzó sin embargo a los jugadores en su ideario aunque en la segunda parte se apreciaron momentos, mínimos eso sí, de cierto descontrol.
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jon agiriano
Las alarmas saltaron tras la derrota ante Japón. Un tropiezo que estuvo a punto de adelantar incluso más el regreso a Madrid de La Roja –llegó estar 180 segundos eliminada– y que el entrenador asturiano atribuyó «a cinco minutos de pánico», olvidándose en su análisis de que sus futbolistas tuvieron media hora para revertir el desaguisado y fueron incapaces de hacerlo. «Con ellos cerrados resultaba muy complicado» fue el mantra en el cuerpo técnico y en el vestuario del combinado nacional cuando se les preguntaba por aquel ejercicio de impotencia. Como si nunca hubieran tenido que enfrentarse a rivales con diez hombres por detrás del balón. Eran palabras huecas que no entraban al fondo del asunto, que sonaban a excusa.
De hecho, excepto durante unos instantes en los que las entradas de Nico Williams y Morata dieron otro aire al equipo, lo cierto es que el choque de octavos ante Marruecos se asemejó bastante a lo que ocurrió ante los asiáticos. Horizontalidad desesperante, lentitud extrema en las combinaciones, movimientos predecibles de centrocampistas y extremos cuando participaron en la circulación y una sensación de fragilidad alarmante cada vez que los magrebíes recuperaban el balón y se lanzaban al ataque. Hasta que tuvieron oxígeno convirtieron las bandas en una cámara de tortura para los españoles. Lo que sufrió el debutante Llorente, la sorpresa en la alineación de Luis Enrique para este cruce a vida muerte, frente a Boufel no está en los escritos.
El seleccionador se ha hartado de asegurar en esta Copa del Mundo –y también antes de aterrizar en Doha– que el estilo que propugna es innegociable. Ha llegado a admitir que, más allá del resultado, le obsesiona que los suyos lleven a la práctica su doctrina hasta las últimas consecuencias. Este mensaje ha calado hondo en la caseta –y en el entorno– porque todos sus integrantes han defendido «a muerte» la singularidad de La Roja cada vez que han comparecido ante los medios.
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El problema es que quizás se ha producido un error de interpretación del concepto innegociable hasta convertirlo en sinónimo de rigidez e inflexibilidad. Si algo funciona desde luego que es mejor no tocarlo, pero si se aprecian signos de disfunción, por muy débiles que parezcan, es necesario tomar medidas con la máxima urgencia posible. Y, por supuesto, hay que ofrecer alternativas cuando el juego no fluye o el adversario sorprende con algún elemento táctico que no figuraba en el guion. Esta España ha maravillado cuando las cosas le han ido bien en el marcador, pero ha naufragado a las primeras de cambio en el momento en que han empezado a torcerse.
El paso de La Roja por Qatar ha sido desolador. Se va con una sola victoria frente a la endeble Costa Rica, una derrota ante Japón y dos empates ante Alemania –una potencia mundial– y ante Marruecos, que tiene sus armas pero que es a todos los efectos un rival menor. Luis Enrique se ha declarado el líder de la selección. Y como tal debe dar sus próximos pasos. Huele a cambio de ciclo.
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