Fernando Torres celebra el gol que le dio a España el título en la Eurocopa de 2008. Luca Bruno (AP)
Opinión

El Niño del Prater

El gol de Fernando Torres en la final de la Eurocopa de 2008 reconcilió a España con la senda de la fortuna

Jesús Nieto Jurado

Madrid

Sábado, 15 de junio 2024, 00:07

La historia, o los historiadores del balompié, no han sido todo lo justos que debieran con el Niño del Prater. Enjuto, rubiasco, su gol en la final de 2008 reconcilió a España con la senda de la fortuna y nos trajo tiempos de toque, pan ... y rosas. Ídolo juvenil, actor de algún videoclip con El Canto del Loco, Fernando Torres fue, en el desmarque, un visionario como pocos.

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Aquel día, 28 de junio, final contra la Alemania de Joaquin Löw, hacía calor en Viena, que ya son ganas de hacer calor. Aquel mismo día, España venía, partidos atrás, de encontrar la sabiduría en su juego: Aragonés mediante. Se olía que desde las mechas de Torres a los pulmones de Senna todo era posible. El Niño del Prater vienés estaba llamado a la gloria y frente una Alemania que acongojaba por tradición y nombre. Mas ya se habían roto los complejos de España en los penaltis contra Italia, y todo era posible.

Luis Aragonés sabía del juego y de lo 'de fuera', por eso el Sabio fue también hechicero del Niño cuando años antes, en el ascenso del Atleti y en la primera temporada, sus destinos se cruzaron breve e indefectiblemente, que es como se cruzan las parejas llamadas a marcar un tiempo y un país.

El cromo, este cromo en particular de Fernando Torres, lleva en sí el anhelo de ser algo más que un retazo de álbum. Supone algo religioso este retratito del protagonista, minuto 33 en Viena, que culmina una secuencia que casi parece un vals: Senna a Xavi, y este que ve el hueco. Torres galopando, un pequeño adelanto de Lahm que Torres corrige como un aire divino, un plus de velocidad inopinada por la que se deshizo de los brazos mitológicos del propio Lahm, y a Lehman va Torres y le levanta lo justo la pelota para desesperación del guardameta teutón.

El resto se sabe: la bola besa la red, subió el 1 al luminoso. Sufriríamos, claro, porque el Niño del Prater lo clavó en el temprano 33. Aprendimos que al Parnaso se llega igualito que como al Calvario. Con pecas e infartos.

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