Una vez cumplimentado el objetivo de rematar cuanto antes la Liga, el Real Madrid opera ya a pleno rendimiento en modo Champions. Después de festejar el sábado discretamente el título en uno de los palcos del Santiago Bernabéu, toda vez que la ofrenda ... a la Cibeles quedó programada para el siguiente fin de semana, la plantilla del flamante campeón comenzó a preparar este domingo el duelo de vuelta de semifinales de la máxima competición continental que le medirá al Bayern de Múnich en el coliseo de Chamartín. Un exigente compromiso que concita ya toda la atención del madridismo, ilusionado con la posibilidad de que los blancos disputen otra final de su torneo fetiche mientras avistan el establecimiento de lo que puede acabar convirtiéndose en una nueva dinastía en el campeonato doméstico.
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La armonía que impera en el vestuario, el robusto músculo económico y la estabilidad institucional que bendicen al club que preside Florentino Pérez contrastan con el desconcierto en el que se mueven sus rivales históricos dentro de las fronteras españolas, especialmente un Barça asfixiado por la profunda crisis económica en la que se halla sumida la entidad azulgrana, sometido al populismo de Joan Laporta y guiado desde la banda por el cada vez más desacreditado Xavi Hernández.
Al técnico del Barça, por cierto, volvió a faltarle elegancia y autocrítica en la rueda de prensa posterior a la debacle de su escuadra en Montilivi. Ni corto ni perezoso, el egarense presumió de que el Barça había sido mejor en sus enfrentamientos contra Real Madrid y Girona, cuando lo cierto es que el balance de dianas en los tres pleitos librados este curso ante los blancos arroja un sangrante 9-4 a favor del bloque que comanda Carlo Ancelotti y un desfavorable 8-4 en los dos frente al cuadro gironí. Goles son amores, y no buenas razones.
La visión cortoplacista que rige a los culés y la añoranza de un pasado irrecuperable dificultan la regeneración del Barça, en tanto que el Real Madrid saca provecho a una planificación de largo recorrido que le ha permitido a los blancos conquistar tres de las cinco últimas Ligas, mientras siguen avanzando con paso firme en Europa. En lugar de lamentarse por el adiós de figuras señeras como Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos, Marcelo o Benzema, el club de Chamartín trazó un meticuloso plan para llevar a cabo una transición dulce y situarse a la vanguardia de los nuevos tiempos con una plantilla rebosante de talento, juventud, poderío físico y ambición.
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Al tiempo que el Barça devoraba secretarios técnicos y directores deportivos con pasmosa glotonería, evidenciando con ello la ausencia de brújula en el proyecto azulgrana, Florentino Pérez, José Ángel Sánchez y Juni Calafat diseñaban un plantel destinado a imponer la ley del más fuerte con la incorporación de Valverde, Vinicius, Rodrygo, Camavinga, Tchouaméni, Bellingham, Brahim o Arda Güler. Tan solo Reinier salió rana dentro de esa política de captación del talento emergente que resulta determinante a la hora de explicar el abismo que empieza a separar al Real Madrid del resto de sus competidores en la Liga y que ha quedado plasmado en los catorce puntos que alejan a los blancos del Barça a falta de cuatro jornadas o en los 20 que les distancian del Atlético.
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Y la sensación, por más que este tipo de vaticinios en términos futbolísticos acaben siendo tantas veces meros brindis al sol, es que lo mejor –o lo peor, dependiendo de la bufanda en la que se envuelva el receptor del mismo- está por venir. La prevista llegada en verano del emergente Endrick y del consolidadísimo Mbappé debería impulsar aún más a un Real Madrid que no parece tener techo a la vista. Un aspecto que, sumado a las arenas movedizas sobre las que caminan sus adversarios, sofocados en el apartado económico, apunta a elevar el desequilibrio. Se trata de una buena noticia para el Real Madrid pero mala para la Liga, que se vería menoscabada con la aparición de un equipo hegemónico.
Por lo pronto, el Real Madrid iguala con su trigésimo sexto título de Liga a la Juventus, el único club que había logrado alcanzar dicha cifra en uno de los cinco grandes campeonatos europeos, y ya se ha puesto manos a la obra para tratar de dejar en la cuneta al Bayern de Múnich en la Champions. «Queremos jugar otra final e ir a Londres», proclamó Ancelotti el sábado antes de enfatizar la necesidad de hacer «una celebración contenida» porque, recordó, «el objetivo del miércoles es muy importante». La misma línea siguió Nacho cuando le pidieron un mensaje a esa afición que se quedó con las ganas de encontrarse con los campeones. «Esto se va a celebrar como se merece el fin de semana que viene. Ellos saben lo competitivos que somos y las ganas que tenemos del partido contra el Bayern. Entiendo que tienen muchas ganas de celebrarlo, pero hay que esperar una semana, que lo vamos a celebrar a lo grande», acotó el capitán de un equipo insaciable.
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