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Estados Unidos era el candidato mejor colocado para celebrar el Mundial de 2022, por delante de Australia, Corea del Sur, Japón y Qatar. Sin embargo, en la cuarta y última votación celebrada en la FIFA a finales de 2010 varios compromisarios -Francia, por ejemplo- ... cambiaron de parecer. Qatar ganó por 22 votos contra 14. Más tarde se supo que, poco antes de la votación, Hammam, empresario multimillonario y presidente de la Federación de Qatar y de Asia, se había reunido en el Palacio del Elíseo con el presidente francés, Nicolas Sarkozy, el presidente de la UEFA, Michel Platini, el máximo mandatario de la FIFA Blatter, JosephB latter, el propietario del PSG, el primer ministro catarí y el príncipe heredero de Qatar, Tamim, hoy el máximo dirigente del país. Francia se comprometió a apoyar la candidatura de Qatar a cambio de que este rescatara al PSG, como así ocurrió. Qatar Sports Investments adquirió el club francés más icónico.
EE UU alentó las investigaciones para esclarecer su fiasco. También la justicia suiza. En 2015 estallaba el FIFAgate: los Mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022 se habrían logrado mediante sobornos a medios de comunicación y personal del comité ejecutivo de la FIFA. Qatar había pagado hasta 3,6 millones a 30 miembros de la FIFA.
La corrupción va más allá de la elección de una sede. El presidente del PSG -Nasser Al-Khelaifi-, que dirige también un emporio mediático que incluye la cadena beIN Sports, ha sido acusado de sobornar al secretario general de la FIFA, Jérôme Valcke, para que su cadena lograra hacerse con los derechos de emisión de los Mundiales de 2026 y 2030. Aunque fue absuelto en primera instancia en 2020 por falta de pruebas, la Fiscalía suiza ha vuelto a la carga en 2022 y solicita 28 meses de cárcel para Al-Khelaifi. Pero el jeque catarí juega sus bazas: se ha convertido en el presidente de la Asociación de Clubes Europeos y es el mayor aliado del actual presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin, que le necesita en su oposición a la Superliga.
Nada de lo ocurrido con relación al Mundial de Qatar nos debe sorprender. La FIFA ha estado salpicada en casos de corrupción, igual que el COI en los Juegos de invierno en EE UU de 2002 o los de verano en Brasil de 2016. En el FIFAgate, el Departamento de Justicia de EE UU ha procesado a más de 50 personas, físicas y jurídicas, de más de 20 países, por sobornos y blanqueos de capital. Pero en los dos últimos años, la Justicia norteamericana ha llevado a cabo una sospechosa maniobra: culpabiliza a los corruptos de la FIFA a nivel individual y exculpa al organismo que rige el fútbol mundial. Es más, la FIFA ha de ser compensada con 300 millones de dólares por las pérdidas que le ha generado el proceso legal.
Sin duda es imposible explicar este giro sin tener en cuenta quiénes han sido designados por la FIFA para albergar el Mundial de 2026: Estados Unidos, Canadá y México. Unos meses antes de que en 2018 esta candidatura se impusiera en las votaciones sobre la de Marruecos, el presidente estadounidenses Donald Trump había confiado en la amenaza directa, en vez de en sobornos o diplomacia oculta: «Sería una pena que los países a los que siempre apoyamos fueran en contra de la propuesta de los Estados Unidos. ¿Por qué deberíamos apoyar a estos países cuando no nos apoyan, incluso en las Naciones Unidas?».
Como la unión hace la fuerza, las naciones se han dado cuenta de que presionan mejor en candidaturas conjuntas. Para el Mundial de 2030, Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile concurren al unísono, mientras España lo hace con Portugal y -no por casualidad- con el país de moda: Ucrania. Claro que, en vista del éxito de Qatar, los petrodólares de Arabia Saudí confían en llevarse el gato al agua, uniéndose a uno de sus socios tradicionales -Egipto- y a otro aliado mediterráneo -Grecia- para ganarse el favor de los europeos. La pelea promete activar, de nuevo, todos los resortes subterráneos de la corrupción y la diplomacia del fútbol. Lo de menos será evaluar la idoneidad de cada candidatura.
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