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Luis F. gago
Viernes, 15 de mayo 2015, 17:38
El Sevilla disputará el próximo 27 de mayo su cuarta final europea en nueve años. Si se cuentan las Supercopas y las competiciones nacionales, la cifra asciende a diez en una década. Números de uno de los mejores equipos del siglo XXI. Pero en esos ... diez años de felicidad también ha habido momentos para la amargura. Saber quién se sentaba a dirigir lo que el director deportivo lograba reunir con su escaso presupuesto ha sido desde siempre la tarea más compleja. Manolo Jiménez, Manzano, Marcelino y Míchel no supieron colocar al Sevilla donde se merecía según estaba previsto en el guión, toda vez que Juande Ramos huyó hacia Inglaterra dejando tirado al club sólo unos meses después de la muerte de Antonio Puerta.
Hace dos temporadas y media, en pleno período posvacacional de invierno, al sevillismo se le cruzó un hado que concedió la oportunidad de conocerse a dos hombres que entienden el fútbol de la misma manera. Y, por qué no decirlo, despiertan para sí una locura similar con este deporte.
En un hotel de Valencia, Monchi y Unai Emery entablaron una conversación que duró horas. El vasco expuso su método de trabajo basado en analizar videos mientras apabulla a sus futbolistas con jugadas que deben saber hacer de manera mecánica. Conversaron sobre estrategia, anécdotas del pasado, aventuras vividas y presente, sobre todo presente. Al vasco le habían echado hacía tan solo un par de semanas de su experiencia rusa en el Spartak de Moscú. «Nunca entendieron mi forma de vivir el fútbol», contestó, apesadumbrado.
En una ciudad como Sevilla, leyendas urbanas se forjaron sobre qué se trató en esa reunión sentados sobre los sofás de un vestíbulo acristalado. Quien antaño defendió la portería rojiblanca le preguntó al de Hondarribia dónde creía que iba a estar en dos años si se mantenían unidos en aquella relación que empezaba a tomar forma. Unai cerró los ojos, soñó despierto y fue conciso: «Campeones». Una sola palabra bastó. No tuvo que añadir nada más. Con su mirada socarrona, de quien ve luz cuando otros solo ven locura en mitad de la oscuridad, convenció a su interlocutor.
Difícil comienzo
Tampoco fue sencillo el comienzo, como todos los caminos que llevan al éxito. En sus inicios recibió golpes desde fuera y dentro del Pizjuán. El entonces presidente de la entidad, José María del Nido, cuando atisbaba su destierro carcelario, quiso dejarlo todo atado llamando la atención al hoy ídolo de masas: «Ponga usted dos mediocentros defensivos bajo mi responsabilidad». Esta fue la frase disuasoria hacia Emery, que veía cómo sus partidos se contaban por victorias pero siempre con demasiados goles encajados.
La taquicardia del sevillismo no aguantaba más. Tampoco bajo el calor a orillas del Guadalquivir parecían entender sus locuras. Se pasó días y noches analizando en qué fallaba, dónde estaba la clave. De nuevo la magia se puso de su parte. La suerte de un ganador, estrategia de un genio o el destino de un loco, hizo que la campaña pasada el guipuzcoano devolviera al Sevilla al lugar de los campeones antes de lo planificado tras sufrimientos eternos. Aunque mereció la pena.
Ahora, en menos de dos semanas, tiene la oportunidad de demostrar que su demencia soñadora era fruto de la realidad porque, como bien en sabido, la única diferencia entre un loco y un genio es que éste sí es conocedor de su propia locura. Emery es consciente de ello y el sevillismo enloquece con su genialidad mirando hacia Varsovia, donde espera la ansiada cuarta.
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