La pantalla era tan grande que más que un televisor parecía un proyector de cine, pero en el techo del local no había ningún proyector, sino esculturas de cocodrilos dorados, lámparas fastuosas y cañeros tan sofisticados que daba pudor usarlos. Hasta los lavabos del baño ... eran dorados. Todo tenía una estética desdoblada entre lo fabuloso y lo vencido, y en medio de todo surgía la figura de Messi cuando le enfocaba la cámara, corriendo contra sí mismo hasta que marcó el golazo a México que hizo temblar el bar. Los argentinos reaccionaron de tal manera que hasta los cocodrilos de yeso abrieron la boca.

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Su forma de ver el fútbol, de sentirlo, padecerlo o disfrutarlo, te deja sin palabras, y ese pinzamiento entre el deseo de mirar y la necesidad de huir de la pantalla que los mantiene malheridos resulta inexplicable. Hoy que España se juega su pase a octavos, cada uno hace lo que puede con sus nervios, ¿pero cómo se explica esa sensación que tenemos ante el partido, acaso una palabra define esa reacción entre el terror y lo espléndido que nos provoca? La respuesta, en tal caso, la tiene Japón.

Al fútbol le faltan palabras y le sobran sentimientos, y quizá sea mejor así, porque a las puertas del último partido de la fase de grupos, uno puede comprender las estadísticas pero no lo que siente. En ese sentido, Japón nos lleva la delantera con su lenguaje, porque pocos países son capaces de nombrar percepciones o sentimientos como ellos. En su diccionario hay palabras que no tienen traducción a nuestro idioma, pero eso que nombran, sin embargo, sí que existe. Por ejemplo, komorebi define la luz que se filtra entre las hojas, o boketto nombra la mirada perdida a lo lejos sin pensar en nada en particular.

Otro término propio de la cultura del país es kintsukuroi, que consiste en arreglar una pieza de cerámica rota uniendo sus pedazos con oro, de forma que lo que estaba roto después es más hermoso a pesar de haberse cascado. Todo esa compasión cabe en una palabra, como cabe en la palabra tsundoku un vicio que tenemos los lectores: comprarte un libro y, en vez de leerlo, apilarlo sobre otros libros que no has leído.

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¿Tendrán una palabra para definir el temblor que sucede en la tripa y en las ingles cuando el partido está a punto de empezar, con el balón pisado en el centro del campo y el silbato en la boca del árbitro; tendrán un término con el que explican en apenas unas letras la inhóspita frialdad que se te mete en la tráquea cuando meten gol a tu equipo y no se puede hacer nada para que Füllkrug falle el tiro porque el VAR remienda pero no vuelve atrás el tiempo? ¿Qué palabra de todas las que usan los nipones podríamos adoptar para definir lo que sentimos hoy en España mientras hacemos cálculos matemáticos que sumen 7 para decir octavos?

Según la Fundéu, hemos incorporado al menos 59 términos japoneses a nuestro diccionario: catana, bonzo, sushi o ninja son solo algunos, pero en lo futbolístico su mayor influencia sobre nosotros tiene que ver con algo tan propio del país como el manga: los dibujos de Oliver y Benji nos hizo creer a los niños de los 80 en las acrobacias al filo del área o en parejas de oro como la que formaba el protagonista con Tom Baker, capaces de hacer jugadas combinadas en campos tan largos como el pasillo de 'El Resplandor'. Sin embargo, nada de lo que vimos explica lo que nos hace sentir un partido de verdad, y a falta de palabras que nos ayuden a sobrellevarlo, qué mejor que un cocodrilo dorado para entender que aún nos quedan cosas por ver en el mundo y en una pantalla.

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