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J. Gómez Peña
Miércoles, 14 de diciembre 2022, 00:20
Cuando Francia ganó el Mundial de 1998, Zinedine Zidane era la estrella y Didier Deschamps, el capitán. El talento y el carácter. El paso del tiempo los puso a los dos en diferentes banquillos. Zidane triunfó en la Champions al frente del Real Madrid y Deschamps volvió a ganar el mundial para su país en 2018. Antes de iniciarse este campeonato en Qatar, la Federación gala le trasladó a su actual seleccionador una propuesta: si alcanzaba las semifinales, dejaba en sus manos la renovación. Deschamps guía este miércoles al combinado francés en la semifinal ante Marruecos. Puede decidir su futuro. Pese a su rostro seco y arrugado, sólo tiene 54 años. Lo más probable es que decida continuar en el cargo y eso, como consecuencia, retrasará la llegada a la selección de Zidane, un técnico destinado a dirigirla algún día.
A Deschamps (Baiona, 54 años) le avala su trayectoria. Como jugador triunfó en el Olympique de Marsella y la Juventus, a los que luego entrenó. El fútbol francés seguía en crecimiento tras el título en el Mundial de 1998. Pero le costó gestionar el éxito y la lucha interna de egos. Los tropiezos tumbaron a seleccionadores como Domenech y Blanc, a quien en 2012 sustituyó Deschamps. El técnico de gesto fiero que susurra al oído de sus estrellas. Sabe combinar disciplina y, a veces, mano blanda. A Mbappé, por ejemplo, le ha permitido en Qatar saltarse varias ruedas de prensa obligatorias. A Benzema, lesionado, no le esperó. No quería que las noticias sobre si iba a ser posible su recuperación desestabilizaran al equipo en Qatar.
Deschamps quiere armonía en su escuadra. No tembló en 2018 para descartar a Benzema, envuelto entonces en un escándalo y un proceso judicial. Abroncó a Mbappé por simular una agresión: «¡Deja de hacer el tonto. tú no lo necesitas!». A Qatar llegó con un equipo acribillado por las bajas (Pogba, Kanté, Kimpembe, Maignan, Nkunku) y ya en el Mundial se lesionaron Benzema (Balón de Oro) y Lucas Hernández. Sin ellos, Francia ha parecido igual de sólida. Con Tchouaméni y Rabiot en el centro del campo. Con el seguro Lloris en la meta. Con Giroud como goleador. Con los latigazos geniales de Mbappé, el único delantero que no tiene que defender. Y con Griezmann, la pieza clave de Deschamps.
«Preparado para todo»
A nadie le susurra más. El jugador del Atlético de Madrid es el nexo de unión entre los jóvenes y los veteranos de la selección. En el campo, Griezmann hace todo lo que Deschamps espera de él. Y es mucho: inicia la presión, aparece entre líneas para distribuir el juego hacia las bandas, finaliza los ataques y, además, echa una mano en defensa. Griezmann tiene más talento que el que tuvo Deschamps, pero coinciden en algo básico: los dos están al servicio del equipo. «Siempre piensa en el colectivo por encima de todo. Tiene una generosidad por encima de la media», alaba el seleccionador al centrocampista.
A los dos, a Francia, les espera en la semifinal Marruecos, un equipo de pedernal. Atlético, duro, peligroso y aupado por el sentimiento de que está haciendo historia para su país y su continente. «Ellos defienden muy bien y han sabido hacer daño a sus rivales», define Deschamps. «Mi prioridad es adaptarme a las situaciones que afronto, a los jugadores que tengo, con el objetivo de sacar lo mejor de cada uno y del grupo», apunta. «Hay que estar preparado para todo», avisa. Deschamps ha ganado el Mundial como jugador y como seleccionador. A esa cima sólo llegaron antes otros dos: Zagallo y Beckenbauer. Le quedan dos escalones para repetir gesta y revalidar el título logrado en Rusia 2018. Se ha ganado el derecho a dictar su futuro. Lo más probable es que renueve hasta 2024. Zidane tendrá que esperar para sentarse en su silla azul.
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