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aser falagán
Viernes, 2 de diciembre 2022, 16:47
En verano de 2004, cuando Houalid Regragui llegó a España, se estaba pasando el juego. En plena pretemporada el Racing, que acababa de ficharle, estuvo a punto de rebautizar el Test de Probst como Test de Walid, que así escribían su nombre. Pero poco antes ... de comenzar la Liga su tibia y peroné asomaban a flor de piel. Se acabó. Llegaría a jugar 26 partidos en dos temporadas en Primera con el Racing y pasar fugazmente por el Grenoble, pero ya nunca fue el mismo.
Desde entonces han transcurrido cuatro lustros y medio. Ahora la fotografía es otra. La de un Regragui celebrando eufórico la clasificación de Marruecos para octavos de final. El olor a hierba transforma a un tipo serio y directo, pero de revoluciones mucho más bajas en su día a día.
Regragui (23 de septiembre de 1975) nació al lado de Ceuta, pero se crió en Corbeil-Essonnes, muy cerca de París, así que se empapó de la cultura francesa desde niño. El futbolista discreto, serio y reservado en la calle y todo un vendaval sobre el césped, comenzó su carrera en otro Racing, el de Francia, heredero del de París, pero fue el Toulouse el que le hizo debutar en la Ligue 1 y propició que pudiera echar mano de sus raíces marroquíes para ser internacional con los leones del Atlas.
Dos buenas temporadas en el Ajaccio terminaron de forjar a un futbolista tardío para la élite y lejos del tópico. Creyente y discreto, llegó a Santander con su mujer y su primera hija y pronto se ganó el respeto de sus compañeros. Sin intimar, porque sin haber cumplido aún los 29 años ya era más de vida casera, pero sin desentonar. «Es uno de los mejores compañeros que he tenido dentro de un vestuario. Educado y comprometido, aunque no pudo jugar mucho. Guardo muy buen recuerdo de él», recuerda José Moratón, capitán de aquel Racing de Regragui que entrenaron Lucas Alcaraz, Nando Yosu y Manolo Preciado.
Desconocido en España, llegaba sin embargo con buen cartel: titular en la Ligue 1 y Marruecos, debía ser el lateral derecho titular. A las pocas semanas de llegar a España, este políglota que habla a la perfección árabe, francés e inglés ya se defendía en castellano, y en un piñado de meses lo dominaba. Un homenaje a la constancia, como lo han sido sus carreras como futbolista y entrenador.
Pero esa lesión que a la postre condicionaría el final de su carrera lo cambió todo. «Tengo guardada la imagen de esa lesión. Nos hubiera venido bien, porque era un lateral fuerte en defensa y que doblaba bien, de los que se llevan ahora. Cuando se lesionó en La Albericia tuve que apartar la mirada porque me mareaba, y eso que yo también he sufrido lesiones graves», explica otro de sus compañeros en Santander, Oriol Lozano, que le recuerda como «un tío serio y trabajador». No era para menos. Su pie miraba noventa grados en dirección contraria a donde debería estar. Aunque terminó la temporada jugando, se le quedó la flechita hacia abajo en El Sardinero.
A la selección
Retirado algo antes de lo que hubiera deseado en Marruecos, el mismo país forjó después a un técnico muy preocupado, por cierto, por lo que se dice de él, como ya lo hacía en su época como futbolista, en contraste con su vida de puertas para dentro. Cuando comenzó a entrenar se le acusó de defensivo y le dolió. Él no se ve así. O no demasiado: «Admiro a Guardiola, a Simeone, a Ancelotti... pero tengo mi propio estilo. Al principio solía poner mucho énfasis en la posesión y en la presión alta, pero me he vuelto más pragmático».
No debe ser sencillo gestionar la frustración con un carácter tan disciplinado. Proclamarse campeón de Liga y de la Liga de Campeones africana fue para él una especie de retribución kármica; un desahogo. Esa preocupación por las críticas es la que deja ver en ocasiones al Regragui de más carácter, habitualmente contenido en su exquisita educación; en los matices que destila su cultura a caballo entre la mediterránea, la francesa y la magrebí.
Se hizo cargo de los leones del Atlas, en cuyo cuerpo técnico ya había estado, en agosto en sustitución del polémico Valhid Halilhodzic, que no consiguió clasificar al equipo para la Copa de África. Con carácter pero sensible al entorno, lo primero que hizo fue absolver a los castigados, incluido Hakim Ziyech. Prescindir del delantero del Chelsea era algo que Marruecos no se podía permitir un tipo pragmático como él. Pronto armó un bloque pertrechado en la defensa y sus individualidades. ¿Que tiene como laterales a Hakimi y Mazraoui? Pues profundidad en bandas. ¿Que cuenta con Ziyech y En-Nesyri? Pues a jugar juntos.
Con Marruecos ha mantenido un estilo sobrio, a lo Mourinho o Allegri, pero con más alegrías ofensivas, y en algunos momentos se ha animado a probar el 4-3-3 y le ha ido bien. Ahora vive un momento feliz. De pronto es un entrenador en la élite mundial y ve cómo se alaba su lectura de los partidos. Buena recompensa para un trabajador del fútbol.
Tras la clasificación lanzó un mensaje: «Cuando tienes la posibilidad de hacer historia, lo recuerdas toda la vida». La Roja deberá tener cuidado con esa consigna, porque el Marruecos de Regragui no se conforma.
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