Cualquier balance que se haga del Mundial de Qatar está influido lógicamente por el que ya hizo Gianni Infantino hace dos semanas, sin esperar más, cuando solo había terminado la fase de grupos. «Es el mejor Mundial de la historia», aseguró. Al escucharle entonces, tuve ... de inmediato la impresión de que no era la primera vez que oía esas mismas palabras al presidente de la FIFA. Pedí ayuda a Google y me la ofreció. «Desde hace un par de años venía diciendo que esta sería la mejor Copa del Mundo de la historia. Hoy puedo decirlo incluso con más convicción porque la viví y ustedes también». Lo dijo Infantino el 13 de julio de 2018, dos días antes de la final entre Francia y Croacia, durante una conferencia de prensa en el estadio Luzhniki de Moscú.
Hay una conclusión, por tanto, que ya ha venido para quedarse. Mientras las riendas del fútbol mundial las lleve este temible señor -cómo no temer a un abogado italosuizo que habla perfectamente seis idiomas (incluso el árabe) y fue capaz de alcanzar a los 46 años la cima de un nido de depredadores como la FIFA-, cada Copa del Mundo que se organice será la mejor de todos los tiempos. Eso sí, en esta ocasión podemos dar por descontado que 45,8 millones de argentinos secundan la opinión de Infantino sobre la excelencia absoluta de Qatar 2022. Es más, tal como son, yo no descartaría que, a partir de ahora, los argentinos comiencen a elegir el emirato como destino preferido de sus viajes de novios en lugar de la República Dominicana. Es más, por no descartar, no descartaría ni la posibilidad de ver cualquier día de estos a un gaucho a caballo con el 'besht', la inquietante túnica negra transparente que le pusieron a Messi antes de recoger el trofeo.
Lo que sí ha sido Qatar y nadie discute es un Mundial perfectamente organizado y, desde luego, distinto. La diferencia, como ya se preveía, ha venido dada por las fechas. Interrumpir las competiciones nacionales a mediados de noviembre fue una cacicada, pero ha tenido una ventaja incuestionable: los jugadores han llegado en un tono físico muy superior al de los anteriores Mundiales. El mejor ejemplo han sido, precisamente, los campeones, que no son una selección de un físico extraordinario -comparémosla con Francia-, pero han jugado como si lo fueran, con una intensidad y una voracidad inigualables. También el esplendor físico ha tenido mucho que ver con la cifra récord de goles (172, uno más que en Francia 1998 y Corea y Japón 2002) y de sorpresas mayúsculas: la victoria de Arabia Saudí ante Argentina, la de Japón frente a Alemania, las de Marruecos contra España y Portugal, las de Camerún y Croacia ante Brasil...
Qatar, en cualquier caso, se recordará por la coronación de Leo Messi en un duelo inolvidable. Que conste: inolvidable por su tremenda emoción. Porque si hablamos del juego lo que a algunos nos quedará de la final es que, durante 78 largos minutos, solo hubo un equipo en el campo y que la todopoderosa Francia firmó hasta entonces, hasta que un penalti absurdo de Otamendi le rescató de la oscuridad y emergió de repente la estrella de Mbappé, un partido penoso. Insólito. Personalmente, no recuerdo una actitud tan floja de unos jugadores ni un desperdicio de talento y una lectura tan pobre de una final como la que hizo el domingo Deschamps. En este sentido, la parada providencial del Dibu Martínez en el minuto 123 me pareció un extraordinario acto de justicia poética.
Estilos y estrategias
Como ocurre siempre, el Mundial ha disparado el debate sobre los estilos y las estrategias. Y como ocurre siempre, algunas categóricas descalificaciones no dejan de chirriarnos. Y es que, por mucho que estemos hablando de la competición más importante, no hay que olvidar que una Copa del Mundo no deja de ser un torneo corto, con eliminatorias a un partido a partir de octavos. Es decir, un torneo en el que cualquier casualidad en forma de golpe de mala suerte, error arbitral o día tonto, puede arruinar el proyecto más sólido y sugerente. Pensemos en cómo cayeron Brasil, Portugal o Inglaterra. Dicho esto, también es cierto que hay conclusiones obligadas. Quizá la más clara sea que, en un fútbol cada más igualado en lo físico y táctico, las verdaderas diferencias ya solo las marcan los grandes talentos en el último tercio de campo. España no los tuvo y bien que se notó.
Y hablando de La Roja, hay que esperar que haya aprendido de otra conclusión que ha dejado Qatar: la de que, si algo ha demostrado estar más pasado de moda que los duelos de honor con espada, son los fundamentalismos como el de Luis Enrique con el tiki-taka convertido en una parodia de mil pases inanes en las que el equipo acaba asumiendo los mayores riesgos ¡en la salida del balón jugado por el portero! En el fútbol actual se imponen los equipos que tienen calidad y una idea clara, por supuesto, pero a su vez saben ser versátiles y buscar alternativas si el partido se complica y es necesario improvisar. Dicho de otra forma más sencilla: los equipos que saben competir.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.