Las instalaciones olían como los coches nuevos de los concesionarios y había el mismo eco por la altura a la que estaba el techo que cubría el campo reglamentario donde íbamos a entrenar esa tarde. En Frankfurt se celebraba la feria del libro más grande ... del mundo, España era el país invitado, y los escritores alemanes aprovecharon para convocar a un grupo de escritores españoles a jugar un partido de fútbol como un punto de encuentro entre lo cultural y lo deportivo que terminaría por configurar amistades, vínculos editoriales y lectores a cada lado de los Pirineos. El centro era de la Federación Alemana de Fútbol, y mientras accedíamos a unos vestuarios tan grandes como discotecas (si es que hay discotecas que tienen jacuzzis y duchas), era fácil imaginar por allí a Flick y compañía, aunque aún no lo hubieran pisado. Porque las instalaciones eran nuevas, pero tenían ese aire alemán que transmiten las cosas que funcionan y son cómodas y fiables y no fallan y abruman, sobre todo, a los españoles que tienden a verse a sí mismos espontáneos, caóticos, imprevisibles, viscerales, curtidos en campos de tierra y grijo, como contaba el propio Casillas de sus inicios como portero.
No pregunten quién ganó aquel partido en Frankfurt, porque lo saben, o al menos lo intuyen; hay algo en los alemanes que, ante ellos, tiende a empequeñecer la visión que se tiene de ciertas cosas. La mítica frase de Lineker de que el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania es una muestra de ello. Sin embargo, ¿nos la seguimos creyendo? La frase ha perdido fuerza después del Mundial de Rusia, cuando se estrellaron en la fase de grupos, pero los responsables de márketing de la selección alemana podrían haberla puesto, por ejemplo, en los vasos de cerveza alrededor de los estadios como advertencia del resurgir germano. De alguna manera, habrían metido miedo, o al menos, la posibilidad de la duda.
La capacidad de las palabras para transformar lo que sentimos hace que, frente al término Die Mannschaf, uno juegue un poco contra sí mismo. Pero no hay vasos en los estadios de Qatar, y los alemanes hoy van a jugar contra la España de los jóvenes, el streamer y del 7-0, es decir, una formación desacomplejada y liberada de frases hechas. Así que acostumbrados a liderar el relato de los mundiales (solo le supera Brasil, con cinco copas), pero también el de la economía o la política, me pregunto qué se estarán diciendo a sí mismos los jugadores alemanes, qué voces suenan en su cabeza cuando se levantan y se miran al espejo, o cuando lleguen hoy al vestuario y se quiten la ropa, se aten los cordones y se pongan la camiseta con la banda tricolor que tanto temor ha despertado. Es posible que hoy pese más lo que se digan a sí mismos que las cuatro estrellas del pecho, porque si al recuerdo ruso le suman las frases de su prensa y el partido de Japón, están abocados a la 'profecía autocumplida', un proceso que consiste en proyectar lo que va a pasar y que, de tanto decírtelo, te lo acabas creyendo, y por tanto, acaba pasando.
Lo bueno del fútbol es que no siempre cumple el argumento y, como una buena novela de misterio, te sorprende con que el asesino no es quien creías. ¿Qué se dirán los jugadores de La Roja a sí mismos cuando miran el tabique nasal de Luis Enrique; que van a hacer historia o que la historia va a pasarlos por encima, se creerán que son españoles y a qué quieres que te gane, o escribirán su propia profecía? Contra Alemania, uno siempre juega un poco contra sí mismo, que se lo digan a los escritores españoles, que en Frankfurt se pusieron la camiseta de la selección y unas botas de multitacos, mientras el mundo editorial hacía negocios.
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