Los cataríes quieren ser noruegos

Los cataríes quieren ser noruegos y no pueden. Viven en un desierto, hace un calor de mil demonios desde las ocho de la mañana y, para colmo, tienen la tez cobriza y un pelazo oscuro y brillante que parece la tapicería de un coche oficial. Pero en Qatar les gusta pasar frío y eso es algo que yo no comprendo ni harto de multiculturalismo. He aquí probablemente un caso colectivo de disociación cognitiva que haría las delicias de los psicólogos. Entre los muchos periodistas argentinos que empiezan a llegar seguro que hay algún psicoanalista reconvertido; tendremos que preguntarle.

Como quieren ser noruegos y no pueden, pero tienen más gas que una cocacola recién agitada, han decidido subir el aire acondicionado a lo máximo que les dé. Será por dinero. No sé si habrá en Qatar un ministerio de transición ecológica, pero me gustaría ver a su titular por un agujerito. El hombre tiene que tirarse el día haciendo crucigramas y viendo culebrones turcos. El día en que Greta decida venir a Doha, acaba inmolándose en el desierto entre severas invectivas.

Pronto comprendimos que la sudadera iba a ser una prenda muy necesaria. Cuando uno sale a la calle recibe el azote violento del sol, pero en cuanto se mete en un sitio decente cae la temperatura como si hubiera llegado de improviso una nueva glaciación. Yo me quedé dormido a la hora de la siesta sobre la cama del hotel y cuando desperté, una hora después, casi me salía humillo de la boca. No sabía si llamar a Recepción o al padre Karras para que me practicara un exorcismo. A mi compañero Iván le explicaron que el aire acondicionado se quitaba apretando el botón del dos en el mando a distancia de la televisión, lo que tiene una lógica irrefutable, pero a mí solo me salía Al Jazeera y un señor con turbante dando las noticias. Ahora toso que da gusto y encima se me han olvidado los frenadoles.

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