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Alberto del Campo Tejedor
Jueves, 9 de marzo 2023, 12:22
El PSG cayó derrotado ante el Bayern por 2-0. El equipo hecho -a base de talonario- con el objetivo de coronarse rey de Europa volvió a sucumbir y no está entre los ocho que se disputarán la 'Orejona'. En cuanto el árbitro pitó ... el final, las redes se inundaron de memes burlándose de Mbapée, Messi o Nasser Al-Khelaïfi, presidente del club parisino. ¿Por qué despierta el PSG tanta antipatía?
El poder y el dinero generan fascinación y rechazo, por igual. De los diez últimos campeonatos de la liga francesa, el Paris Saint-Germain ha ganado ocho. En los otros dos se proclamó subcampeón. El PSG es el 'nuevo rico'. De hecho, solo había alzado el título de campeón de Francia en dos ocasiones antes de 2013. En la década de los 60 y 70 triunfó el Saint-Étienne; el Olympique Lyonnais ganó siete ligas consecutivas, entre 2001 y 2008; y otros clubes, como el Mónaco o el Nantes -con ocho campeonatos, cada uno-, han tenido sus épocas de gloria.
La razón de la primacía del PSG tiene nombre propio: Qatar Sports Investments, fondo que adquirió el club en 2011. Messi, Mbapée o Neymar ganan cifras astronómicas —como lo hace Cristiano Ronaldo en la liga saudí— pero pierden el cariño de una parte de los aficionados: prefirieron el dinero a proyectos deportivos ilusionantes.
El PSG simboliza la capacidad de los multimillonarios para poseer lo que se les antoja. Con petrodólares no solo se compran los mejores jugadores, sino también los contratos televisivos o se soborna a los que eligen la sede del Mundial. El PSG se alza, así, como paradigma de 'juego sucio' y aún del fabuloso negocio -global y corrupto- en que se ha convertido el fútbol.
No extraña que despierte tantas fobias. Cada vez que se enfrenta a otro club europeo, el mundo entero -salvo los seguidores parisinos y otros franceses (aunque esto último habría que ponerlo en duda)- parece alinearse a favor del rival de 'les rouge-et-bleu'. Sin embargo, un análisis histórico-cultural revelaría que la 'PSGfobia' responde a prejuicios más antiguos. Porque Francia ha sido el enemigo histórico principal de algunas de las principales naciones europeas: Gran Bretaña, Alemania o España.
Los vecinos casi nunca tienen relaciones armónicas, especialmente si se disputan la hegemonía. En el siglo XVII, cuando España poseía el más vasto imperio del mundo, a los franceses ya se les denigraba como «gabachos», del occitano 'gavach', equivalente a «montañés grosero». Como los sueldos eran más altos en España, muchos galos pasaban los Pirineos como emigrantes. Desempeñaban oficios callejeros e itinerantes, de ínfimo estatus, como afiladores o buhoneros.
El pobre emigrante sufre frecuentemente desprecio, mientras que el extranjero que compite por destronarte en la primacía también suscita inquietud. Baltasar Gracián se congratulaba de los pactos de no agresión que firmaban España y Francia, pero sugería no fiarse de los que vivían al norte de los Pirineos. Lope de Vega tenía claro a qué obedecía la rivalidad de ambas «belicosas naciones»: «porque el cielo no se parte, ni puede haber más que un sol».
Siglos después, Napoleón perdió su aureola de imbatible porque a los guerrilleros españoles había que insuflarles el odio al invasor. Durante el siglo XVIII, Francia importó la ópera, las pelucas y la costumbre de empolvarse la cara. Pero dichos refinamientos no hicieron más que poner de moda a los majos y chulapos de barrios, ejemplos de casticismo hispánico, contrarios a los pusilánimes petimetres. A veces, el que ostenta la hegemonía despierta en los demás la tendencia a recalcar lo opuesto.
Algunas encuestas apuntan a que no solo el PSG es odiado. La misma tirria despierta el Manchester City en Inglaterra, propiedad de un grupo inversor de Emiratos Árabes con Mansour bin Zayed Al-Nahyan como máximo accionista. Los últimos en desembarcar en el fútbol son los fondos de accionariado norteamericanos, que ya poseen 9 de los 20 equipos de la Premier. No me extrañaría que en poco tiempo los ricos clubes británicos se conviertan en los nuevos demonios para los que rechazan el venal fútbol moderno.
En todo caso, los españoles seguiremos tal vez echando el mal de ojo a los parisinos y alegrándonos cuando muerden el polvo. Porque no solo el amor a unos colores se hereda. También la animadversión.
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