Lo traemos a estos cromos porque él se reivindicó como mito en aquella Eurocopa en la que el combinado de Cesare Prandelli, Italia, quiso ser España; en el caso de que Italia, allí, no se hubiera topado con el 'espejo español' para que todo fuera ... al traste. Y pasó lo que pasó: que el 'espejo' les endosó en la final un cuatro a cero con Casillas, 'corazón tan santo', pidiendo la hora por solidaridad con los transalpinos.
De Balotelli, en esa Eurocopa de 2012, queda el aroma de los ídolos que se autoconsumen demasiado pronto. Pero también un portento físico; un Espartaco que se rebeló contra la pobreza, contra la infancia cruda, en un campeonato, 'la Euro', que es tanto escaparate como un desfiladero crudo donde mueren tantos talentos en flor.Queda en la memoria su segundo gol a Alemania en semifinales, cuando se vio en los televisores cómo un coloso de ébano se infló de gloria, de magia y de testosterona, en esa misma Italia, gloriosa hace hoy doce años, que había dejado la racanería en los céspedes de Polonia y Ucrania. Y pareció que por siempre. Balotelli y su trallazo, el matador, profetizaban nuevo tiempo de Ventimiglia a Lampedusa. Balotelli tenía todo para inspirar canguelo, ese sempiterno «miedo escénico» con el que Valdano definió el salir a la cancha mirando de reojo a esa España cuando España juega con la nación detrás.
Después de la final contra nosotros, Balotelli anduvo deambulando en el fútbol civil. Clubes en los que ha ido arrastrando más de papel judicial, o de papel cuché, que de papel de prensa deportiva. Hubiera sido su momento, pero aún España era una fiesta y el balón nos sonreía. Balotelli está en la historia de la Eurocopa. Obviarlo hubiera sido un gesto de injusticia. Ahora Balotelli prueba con las artes marciales: buscando, quizá, esa paz que el fútbol no le dio.
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