Luis Aragonés, durante el Mundial del 2006.

Deseo de ser francés

Perder en un Mundial era lo habitual: pero hacerlo ante Francia y ver el partido en París representó en el 2006 una tortura añadida

Jorge Alacid

Miércoles, 9 de julio 2014, 11:28

Yo me preguntaba en el verano del 2006 si al aficionado español al fútbol el destino le preparaba alguna sorpresa. Porque uno estaba ya adiestrado, muy adiestrado, en el fracaso y por lo tanto contenía el natural optimismo que deparaba el buen fútbol que practicaba ... el equipo de LuisAragonés y veía también con naturalidad que el éxito era inevitable, porque aquel combinado, donde mezclaban muy bien varias generaciones, tenía estupendamente cubierta la portería y muchas y variadas opciones para el gol. Aquel grupo, que admitía algún pero en la defensa (recuerdo que era titularísimo un tal Pablo, central del Albacete que tuvo su minuto de gloria en el Calderón y luego nunca más se supo), realmente traía muy buena pinta y parecía guiado por las adecuadas manos del difunto Zapatones. De modo que el derrotismo estaba descartado, aunque alguna voz interior me decía que no: que esta vez tampoco.

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Lo que uno ignoraba era que, luego de una formidable fase de clasificación, incluyendo la famosa ruleta de Puyol ante Ucrania, la remontada ante Túnez y aquel partido de la basura ante Arabia Saudí, el destino se ensañaría con quien esto escribe. Algo tenía que haber sospechado. Era demasiado fácil, demasiado bonito y, por lo tanto, según confirma la historia futbolística de la selección, no podía durar. Y no duró, no. Pero que el anticlímax final llegara nada menos que ante la Francia de Zidane y resto de prejubilados galos y que aquel partido me sorprendiera de vacaciones en París jamás: yo jamás lo hubiera imaginado. El Dios del fútbol ahoga pero no aprieta, porque además la cita de octavos llegaba, desde un punto de vista frío y racional, en el mejor momento, con todas las constelaciones del planeta futbolero perfectamente alineadas a nuestro favor: los franceses parecían venir en un autobús reclutado por el Imserso, casi no superan la primera fase y su juego era una sucesión de calamidades que deshonraba a aquella generación que había sublimado el fútbol con ocasión del Mundial que ganaron cerquita de por donde yo andaba entonces, en el estadio del Parque de los Príncipes.

Enfrente, aunque ya se ha citado el caso del defensor Pablo para advertir que a esa selección española le faltaba algún hervor, se oponía el grupo tutelado por Luis Aragonés, que comparecía exultante, eléctrico, luego de su primorosa ronda de clasificación. Ese era el panorama objetivo de donde cualquiera hubiera deducido que meterse en cuartos era tan sencillo como el plan que me disponía a ejecutar: cruzar la capital francesa hasta la Ciudad Universitaria donde me alojaba, hacerme un sitio en el abarrotado salón de actos de la Casa de España con mi camiseta roja (había que llevar alguna prenda de ese color para ser admitido) y esperar acontecimientos. La victoria estaba segura; el gozo, también. Sí, todo muy sencillo. Tan sencillo que las mariposas empezaron pronto a revolotear por las tripas y ni siquiera se calmaron cuando Villa anotó de penalti el gol que nos ponía en ventaja y nos permitió cumplir un bonito sueño, la verdad: gritarlo hasta enroquecer en el mismísimo París. Ahí queda eso.

Ahí queda eso no se cómo se dirá en francés pero seguramente sería la frase que luego más escucharía esa noche. Porque la selección se desmoronó en un infame segundo tiempo, Zidane rejuveneció y fuimos los miembros de aquel desdichado grupo de españolitos que tan felices se las prometía quienes tuvimos que escuchar las burlas, miraditas de reojo con sonrisa incorporada y cánticos en un mejorable español (Adiós a la España, adiós fue el más coreado) de los hinchas bleus que cruzaban eufóricos el campus y nos regalaban algún gesto obsceno entre muestras de conmiseración. Yo los veía desfilar descojonándose ante la bandera española pensando, una vez más, que nunca llegaría a pertenecer al clan de los vencedores y que era injusto: que alguna vez me gustaría saber qué se siente si tu selección se apodera de la pelota, vacía el cargador contra la portería rival y regresa al hotel vitoreada. Yo esa noche quise ser francés, que mi selección fuera mundial. Un sueño que jamás creí ver cumplido.

Pero esa es otra historia.

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