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Jon Rivas
Lunes, 5 de diciembre 2022, 00:26
Fue el hermano Víctor, del colegio de los Maristas, quien apreció las cualidades de Josetxu Iraragorri como futbolista. Muy cerca del caserío de la familia, en el campo de la dinamita, le veía jugar y chutar el balón como no lo hacía ninguno de sus ... compañeros, muchas veces descalzo para evitar la reprimenda de su madre viuda por tantas alpargatas rotas. José ya había empezado a aprender el oficio de ajustador en la compañía Euskalduna, a la vera de San Mamés. El fraile se puso en contacto con el Athletic y les habló del chico y ahí comenzó la historia. Ahora, el hermano Víctor y José Iraragorri tienen, cada uno, una calle con su nombre en Galdakao. El Chato, además, fue el autor del primer gol de la historia de España en un Mundial.
«No lo sabíamos hasta hace unos pocos años», apunta María, la hija del futbolista, que jugó en el Athletic, pero también en el viejo Gasómetro, con los colores de San Lorenzo de Almagro, y en el España de México antes de regresar al viejo caserío familiar, convertido ahora en hotel y restaurante. «Tampoco nos atrevíamos a decirlo, porque en algunos lugares ponía que fue Langara, pero no. Fue mi aita quien lanzó aquel penalti contra Brasil». Ocurrió el 27 de mayo de 1934, en el estadio Luigi Ferraris de Génova, en el partido de octavos de la segunda Copa del Mundo.
Iraragorri tenía 22 años y ya había ganado tres ligas y tres copas con el Athletic, una del Rey y dos del presidente de la República. Había debutado como internacional con 19 años, en San Mamés y contra Italia. «Fue gracias a Luis Regueiro», aclara Joseba, su hijo. «Un gesto de suprema amistad», confiesa María. «Jugaban en el mismo puesto, y Luis fingió una lesión a los 10 minutos para que mi aita pudiera jugar en casa su primer partido con España». Sin padre, al que apenas conoció, ya que falleció en un accidente en la fábrica de la Basconia, José se apoyó en otras figuras de autoridad, primero el hermano Víctor, luego Frederick Pentland, su entrenador. «Llegó al Athletic con 17 años y el mister fue un padre para él. Incluso cuando ya retirado le gustaba llevar el traje impecable, la camisa bien planchada», al estilo del entrenador inglés.
Firmó por el Athletic y el club le adelantó el dinero de la ficha, mil pesetas, un dineral en aquella época. Llegó a casa y le entregó, orgulloso, los billetes a su madre. «Pero mi amama no daba crédito», asegura María Iraragorri. «No se creía que pudieran pagar dinero por jugar al fútbol», así que, «al día siguiente se presentó con mi aita en el club, para que allí le dijeran si era verdad que le habían dado las mil pesetas». Por supuesto, en las oficinas del Athletic le confirmaron que José cobraba por jugar. Empezaba una fructífera carrera, que alcanzó su cénit, después de los títulos rojiblancos, con su convocatoria para el Mundial de Italia en 1934.
«Todo estaba preparado para que ganaran los italianos», dice Joseba. «Mussolini había dado órdenes estrictas. Ganar no era una opción, sino una obligación», corrobora María, que a caballo entre Galdakao y Barcelona por sus compromisos laborales, dedica parte de su tiempo libre a rescatar recuerdos de la vida de su padre, que falleció cuando los dos hermanos eran muy jóvenes. «Se casó muy mayor», de hecho su mujer, Conchita Bengoetxea, todavía vive en la casa familiar.
«Nosotros nos saltamos una generación y la gente cree que somos los nietos de aita, y no sus hijos cuando enseñamos las fotografías del restaurante», señala Joseba, que apenas supera los cuarenta años. «Recuerdo cuando aita estaba muy mal, y por Reyes, vinieron a visitarnos el presidente del Athletic, Pedro Aurtenetxe, y Javier Clemente. Yo tenía nueve años», recuerda. «Nos regalaron un balón y un disco de Miguel Bosé, y a mi ama una colonia de Loewe», apunta María.
