Entrar, entró; en las hemerotecas y en las memorias de quienes lo vivieron y quienes lo copian, lo copiaron y lo copiarán... Flojo, picadito por alto. Habían pasado ocho años de la Primavera de Praga. Checoslovaquia era pleno Telón de Acero, y el fútbol una ... vía de escape para los checoslovacos, a los que el socialismo con rostro humano les costó sangre, sudor y lágrimas.
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Antonín Panenka llevaba su bigote, entre obrero de la metalurgia y genialoide checo. El pueblo de Checoslovaquia, esa mezcla, tenía que reivindicarse de algún modo. Había que desafiar a las tiranías. Corría 1976. Final de la Eurocopa de Yugoslavia; la Yugoslavia de Tito. Alemania Federal contra la patria ortopédica de Antonín. La suerte de los penaltis. La libertad contra los oprimidos que querían libertad sin ira. Turno de Panenka; penalti decisivo en el Maracaná de Belgrado. Al otro lado el legendario Sepp Maier, conocido como' El gato' en los ambientes de Múnich.
Cuentan que Panenka vio, como en un rayo mariano, que se volcaba Maier hacia donde quería poner el cuero. Cuentan que entonces, la parte más avanzada de la bota levantó el balón, con un temple que ni Morante, y que el balón sonriendo entró.
En los segundos en los que una corriente de aire pudo desviar la trayectoria, bajar la pelota, Panenka seguro que se acongojó pensando en los húmedos sótanos de la temible StB. Entrar entró. Había que 'ser muy Panenka para tirar a lo Panenka'. Después sería replicado hasta la saciedad; más en esas latitudes templadas y cálidas donde el vacile a un guardameta entra en el 'pack'; más como un gesto de picardía que como humillación en sentido estricto al cancerbero.
A Sepp Maier, el antagonista de este cromo, debió de sentarle mal el regreso a Múnich. A Panenka le faltaban años para ser libre y un asesor fiscal que cobrase derechos de autor por cambiar el fútbol con suavidad. Y en centésimas de segundo: cuando la necesidad se hace virtud y genialidad. De Belgrado a Madrid.
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