Si la vida se caracteriza por su sorprendente capacidad para cambiar a velocidad de vértigo el paisaje general, variando con su imparable ritmo el pensamiento de las personas, el fútbol incrementa exponencialmente esa condición de echar por tierra cualquier plan establecido a priori. Buena fe ... de ello puede dar José Mourinho.
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El técnico luso estaba en 2004 en la cresta de la ola. Con una inesperada Champions League recién conquistada, además de una UEFA, dos ligas, una copa y una supercopa como cuantioso botín en sus dos temporadas y media al frente del banquillo del Oporto, ese verano había sido elegido para llevar las riendas de un transatlántico como el Chelsea del multimillonario ruso Román Abramóvich, llamado a dominar con puño de hierro la Premier e incluso el continente europeo después de una faraónica inversión y la llegada de figuras como Didier Drogba, Ricardo Carvalho, Arjen Robben o Petr Cech.
El Arsenal de Arsène Wenger, entonces vigente campeón inglés después de completar un campeonato entero sin conocer la derrota, y el Manchester United de Alex Ferguson, potencia hegemónica hasta ese momento en la era Premier, se perfilaban como sus rivales en la lucha por un trono que los 'Blues' no alcanzaban desde hacía medio siglo.
Apenas transcurridos unos meses de competición, el mánager escocés del United llegó a la astronómica cifra de 1.000 partidos al frente de los 'Red Devils' en un partido de Champions ante el Olympique de Lyon disputado el 23 de noviembre. Mourinho, cuyo Oporto había eliminado la temporada anterior al equipo de Ferguson en octavos de la máxima competición continental -con esprint del de Setúbal por la banda de Old Trafford incluido- y que ya por entonces hacía gala de su genuina capacidad para meterse en todos los charcos posibles, no perdió la oportunidad de opinar sobre la efeméride.
«No voy a alcanzar los mil partidos. Estaré en el Algarve antes de eso. A los 55 estaré a salvo en el Algarve», comentó entonces Mourinho, al resguardo de los 41 años que entonces tenía, una edad precoz para un entrenador con el palmarés que ya atesoraba.
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El técnico portugués se llevó la batalla con Ferguson y Wenger por aquella Premier de 2005 y también la siguiente. Sin embargo, las decepciones en Champions y un inicio complicado en su tercera campaña en Londres dieron al traste con su etapa en Stamford Bridge. Después llegarían una etapa brillante en el Inter, con triplete Serie A, Copa de Italia y Champions en su segunda temporada en la mitad 'neroazzurra' de Milán, tres años con luces y sombras en el Santiago Bernabéu, un regreso al Chelsea con otro título inglés por el camino y una última etapa en el United con títulos como la FA Cup y una Europa League, que no sirvieron para paliar muchas otras decepciones y la guerra desatada en el vestuario con futbolistas como Paul Pogba.
Lo cierto es que han pasado casi quince años y 'The Special One' no sólo ha llegado a los 55, sino que desde hoy supera ya esa edad en la que aseguró que estaría lejos de los banquillos de élite para disfrutar de las magníficas playas y de los bellos paisajes naturales del sur de su Portugal natal, tan diferentes a la fría Londres en la que sigue residiendo.
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A la orilla del Támesis, con el mal sabor de boca de su reciente destitución en el United y viendo desde su dedicación de comentarista en televisión -por la que percibe hasta 67.000 euros por partido- cómo sus expupilos levantan el vuelo en la Premier hasta rozar los puestos de Champions cuando parecían desahuciados, Mourinho parece haber cambiado de idea y espera una llamada de teléfono que le aleje de ese retiro dorado que planificó en 2004 y que por ahora no tiene previsto cumplir, quizás con la esperanza de que al descolgar la voz que escuche al otro lado sea la de Florentino Pérez.
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