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Jon Agiriano
Miércoles, 22 de junio 2016, 01:02
Sorprendió que Vicente del Bosque se decantara en Burdeos por repetir el once inicial de los dos primeros partidos. Se suponía que haría tres o cuatro cambios, como es habitual en él, pero prefirió no tocar nada, dejarlo todo como estaba. Y eso que Burdeos ... era una caldera. La decisión del seleccionador dio pie a varias lecturas. Siendo muy conservadora, también era muy arriesgada, por lo que suponía de desgaste y riesgo de lesiones o suspensiones para los titulares. Una amarilla, por ejemplo, dejaba fuera de los octavos de final a Sergio Ramos. Por otro lado, también significaba que Del Bosque está plenamente convencido de que ha dado con su once ideal y que no quería ninguna sorpresa a la hora de amarrar un primer puesto de grupo que permitiría a España evitar a Francia, Italia, Alemania e Inglaterra hasta la final. Casi nada. Pocas veces te da el fútbol una oportunidad semejante de librarte de una tacada de tus peores enemigos.
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Pues bien, todos los cálculos salieron mal. O fatal, siendo más precisos. Sin la necesaria frescura, ahogada en varias fases del partido, La Roja no se encontró a sí misma. Le faltaron demasiadas cosas al equipo español. Le faltó Iniesta, uno de los que más notó el cansancio. Le faltaron los dos delanteros, Morata y Nolito, que tanta vida le dieron ante Turquía. Le faltó De Gea, fallón e inseguro. Le faltaron Silva y Cesc en la segunda parte. Y tampoco tuvo suerte, la verdad. Croacia le golpeó en el minuto 44 y en el 86, cuando hubiera firmado el empate con la solemnidad de un tratado de paz, en un contragolpe que nació de casualidad en un rechace de un defensa a un disparo de Aduriz. Pericic, un atleta formidable, batió a De Gea con un zurdazo que rozó a Piqué. Por si todo eso fuera poco, Sergio Ramos falló un penalti en el minuto 71 que hubiera dejado casi sentenciado el primer puesto de grupo. La pena máxima fue dudosa y quizá esa duda le acompañara al árbitro en su subconsciente cuando no mandó repetir el lanzamiento después de que Subasic se adelantara tres metros para despejar el balón. (Del juez de área mejor no hablar porque nadie sabe todavía para qué sirven esos señores en los campos de fútbol).
El inesperado tropiezo cambia todas las perpectivas. Habrá que ver cómo afecta a la moral del equipo, que durante esta Eurocopa ha recuperado el ambiente que le condujo a sus grandes éxitos del pasado. A España había vuelto el buen rollo que se vivió en las concentraciones de Austria, Sudáfrica y Polonia, el mismo que se perdió en Brasil porque hasta los triunfadores deben abrir las ventanas cada cierto tiempo para que entre aire fresco. El caso es que ese mágico castillo de naipes -ambición, confianza, determinación, orgullo, pasión, etc.- que hizo posible los títulos se estaba volviendo a levantar en la isla de Ré. De que siga en pie dependerá el destino de España en una Eurocopa que se le presenta ahora con un nivel máximo de exigencia.
El camino a la gloria se ha puesto más duro que nunca. Desde los mismos octavos, la Eurocopa se va a llenar de cadáveres ilustres. Que el próximo rival sea Italia ya lo dice todo sobre la entidad de la aventura que le espera al once español. Los 'Azzurri' son la piedra de toque perfecta, el mejor examen posible para un equipo. Aunque se dedique a jugar al tute o a los dados. Si España es capaz de superar el muro italiano, todo será posible porque su moral entrará en otra dimensión. Uno gana a Italia y ya se cree capaz de cualquier cosa. Es una sensación curiosa. Hasta Alemania o Francia parecen de repente más accesibles, aunque no lo sean, tal es la sugestión positiva que provoca superar a una selección que lleva en sus genes -y en todo un grandioso árbol genealógico- la ferocidad en cualquier tipo de competencia. De manera que ya no tiene sentido seguir dándole vueltas al partido torcido ante Croacia. Sencillamente, hay que concentrarse en Italia. Palabras mayores.
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