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Jorge Alacid
Miércoles, 18 de junio 2014, 14:06
En los tiempos previos a Internet, el partido del siglo que se juega cada semana y la hipérbole futbolera que todo lo invade y nos cuenta hasta la marca de calzoncillos que gasta el ídolo de moda, el futbolista todavía presumía del encanto de ... lo desconocido. De modo que podía suceder, y de hecho sucedía, que una tarde uno se situara frente a la tele y descubriera que, por ejemplo, en el Betis militaban futbolistas bien interesantes.
El tremendo Megido, con su pinta corsario, o García Soriano, atacante con nombre de abogado y precursor de la calva con melena que tanto frecuentaría luego el cantante de Barón Rojo. O un sutil defensa apellidado (lo juro) Bizcocho, o el polifacético Benítez, que aparecía en cualquier zona de la cancha y todo lo hacía bien. O, en fin, un centro del campo muy interesante, donde Alabanda (recién fallecido, por cierto) ponía la brega, López la continuidad y Julio Cardeñosa, enclenque zurdo de Valladolid, la clase. Recordaba algo al Iniesta que vendría más tarde: su aire de coleccionista de sellos escondía un brillo malicioso que los defensas solían medir mal. Para cuando comprendían que en ese balón combado que enviaba hacia el ombligo del área se escondía una sutil bomba de relojería, solía ser tarde.
Así que fue un placer descubrir a Cardeñosa la tarde en que su Betis liquidó en los penaltis al Athletic de Bilbao. Lo descubrió incluso el seleccionador Kubala, que al parecer viajaba poco por Sevilla y veía menos la tele. Sucumbió a su encantador partido en la final de Copa que le ganaron los béticos a Iríbar, Dani y compañía y lo puso al frente de la selección española, preparada para vengar la afrenta de cuatro años antes: así como Yugoslavia nos apartó de acudir a Alemania, así España aplastó a los plavi en el célebre Maracaná de Belgrado. Fue el partido del botellazo a Juanito, el gol de Rubén Cano y el pase magnífico de Cardeñosa, que curvó la pelota desde el córner al segundo palo para que el patoso delantero hispanoargentino clasificara a la selección con un golpe de tibia. Por fin mi España era mundial.
Mundial, pero poco. Porque la visita a Argentina fue relámpago. Cuentan que Kubala estaba impresionado con el rendimiento del Barcelona de Cruyff, hasta el punto de idear un esquema similar. Salvo un detalle menor: que Cruyff era holandés. En compensación, el seleccionador español situó a Rexach imitando a su compañero azulgrana y, claro, no era lo mismo. Aquel era, ya se ha dicho, un fútbol distinto al actual, sin tanta sobreinformación, lo cual explica que España debutara ante Austria pensando que sin despeinarse se llevaría la primera victoria. Porque, ¿qué era Austria? Un cuadro menor, se suponía. ¿Quién era su figura? Ni idea. Hubo que sintonizar la tele (primeros aparatos en color que llegaron a España) para admitir que hasta aquel pequeño país centroeuropeo poseía jugadores con más clase que los nuestros. El imperial Bruno Pezzey comandaba la zaga, en el mediocampo mandaba el ingenioso Prohaska y Hansi Krankl barría todo el frente del ataque con un poderío que explicaba su posterior aterrizaje en Camp Nou. Frente a aquel equipo sinfónico, la chepa de Asensi era poca cosa.
Así que España se resignó a hacer las maletas, porque el siguiente rival era nada menos que Brasil, cuando ocurrió lo inesperado: victoria con gol de Cardeñosa. El mejor gol en la historia de todos los goles fantasma. Ollazo al área, el portero carioca mide mal, Santillana se anticipa en el salto y el balón queda muerto a los pies de Cardeñosa. Que hizo lo más elegante: fallar un gol a puerta vacía de un modo maravilloso por enigmático. Permitió primero que llegara el defensa Amaral a proteger la línea de meta y luego se concedió el lujo de conducir la pelotita con la punta del borceguí hasta que se aseguró de que el gol se convertía en imposible. Una obra de arte. Cardeñosa, a quien apodaron entonces Iberia porque nos llevó a Argentina con su pase en Belgrado y nos devolvió a casa con su pifia, sería durante años el autor del mejor gol de la selección española en un Mundial. Hasta el de Iniesta.
Pero esa es otra historia.
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