
IGNACIO TYLKO
Jueves, 26 de junio 2014, 00:15
El Mundial de Brasil se transformó en la peor de las pesadillas para Iker Casillas, el colofón a una temporada extraña en la que no fue titular en el Real Madrid porque Carlo Ancelotti prefería a Diego López, pero levantó la Copa del Rey y la 'décima' por aquello de los galones y el terror del técnico italiano a marginarlo y a alimentar un debate eterno. Quizá nunca un récord fue tan amargo para un profesional como el que pulverizó el capitán de la selección nada menos que en Maracaná, un icono del fútbol. Con 17 partidos, uno más que Zubizarreta y dos por encima de Xavi Hernández, el portero mostoleño ya es el jugador español que más encuentros ha disputado en el gran campeonato planetario. Jugó cinco en Corea y Japón, hasta la eliminación en cuartos por penaltis ante uno de los anfitriones, tres en Alemania -dos de la primera fase y el de la derrota ante Francia-, los siete de Sudáfrica y dos en Brasil.
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Curtido en mil batallas, ya con 33 años, este Mundial en el país que convirtió en arte el invento inglés le ha pasado por encima, igual que a toda la selección. Después de mostrarse errático frente a Holanda, se presentó en Maracaná nervioso y desconfiado. Ya en el calentamiento hizo gestos que denotaban su alta tensión. No trasladó la seguridad exigible a sus compañeros. Cabizbajo, igual que en el partido, miraba una y otra vez al césped. Se colocaba los guantes en un tic claro de nerviosismo y se levantaba la camiseta para secarse el sudor. No mostraba esas dotes de mando ante los zagueros que se le exige a todo buen guardameta y a un gran capitán.
El arranque impetuoso de los chilenos le metió definitivamente el miedo en el cuerpo. Jugaba lejos del área, para tratar de salir a cortar con el pie cualquier contragolpe, pero no lo veía nada claro.
En cuanto algún central, más Javi Martínez que Ramos, se la cedía, prefería el pelotazo largo que arriesgar a jugar en corto. Igual fue una orden del técnico para romper la altísima presión chilena, pero una y otra vez eran balones regalados. Nadie se atrevía a pedirle calma porque en realidad a todos les quemaba el balón.
Sólo realizó una parada, que luego acabó en gol, y encajó dos tantos en un primer tiempo para llorar en el plano personal y colectivo. El primero no cabe ponérselo en su debe, pero quizá pudo intentar aguantar, al estilo de un portero sudamericano, en lugar de irse al suelo a la desesperada. En el segundo sí cometió un falló típico de desconfianza. Alexis Sánchez lanzó una falta por fuera de la barrera y Casillas ni atajó el balón, ni lo desvió hacia afuera. Incumplió dos normas de manual. Inseguro y desconfiado, despejó con los puños hacia el centro con tan mala suerte de que el balón le llegó a Aranguiz. Y tampoco alcanzó en su estirada a desviar el punterazo del futbolista del Inter de Porto Alegre. Durante la segunda mitad fue un espectador. Ya no miraba al pasto. Los ojos se le perdían en el horizonte.
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Pero no sólo Casillas mostró síntomas inequívocos de fin de ciclo pensando en otras grandes citas. El ejemplo más evidente lo representó Xabi Alonso. Llegó a Brasil agotado, fuera de forma y con el apetito saciado por la ansiada 'décima', aunque no disputó la final de Lisboa por sanción. Y se marchará como uno de los fracasados. Sí, porque no cabe hablar de otra forma de un grupo campeón que sufre dos derrotas sonadas en su defensa del título.
El tolosarra perdió un sinfín de balones, casi todos cuando se vio exigido y muy presionado, y al llegar siempre tarde se veía forzado a cometer faltas. Permitió que le robaran la cartera en el primer gol y provocó la infracción que acabó causando el segundo. Es uno de los pretorianos de Del Bosque, pero le quitó en el segundo tiempo ante Holanda y no salió en la segunda mitad ante los chilenos, que parecieron aviones al lado de un tren de mercancías. Su cara de lamento lo explicaba todo cuando le enfocaron ya duchado en el banquillo.
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