Secciones
Servicios
Destacamos
Jorge Alacid
Jueves, 26 de junio 2014, 11:15
España también fue mundial en 1990, cuando la Copa Jules Rimet desembarcó en Italia para perpetrar uno de los más alevosos atentados que se recuerdan contra tan bello deporte. Dicen que se jugó al fútbol, pero yo desde luego lo desmiento: me viene a ... la memoria una sucesión de pases al portero, que luego quedarían vetados por el reglamento, patadas a la espinilla del rival y ese tipo de juego que tanto complace a algunos, consistente en considerar la pelota como un bulto sospechoso, ponerse a chocar contra el adversario y sobre todo sudar. Sudar mucho. Se ve que entre los aficionados al fútbol figura mucho fanático de la sauna.
Yo iba entonces bastante por Bilbao y ese es el primer recuerdo que me viene a la cabeza: el de un bar de la calle Henao cuyo dueño jugaba una porra contra España. También jugaba una porra en el Tour a favor de Marino Lejarreta. El papelito estaba inundado de apuestas: resulta que su parroquia coincidía en que existían las mismas opciones de que la selección pilotada por Luis Suárez, entrenador a quien cierta vez alguien vio sonreír, ganara el Mundial como de que el junco de Bérriz llegara de amarillo a París. Nada de eso sucedió, en efecto. España dejó la imagen gris de otras citas mundialísticas, aunque en su descargo habrá que advertir que el fútbol fue desapareciendo en general a medida que aquel Mundial superaba las primeras fases y que cualquier atisbo de buen juego se despidió por el sumidero con motivo de la final más anestesiante de la historia, un pulso entre la Argentina de Maradona, entonces en la cúspide de sus aspiraciones (en todos los sentidos), y la Alemania de Augenthaler, Matthäus y Brehme: ya se sabe, todo un espectáculo para cada espectador a quien le guste ver cómo trabaja una tuneladora. Con similar encanto y mismos resultados. Un auténtico tostón de campeonato, que dejó al menos algún bocado a la altura de paladares no demasiado exigentes.
Es el caso de la donosura del portero italiano Walter Zegna, de quien se confesó devota desde los Estados Unidos la mismísima Madonna, lo cual significaba que el fútbol quedaba entonces entronizado como una vertiente más del mainstream planetario. ¿Otro ejemplo? El simpático atacante italiano Toto Schillaci, quien tenía pinta de cualquier cosa menos de futbolista pero que en su modestia, torpeza y entrega, una especie de Toquero siciliano, se ganó el afecto de los hinchas propios y ajenos. Tuvimos algún destello de Hagi y también alguna cosilla de otro futbolista muy ingenioso pero bastante desconocido y olvidado, el plavi Dragan Stojkovic, media punta silencioso de estupendo piececito que apuñaló a Zubizarreta con un gol de falta que parecía sin embargo parable (como tantos otros que encajó el guardameta que sería icono de Clemente) y nos envió de vuelta a casa: de nuevo, la famosa maldición de cuartos. De nuevo, la sensación de haber sido superiores al rival, de haber tropezado con la falta de acierto propia o la buena fortuna del adversario. De nuevo, las mil y una excusas. Que sólo ocultaban una realidad difícil de asimilar: que aquella selección, ay, tampoco era gran cosa.
Hay que tener en cuenta que sus centrales fueron nada menos que Górriz y Andrinúa, aunque del mediocampo hacia adelante la cosa mejoraba: por allí andaban aún Butragueño y el resto de miembros de su célebre quinta; entre ellos, el incomparable Míchel, futbolista genial por tantos motivos: futbolísticos muchos de ellos, aunque yo prefiero recordarle por esos otros detalles castizos y toreros que le cubrieron de púrpura. El llamado incidente Valderrama, por ejemplo, o la tarde en que amagó con irse de Chamartín ¡¡¡porque el público le pitaba!!! Para mondarse. O aquel gol ante Corea en ese mismo Mundial de Italia que acudió a festejar ante una cámara de la tele con un grito en forma de maravilloso eslogan: Me lo merezco.
Ignoraba entonces el admirado Míchel que no, que no nos lo merecíamos. Que para conquistar la Copa del Mundo se exigía algo más, bastante más. Algo más de clase, de estilo, de magia.
Pero esa es otra historia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Carnero a Puente: «Antes atascaba Valladolid y ahora retrasa trenes y pierde vuelos»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.