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La vida del enviado especial en Doha consiste básicamente en dar vueltas. Llevamos poco tiempo aquí como para saber si esta es una costumbre vernácula o algo novedoso, como los rascacielos del centro o los estadios estupefacientes, pero el rodeo parece ser por estas latitudes ... la forma preferida, e incluso la única posible, para ir de un sitio a otro. Puede que Qatar sea el único sitio del mundo en el que cuando un amigo le propone a otro «ir a dar una vuelta por ahí» haya que tomárselo en sentido literal. Cuando cogemos el autobús para ir del Centro Internacional de Prensa a cualquier sitio, el chófer nos obsequia invariablemente con una visión circular del edificio y lo mismo sucede cuando llegamos a un campo de fútbol. Entramos en ellos describiendo una parábola, con efecto, como si nos hubiera disparado un delantero brasileño.
Esta afición por las circunvalaciones tiene una consecuencia que todavía no se ha medido: es muy probable que el gasto en vallas que ha hecho esta gente para el Mundial triplique o cuadruplique al que han invertido en los estadios. Desde que los parques temáticos popularizaron las filas en zigzag para parecer que estás cerca cuando aún te quedan horas para llegar, todos los organizadores de eventos han utilizado este truco piscológico tan irritante, pero aquí en Doha han llegado al paroxismo. En las entradas y salidas de los metros, en las cercanías de los estadios, en los aparcamientos... El otro día perdí el autobús y tuve que coger un Uber para que me llevara al estadio Al Janoub a toda pastilla. Como no había manera de que le dejaran acceder al recinto, que estaba cerrado con vallas de todos los colores y símbolos, el conductor acabó arrimándose a la orilla y tirándome casi en marcha en un recodo de la autovía.
Inicié entonces mi correspondiente periplo entre vallas, con solo un caminito posible y ninguna posibilidad de atajo, como un toro al que acabaran de soltar en el encierro de San Fermín. Veía el estadio ahí, a tiro de piedra en línea recta, y ni siquiera había mucha gente, pero no me quedó otra que agachar el testuz, ponerme a caminar deprisa como Rajoy en sus buenos tiempos, y darme otra vueltecita.
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