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España presentó dos cambios en el 'once', pero sólo fueron cambios en los nombres, porque juegue quien juegue, Luis Enrique es siempre fiel a sus principios. La Roja comenzó como suele ser habitual, con el balón en sus pies, abriendo el juego a las bandas ... y sufriendo para cerrar las jugadas. A sus conocidas formas de juego se sumó la diosa fortuna, que quiso que un disparo lejano de Jordi Alba lo desviara a la red un futbolista suizo.
El gol, la esencia el fútbol, es un bálsamo, la tranquilidad que los deportistas necesitan para seguir en la lucha por mucho que no se cierrensus intentos y todo quede en amagos que, salvo por el significado del partido, se convirtieron en un espectáculo poco interesante.
Suiza tardó mas de una hora en empatar, y lo hizo justo cuando más sufría España. Y así, con poca historia llegaron a la prórroga dejando claro los elementos que los definen, con sus virtudes y sus defectos. Si bien España podría interpretar como una ventaja jugar ante diez, Suiza hizo del empate un estímulo extra para afrontar treinta minutos definitivos.
Llorente, con la ayuda de Busquets, trataba de romper por dentro y Jordi Alba buscaba la banda y el disparo. Eran las virtudes del control en el juego de España frente a otra virtud de los suizos: su salida en velocidad. Los minutos pasaban y aparecieron los defectos. La ansiedad y la falta de gol de España, que sumaba una ocasión tras otra con un Sommer espectacular, mermaban el estado de ánimo de los de Luis Enrique. Los suizos aguantaban como podían, muy ordenados y convencidos de su trabajo mientras mostraban un cerrojo de libro que les permitía administrar su ya escasa energía.
Llegaron entonces los lanzamientos desde el punto de penalti y… la virtud de Unai Simón, por encima de los defectos de los lanzadores, nos lleva a Londres.
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