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Falaj entra en el establo con espumarajos en la boca. Se le ve agotado, con los músculos todavía crispados y la joroba encogida. Los cuidadores lo cogen de las bridas, lo acarician y le untan la cabeza y el cuello con un barro de color ... naranja. «Es un ungüento con perfume que solo se aplica a los ganadores», explican. A Falaj parece gustarle. Luego le echan por encima una elegante manta de color encarnado, con flecos dorados y una abertura por la que asoman los pelillos de la joroba. Lleva el emblema del Hejen Racing Committee, la entidad encargada de organizar las carreras de camellos que se disputan en el circuito de Al Shahaniya, a unos 40 kilómetros de Doha, en el centro casi exacto de la península catarí. Falaj ha ganado la primera carrera de la tarde, celebrada a la una del mediodía. Ha recorrido la pista de ocho kilómetros en 12 minutos y 25 segundos. Le ha hecho ganar 60.000 euros a su dueño.
En Qatar y en los demás países del Golfo Pérsico las carreras de camellos, profesionales desde 1972, despiertan más pasión que el fútbol. No hay apuestas, consideradas por el Corán «una obra inmunda de Satanás», pero aun así se mueve mucho dinero. Los contendientes son en realidad dromedarios o camellos arábigos (camelus dromedarius), que solo tienen una joroba. Un paseo por los establos justo antes de dar la salida permite descubrir unos ejemplares no muy altos, de musculatura bien definida y sin apenas grasa, con las gibas resumidas.
En lugar de jinetes, los montan pequeños robots vestidos de jockeys, con el brazo derecho convertido en una fusta. Hasta el año 2006 se utilizaban niños, muchos de ellos emigrantes de la India o de Sri Lanka, pero las condiciones laborales, rayanas en la esclavitud, y los frecuentes accidentes hicieron que las autoridades decretaran la prohibición de los jinetes humanos y su sustitución por estos pequeños ingenios mecánicos que incorporan un GPS y son manejados por control remoto. Cada robot cuesta unos 3.000 euros.
En el camellódromo de Al Shahaniya hay un palco con butacones regios y televisiones para seguir la carrera. También cuenta con una grada con asientos más modestos y una amplia explanada sembrada de césped en la que uno puede tenderse a ver cómodamente el espectáculo. Sin embargo, a los aficionados locales les gusta seguir las carreras en coche. La pista circular de tierra por la que corren los camellos está rodeada por dos carreteras asfaltadas. Por el anillo interior van en automóviles todoterreno los propietarios y entrenadores, que incluso llevan un walkie-talkie para gritar a los camellos a través de un auricular instalado en el robot. Por la parte exterior circulan los aficionados, que acaban la carrera a golpe de claxon y agitando pañuelos por la ventanilla.
En el complejo de Al Shahaniya trabaja Bosel Jobi, un sirio de Alepo, ingeniero informático, que se ofrece a acompañar a los cronistas en coche durante una de las carreras programadas para esa tarde. En teoría, cualquiera puede meterse en la pista asfaltada con su automóvil, siempre y cuando sea un cuatro por cuatro, pero parece una aventura arriesgada coger el volante y andar sorteando todoterrenos con un ojo puesto en los camellos, que llevan el número marcado en el cuello. Hay varios coches con matrícula de Abu Dabi y otros con placas de Qatar, la mayoría de ellos de altísima gama. Son los propietarios de los dromedarios, algunos de los cuales cuestan más de un millón de euros.
Cuando en el horizonte se intuye la línea de meta, los robots empiezan a mover la fusta alocadamente y los entrenadores se desgañitan gritando por los walkie-talkies. Un camello, confundido o quizá harto, se para en medio de la pista, se da la vuelta y empieza a desandar el camino. Su propietario se frena, desesperado. Los demás van a galope tendido, como descoyuntándose con cada zancada, hasta que cruzan la línea de meta.
Las carreras se celebran de octubre a abril, cuando el sol de Qatar no resulta tan abrasador. A eso de las tres de la tarde, la competición concluye y hay un intensísimo tráfico de camellos por la carretera. A Falaj y a sus compañeros los han amarrado con cuerdas a otros ejemplares más grandotes y pacíficos, que los van guiando a paso lento hacia los establos. Se alejan por la calzada caminando sin prisas, contoneándose, con la relajación de los futbolistas que han acabado el partido y se retiran, con las medias caídas, a los vestuarios.
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