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JON AGIRIANO
Enviado especial. Krasnodar
Martes, 26 de junio 2018, 18:33
Más que decepción por manera tan pobre en que ha conseguido su pase a los octavos, lo que ha provocado la selección española en sus tres partidos en el Mundial ha sido desconcierto. Nadie esperaba esta metamorfosis tan extraña y desagradable. Aunque ahora algunos ... lo olviden y vayan por ahí pregonando que ellos ya anunciaron el Apocalipsis y que La Roja no era más que una hoguera apagada de la que solo quedaban las cenizas del esplendor, lo cierto es que, durante los dos últimos años, ha sido un buen equipo, fiable y competitivo al máximo nivel. De lo contrario, hubiera sido imposible que acumulara veinte partidos consecutivos sin perder antes de llegar al Mundial, donde por cierto continúa invicta a pesar de los pesares, que son muchos.
Durante el ciclo de Julen Lopetegui, España fue un alumno ordenado y responsable, atento al profesor, brillante en ocasiones, siempre fiable en los exámenes. Y de repente, sin una razón de peso que lo explique, se ha convertido en otro muy distinto, uno vago y despistado que se pasa las clases en las musarañas y solo aprueba copiando. Así, desde luego, no va a ningún sitio. Esto es tan evidente que hasta lo reconocieron el lunes Fernando Hierro y sus jugadores. «Este no es el camino», aseguraron en la sala de prensa y en la zona mixta del estadio de Kaliningrado. Se agradeció la autocrítica, pero tampoco descubrió nada nuevo. Lo que hay que saber es qué ha ocurrido para que un equipo que pretendía ir a Hondarribia desde Madrid a comer pinchos y llevaba meses preparando el viaje con ilusión se haya encontrado en la carretera con un cartel que pone 'Puertollano 7 kilómetros'.
El primer diagnóstico está claro. A España se le ha derrumbado, como en una especie de letal efecto dominó, su engranaje defensivo, que fue el que llevó a la gloria tanto como la extraordinaria calidad técnica de sus jugadores. Recordemos de nuevo aquel dato demoledor y único en la historia: La Roja no recibió un solo gol en los diez partidos que jugó, tras superar la fase de grupos, en las Eurocopas de 2008 y 2012 y en el Mundial de 2010. Ni uno. Y otro dato más. En la totalidad de esos tres grandes torneos, recibió 6 goles. Pues bien, en los tres partidos que ha jugado en Rusia 2018 ya le han caído cinco. Y lo peor no es esta cifra tan abultada, por negativa que sea. Lo peor es la forma en que se ha llegado a ella, la enorme sensación de fragilidad, de vulnerabilidad, que trasmite España.
Se percibió contra Portugal, también con Irán y todavía más con Marruecos. En Kaliningrado, el despropósito se hizo mayúsculo. Cinco veces atacaron con propiedad los pupilos de Hervé Renard, dos de ellas en regalos inaceptables de los centrales españoles. Marcaron dos goles, pegaron un larguero, obligaron a De Gea a detener un mano a mano a Boutaib y tuvieron un remate dentro del área que rechazó en Piqué cuando ya se colaba. Dicho de otro modo: cada vez que le llegaron, España sufrió un tortura. Que esto suceda ante Brasil, Alemania u otras potencias con un gran arsenal ofensivo, puede entenderse. Lo que no se entiende de ninguna manera es que sean Marruecos o Irán quienes te metan el miedo en el cuerpo y te pongan como un flan cada vez que pasan del centro del campo.
Para que suceda lo que ha sucedido se tienen que dar una serie de circunstancias negativas que, juntas y revueltas, acaban formando un cóctel explosivo. Ya estaba asumido que a España le falta ahora un Marcos Senna o un Xabi Alonso, dos seguros de vida. Y también que por las características de sus centrocampistas no iba a ser capaz de sostener en este Mundial largas fases de buena presión tras pérdida que le permitieran robar el balón arriba y jugar al equipo muy adelantado. Busquets no está bien físicamente. Hasta parece más delgado. El caso es que juega a un ritmo más bajo del habitual. Iniesta tiene 34 años y viene de disputar 700 minutos más que la pasada temporada. Las virtudes de Isco no son precisamente las de un sabueso. Y lo mismo puede decirse de Thiago, que además es poco fiable manteniendo la posición. En cuanto a Silva, por el nacimiento muy prematuro de su hijo se ha pasado medio año casi sin entrenar con el City, viajando a Manchester solo a jugar. Dicho esto, se confiaba en que estos jugadores defendieran como mejor saben, a través de la posesión y terminando las jugadas, pero tampoco esto lo están consiguiendo con la continuidad debida.
España se ha encontrado, por otro lado, con un problema con el que no contaba en ninguno de sus cálculos: el bajísimo nivel mostrado por el portero y cuarteto defensivo, del que solo se salva -y tampoco por mucho- Jordi Alba. Por razone que nadie acierta a explicar, De Gea está en crisis. Falló ante Suiza en el amistoso de Villarreal y, desde entonces, no levanta cabeza. En su segundo gran torneo con la selección, es como si le atormentara la larga sombra de Casillas. El caso es que transmite cualquier cosa menos seguridad. Y viniendo de un portero, ese virus se contagia muy rápido. En una situación así, y con Carvajal todavía disminuido, sin ritmo -él, que es todo ritmo-, un equipo tiene que sostenerse con sus grandes pilares, con aquellos futbolistas de largo recorrido y sólida reputación que no fallan en los momentos más difíciles. En España, hablamos de Sergio Ramos y Piqué, tal vez la mejor pareja de centrales del mundo. Que ante Marruecos ofrecieran ambos una imagen tan penosa, sobre todo el capitán, es como para echarse a temblar por la inestabilidad que puede generar en el grupo.
Quedan varios días hasta que llegue el cruce de octavos en Moscú ante Rusia, la anfitriona. España, que disfrutó este martes de un calurosísimo y tormentoso día libre en Krasnodar, puede aferrarse a que el pasado, pasado está. Puede consolarse incluso pensado en selecciones que llegaron a lo más alto de un Mundial tras una primera fase lamentable. La Italia de 1982 es el caso paradigmático. Ahora bien, no puede engañarse. Los primeros en saber que así no tienen ningún futuro son los jugadores y Fernando Hierro, que fue un gran defensa y habrá que ver cómo actúa en una situación de esta emergencia. Su dilema está muy claro. O asienta de nuevo sus cimientos o a este equipo se lo lleva el viento.
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