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J. Gómez Peña
Domingo, 18 de diciembre 2022, 00:38
A Didier Deschamps, seleccionador francés, le gusta que a las ruedas de prensa le acompañe Hugo Lloris, el portero del equipo. Confía en él también fuera del campo. Sabe que no dirá nada inadecuado, que no encenderá ninguna polémica y que tratará de apagar las ... que ya se hayan desatado. Es él quien habla, en tono suave, en el vestuario. Las arengas son suyas, sin gritos pero profundas. Lloris, de 35 años, nacido en una familia rica de Niza, educado en colegios caros, casado con su novia de siempre y dedicado a obras benéficas, es un tipo tranquilo, de fiar. Es, además, historia de los mundiales. Este domingo, en la final del Mundial, superará al alemán Manuel Neuer al sumar 20 partidos en este torneo. Ningún guardameta tiene tantos. El número 1 es suyo. El líder.
Al carácter vehemente y, a veces, agrio de Deschamps le viene bien tener a su lado el bálsamo de Lloris, el capitán de una selección con estrellas como Mbappé y Griezmann. Estos días le recuerdan a Lloris que ya es el jugador francés con más partidos internacionales, 144 con la final, más que Lilian Thuram (142). Y que si Francia le gana a Argentina será el primer portero que como capitán alza dos veces el trofeo. «Es algo para estar orgulloso, pero es secundario. Lo primero es ganar el Mundial», señala el meta galo. Dicta el discurso de su equipo. Habla por todos y todos le escuchan y asienten: «Argentina es un gran equipo y tiene en su filas a un jugador (Messi) que es historia del fútbol. Medirse a ellos lo hace aún más hermoso. Tenemos argumentos para combatirlos», anima.
Su primer apellido, Lloris, es de origen valenciano. Sus abuelos, catalanes, huyeron de España durante el régimen de Franco. La familia se estableció y medró en Niza. El padre del portero, banquero, hizo fortuna en Montecarlo. La madre era abogada de un bufete inglés en Mónaco. Murió en 2008, cuando Hugo jugaba en el Niza. Dos días después del fallecimiento, Hugo defendió la portería de su equipo. La mantuvo a cero. «Mi madre siempre me decía que hay que trabajar y mirar al futuro», recuerda
.
Lloris cree en la familia, en el equipo. Sus padres le llevaron pronto a una pista de tenis. El chaval cambió de rumbo por su cuenta. Tiró hacia la portería, como tantos adolescentes de los suburbios de Niza. En casa le pusieron como condición que sacara buenas notas. Estudiaba por la mañana y por la tarde se entrenaba y cursaba idiomas. Unas semanas después de sacar la selectividad con buena nota se proclamó campeón de Europa Sub'19 con Francia. Sus primeros contratos profesionales pasaban antes por las manos de su padre, su mejor consejero financiero.
Paradas decisivas
A la selección absoluta llegó con Raymond Domenech como seleccionador en noviembre de 2008, cuando tenía 21 años. Y lleva una década en el combinado a las órdenes de Deschamps. Ha estado en cuatro mundiales y hoy puede levantar su segundo título, tras el de Rusia 2018. «Queremos que Francia entre en la historia del fútbol», repite. Buscan repetir título, algo que sólo han logrado Italia (1934-38) y Brasil (1958-62). Lo dice con su habitual calma. Nada que ver con los mensajes volcánicos de los argentinos. Lloris es el capitán impasible al que no le tiemblan las manos en el instante previo a la gran batalla. Y si tiembla, que nadie lo note.
Francia ha alcanzado la final gracias al trabajo de Tchouameni, la brújula de Griezmann, los goles de Giroud y Mbappé... y las paradas de Lloris. Le sacó un disparo cara a cara al polaco Zielinski. Venció en un mano a mano ante Kane, su compañero en el Tottenham, en el partido con Inglaterra. Y su presencia intimidó a Kane en el lanzamiento del penalti que el británico falló. Frente a Marruecos despejó con los dedos una chilena de El Yamiq. Con esas manos salvadoras, el guardián de Francia quiere elevar al cielo de Qatar su segundo Mundial. Sólo si lo consigue se permitirá el lujo de ponerse a gritar.
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