«Me voy porque siento que el club no me da la confianza que necesito. Es el momento de dar un paso al lado y cerrar una bonita historia». En estos términos se despidió este martes el asturiano Marcelino García Toral como técnico del Athletic. ... Un adiós que estaba cantado desde que se convocaron las elecciones a la presidencia del club bilbaíno.
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Rechazó en su momento la oferta de renovación planteada por el presiente Aitor Elizegi para, según explicó, no hipotecar el margen de maniobra del futuro inquilino de Ibaigane. Incluso llegó a decir públicamente que ya hubiera firmado si la junta directiva encabezada por el hostelero bilbaíno hubiese seguido en el poder. No ha sido así y el de Careñes se ha encargado de recordar periódicamente que ninguno de los «candidatos» –así se refirió sin mencionarles a Ricardo Barkala e Iñaki Arechabaleta– se ha dirigido primero a él, sino que habían contactado antes con otros técnicos.
Deja Bilbao con un título de Supercopa, tres finales perdidas y la pena de no haber podido meter al equipo en Europa ni acabar con su irregularidad competitiva. Se va un buen entrenador que tal vez merecía algo más de tiempo y confianza para terminar su obra.
Cuando Ibaigane comunicó la contratación del asturiano a comienzos de 2021, concretamente el 3 de enero, el anuncio generó ilusión, expectativas y también controversia. Hubo aficionados que retrocedieron en el tiempo para rescatar de la hemeroteca ciertas declaraciones del técnico relativas a supuestas ayudas arbitrales que recibía el club bilbaíno, además de otros comentarios que ponían entre interrogantes su adhesión a la institución vizcaína.
El propio Marcelino, con miles de horas de vuelo en esto del fútbol, se afanó en aclarar todos los malentendidos durante su primera intervención como entrenador del Athletic. Hasta pidió «perdón», pero en todo momento defendió que su intención jamás fue faltar el respeto a la entidad que acababa de sentarle en el banquillo de San Mamés. Cuidadoso con las palabras y respetuoso en sus comparecencias, en las que mimaba el mensaje y solo de vez en cuando mandaba recados, el de Careñes no tardó en ganarse al aficionado y el vestuario.
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Lo hizo nada más llegar, con un título de la Supercopa. Solo habían pasado 11 días desde su asunción del cargo cuando el equipo eliminó en las semifinales al Madrid. Luego superó al Barcelona en el partido por el título y lo trajo a Bilbao, donde la pandemia limitó las recepciones y los festejos. Eran tiempos de música, vino y rosas. El Athletic tenía otro perfil, más atractivo y agresivo, que el entrenador asturiano quería convertir en permanente. No se cansaba de repetir que el reto consistía en ser «competitivos durante los 10 meses del año», no solo en las grandes noches o cuando apretaba la clasificación. En resumidas cuentas, hablaba de la famosa regularidad, del rendimiento sostenido en el tiempo.
Buscaba al unicornio rojiblanco. Y no lo encontró casi 500 días después de su bautizo en La Catedral. Aquellas dos finales perdidas ante la Real y el Barça –sobre todo la primera– hicieron mucho daño al grupo, al igual que su incapacidad de dar un paso al frente cada vez que tocaba meterse en la zona noble de la clasificación.
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Cuando llegó a Bilbao, Marcelino se acomodó en el Hotel Melià. Un alojamiento provisional hasta que dio con la vivienda adecuada. Hace más de un año que reside en el centro de la ciudad. Al contrario de lo que suelen hacer bastantes entrenadores y jugadores fichados, convencidos de que la tranquilidad habita a kilómetros de distancia de su lugar de trabajo, el asturiano quiso empadronarse en el corazón de la villa.
Nada de aislarse, de blindarse entre los muros de una casa, sino conectar con la calle y su gente. Así construyó también su relación con el vestuario. A la plantilla se la ganó con su trato, trabajo y sinceridad. Incluso los que invitó a marcharse agradecieron que fuera directo y honesto. Les dijo lo que había –«conmigo no vas a tener minutos», comentó a uno de ellos– para que pudieran buscarse la vida más allá de Lezama.
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El de Careñes implantó su idea de juego al llegar y le fue fiel hasta el final. En las buenas y en las malas. Inflexible con su 4-4-2, un día defendió así su apuesta por este sistema. «¿Cambiar? No me gusta tirar la moneda al aire. Puede salir cara o cruz». Existen premisas innegociables y esta era una de ellas, al igual que su fijación con el peso de los futbolistas. Todos los días pasaban por la báscula y si sobraban unos gramos tocaba multa o entrenar por la tarde. En el comedor de Lezama está instalada una pantalla táctil con los perfiles de los jugadores. Cada uno toca su foto y confecciona el menú, pero siempre con las cantidades estipuladas, medidas y acordes con sus necesidades. Marcelino no quería ver pliegues.
Al asturiano le apasiona lo que hace. Le encanta hablar de fútbol y, de hecho, alguna vez lo ha hecho en Lezama con un reducido grupo de periodistas. Charlas improvisadas, relajadas, en las que también había un hueco para hacer referencia a la mejor marca de la sidra o la comida. Tampoco le importaba intercambiar pareceres sobre un partido en concreto y discutir los mecanismos del resultado final.
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Inteligente y dominador del medio en el que habita un cuarto de siglo como entrenador –además de otra década como jugador–, ha esculpido su Athletic pero sin dotarlo de la tan ansiada regularidad en su rendimiento. Es la gran obra inconclusa de un buen arquitecto que tampoco ha contado con un goleador puro que diera sentido a la propuesta del equipo.
Un equipo en el que han sobrado voces pidiendo su continuidad. Ha sido en vano. Marcelino y el vestuario han encajado. Se ha ganado el respeto y el cariño de casi todos sus integrantes. Cuando uno de sus futbolistas tuvo a su primer hijo, el asturiano hizo un aparte con él para hablarle un buen rato de la relación entre la paternidad y el fútbol. El joven agradeció su atención.
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Bajo el paraguas del de Careñes han debutado seis jugadores –Nico Williams, Vivian, Serrano, Agirrezabala, Petxarroman y Artola–, se ha consolidado gente como Vencedor, Vesga y Sancet y ha desaparecido Capa. Con él, el Athletic ha perseguido títulos, mejora y Europa. Ha acertado y ha fallado. Después de perder en Granada, el técnico estaba visiblemente afectado en el avión. Le preguntaron qué tal se encontraba. «Si ahora estoy a punto de llorar –contestó–, imagínate cómo estaré el día que me marche de Bilbao». El entrenador rojiblanco número 50 ya es historia.
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