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Amador Gómez
Miércoles, 30 de abril 2014, 23:46
Criticado durante toda la temporada por el madridismo y cuestionado por la cúpula del club hasta que se ganó la Copa, hace tan sólo dos semanas, gracias al brillante pase a la final de la Liga de Campeones Carlo Ancelotti ya se ha ganado incluso ... a los mourinhistas y tiene garantizada su continuidad en el banquillo blanco al menos un año más. El técnico italiano, que no dejó de generar dudas en la zona noble del Bernabéu acusado de dar bandazos desde principios de curso - y casi hasta mitad de campaña- y de ser incapaz de llevar al Real Madrid a derrotar a los grandes, a los rivales directos por los títulos, ha conseguido en 14 días revertir una situación que amenazaba la estabilidad de la entidad y, lógicamente, su futuro, pese a que firmó un contrato por tres temporadas.
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Después de la histórica victoria en Múnich, terreno que nunca había conquistado el Madrid, y de la lección táctica impartida a Pep Guardiola y al Bayern, nadie discute ahora al italiano. Florentino Pérez tampoco pone en duda en este período decisivo la capacidad del técnico de Reggiolo. Sin embargo, hace siete meses, tras las victorias in extremis frente al Elche y el Levante y la derrota en el Bernabéu ante el Atlético, el presidente llegó a plantearse que el nuevo proyecto no debía seguir en manos de Ancelotti. Un entrenador con mano izquierda, permeable a las recomendaciones, más bien exigencias de los dirigentes, pero también, con su plan de defensa y contraataque, sin huir del toque, dispuesto a imponer sus criterios. Aunque no fueran populares, ya que la rotación de los porteros no agradó a nadie.
Florentino se hartó aún más de Ancelotti cuando, en el Camp Nou (2-1), con un planteamiento muy rácano hasta el descanso, aparte de alinear a Sergio Ramos como mediocentro defensivo -error reconocido por el propio entrenador-, metió a Bale con calzador, de 9 para dejar en el banquillo a Benzema y a Jesé, y a Morata... en la grada. Al presidente también le indignaba que sus dos grandes fichajes nacionales, Isco e Illarramendi, por los que el club desembolsó 69 millones, hubiesen perdido protagonismo en el once, pero Ancelotti se mantuvo firme. El técnico se había agarrado ya a un 4-3-3 en el que, con el tridente ofensivo posterior (Bale-Benzema-Cristiano) no tenía cabida el malagueño como mediapunta ni como interior izquierdo, porque Isco no defendía en el medio como Carletto deseaba. Con tantos tumbos con las diferentes alineaciones, también fue perdiendo un hueco Illarramendi, y definitivamente cuando llegó la ansiada recuperación física de Xabi Alonso, el ancla que se perderá la final de la Champions.
«Evolución» y «enriquecimiento»
Alejado el equipo de la Liga, aunque Ancelotti tiene opciones aún de lograr un triplete inédito en la historia del Real Madrid (el doblete Champions-Copa tampoco lo ha conseguido nunca), su segunda temporada estaba en el aire -pretendido por el Manchester United otra vez tras la salida de David Moyes- incluso después de ganar la Copa, a expensas de mantener viva la obsesión por la décima. Fue precisamente en Mestalla donde, por necesidad, como consecuencia de la ausencia de Cristiano, Ancelotti cambió su sistema «del equilibrio», el que entonces era irrenunciable, por un exitoso 4-4-2. Con él no sólo superó al Barça en la final, sino también al Bayern en los dos partidos de las semifinales de la Champions, y con una exhibición memorable en el Allianz Arena.
«El Real Madrid ha evolucionado con Ancelotti», reconoció Guardiola la víspera de jugar la ida en el Bernabéu. «Ancelotti ha enriquecido el fútbol», sentenció este miércoles Vicente del Bosque. Es una idea compartida por el vestuario, al que se ganó desde el principio recuperando jugadores, como Coentrao o Di María, a quienes se les había puesto la cruz en la cúpula blanca. Se le achacaba hace nada al italiano (el 2-0 de Dortmund fue el 8 de abril), entre otras muchas cosas, además de destilar catenaccio y de no tener cintura con los cambios, de rendirse ante los otros aspirantes a los títulos y caer en los campos de sus perseguidores. Pero en un par de semanas se ha generado un cambio radical, para transformar la desconfianza de la afición y de la directiva en optimismo. Ancelotti era culpable, antes, y ahora.
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