Luego, cuando murió, cinco días antes de que el Athletic ganara la Liga en 1983 en Las Palmas, «vinieron al funeral los jugadores», dice Joseba. «Yo estaba aturdido, como anestesiado, pero recuerdo aquel día a Txato Núñez junto a mí».
En el primer partido de España en la historia de los mundiales, el seleccionador, el médico vitoriano Amadeo García Salazar, alineó a Zamora y diez jugadores vascos, seis vizcaínos y cuatro guipuzcoanos, y cuando Gorostiza sacó una falta que desvió Zacconi con la mano, fue Josetxu Iragorri, un cañón en las piernas cuando disparaba, quien asumió la responsabilidad de lanzar el penalti, batir a Pedroza y pasar a la historia.
España ganó 3-1 y se enfrentaba en cuartos a la Italia de Vittorio Pozzo, que era seleccionador y a la vez escribía la crónica de 'La Stampa' de Turín que tituló: «Soberbio espectáculo». Se adelantó España con un gol de Luis Regueiro, después de una falta cometida sobre Iraragorri. En el 45, en un balón sobre el área de España, Schiavio sujetó por la cintura a Zamora mientras Ferrari remataba. El árbitro Beart anuló el gol, pero después lo validó. Obvió también un patadón a Josetxu Iragorri en el área y anuló dos goles. «El de Lafuente fue un escándalo», recordaba después Ricardo Zamora. «Cogió el balón en su campo, regateó a varios italianos, marcó… Y se lo anularon por ¡fuera de juego!».
Escándalo como en el partido de desempate al día siguiente, con siete jugadores españoles lesionados por el juego sucio italiano. Zamora con dos costillas rotas, Iraragorri también fuera. Bosch cayó víctima de una entrada salvaje, en el minuto 1; el árbitro anuló dos goles legales a Regueiro y Quincoces, y dio por bueno el de Giusseppe Meazza, mientras Demaría agarraba al portero Nogués. El escándalo fue de tal calibre que la federación suiza, y después la FIFA, expulsaron a René Mercet, el árbitro.
Los seleccionados regresaron a casa en medio de la indignación popular. El periódico 'La Voz' comenzó una campaña de desagravio para homenajear a los jugadores, mediante la entrega de una medalla conmemorativa. La iniciativa desbordó al diario madrileño, al que se unieron los demás medios, y la suscripción popular superó las previsiones. Se diseñó una medalla de oro con el anverso común para todos y el reverso personalizado con una imagen de cada jugador. «La teníamos guardada en el banco», señala María, «y no sabíamos bien qué significado tenía». Ahora está en el museo del Athletic, cedida por la familia, junto a la que les entregó la organización a cada jugador.
Ella conserva al cuello otra medalla más, de plata, con la imagen de la copa Jules Rimet, ofrecida por la FIFA. La de la suscripción popular se la entregó a los futbolistas el presidente Niceto Alcalá Zamora, en un acto en el que también recibieron una condecoración, la Orden de la República, que los Iraragorri conservan todavía junto a una insignia del mismo reconocimiento, «que es la que mi aita solía llevar».
Luego llegó su última Liga con el Athletic, la Guerra Civil, la gira con la selección de Euskadi, la admiración del Che Guevara, que guardaba los cromos de Iraragorri y Langara mientras su padre gestionaba la entrada del equipo en Argentina. Su paso por San Lorenzo y luego el España, en México, donde contó con la protección de los hermanos Arechederra, los empresarios de origen bilbaíno que luego comprarían un autobús para el Athletic. «Mi padrino es el hijo de Jaime Arechederra!», confiesa Joseba, el hijo de José Iraragorri.
Finalmente, el regreso a casa, al Athletic y el caserío familiar. «Aita volvió porque mi abuela estaba preocupada», recuerda María. «Le habían dicho que José tenía tuberculosis, aunque no era cierto». Después de un largo intercambio epistolar, el futbolista decidió embarcarse de vuelta a Galdakao para que su ama comprobara que seguía bien. Las baqueteadas maletas de aquel periplo siguen apiladas en el hotel de la familia. Ahora son un recuerdo sentimental del gran Iraragorri, el primer jugador de España que anotó en un Mundial.
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